La historia comienza a principios de los ochenta, en Buenos Aires, en el piso número 13 de un edificio céntrico. Una familia de clase media, mamá, papá y tres hermanas mujeres: Gabi, Paloma y Vera. Papá es fotógrafo publicitario, mamá es una exitosa escritora, las nenas se crían entre libros, fotos, mucho amor, comprensión y cultura. Si algo puede objetárseles a tan dedicados padres, es no haber estimulado a sus hijas el amor por el deporte. Paloma era una gordita alegre y torpe que se chocaba contra los muebles y se reía.
Si bien la vida en casa era un remanso, en la escuela Paloma sufría las burlas de los compañeros, que recrudecían especialmente durante las horas de gimnasia. Las colchonetas y las pelotas eran su pesadilla, odiaba correr, y se caía hasta haciendo la vuelta carnero. En cambio, disfrutaba mucho de la lectura, sacaba solo dieces en lengua y se perfilaba como la pequeña escritora de la clase. Durante su adolescencia la robustez fue aumentando y los anteojos terminaron de cerrar un perfil al que resultaba fácil acostumbrarse.
La primera en pisar un dojo es la mayor, Gabi, y como en casi todo lo que hacía, su hermana Paloma la siguió. Las dos estudiaban en el mismo colegio, uno universitario muy exigente, que contaba con un salón de judo. Ahí cayeron ambas, escapando del autoritarismo o la falta de tacto de algún profesor de gimnasia especialmente poco notable. En el judo encontraron un nuevo modo de acercarse al propio cuerpo y al del otro. Respeto, cortesía, compañerismo y todos esos valores que los artistas marciales tan bien conocemos. Y Paloma empezó a vislumbrar un camino diferente.
Una porción de pizza y siete cerezas fue todo lo que almorzó ese día, el primero de su dieta. Tenía quince años y estaba locamente enamorada de su profesor de aikido. Para conquistarlo, se había decidido a bajar de peso cueste lo que cueste. Un año después era una persona diferente. Con los kilos de más se fueron timidez y la falta de confianza. A los diez y ocho años egresó del colegio una Paloma delgada, fuerte, con un cinturón verde de judo y la firme decisión de llevarse el mundo por delante.
Como ser Madre de una hija adolescente, es el título de su primer libro. Lo escribió en los ratos libres que tenía entre la facultad de letras y su primer trabajo, una pasantía, como redactora publicitaria, sin sueldo. Lo sacó Planeta a fines de 2001. Paloma esperaba despegar con su carrera de escritora, pero la Historia tenía otros planes. El Corralito bancario irrumpió en Argentina, devorándose todo, la venta de libros cayo en un 80 por ciento y su opera prima pasó sin pena ni gloria.
Decepcionada, no sabiendo si de su país o de sí misma, Paloma decide probar suerte en el extranjero. En 2002 fue una más de la camada de jóvenes argentinos que se instalan en España, más precisamente en Barcelona. Allí pasó poco menos de un año, sirviendo mesas, lavando copas, o cuidando bebés a la espera de una oportunidad para volver a su profesión. Pero no tenía modo de obtener los papeles necesarios paran radicarse en España, y la nostalgia por su familia y las calles de Buenos Aires la empujaron de vuelta a casa.
Mientras tanto, Argentina se recuperaba, y al volver Paloma empezó a tantear los lugares de antes, editoriales, agencias de publicidad, diarios o revistas que quisieran contratarla mientras continuaba sus estudios de letras. Pero nada aparecía y Paloma se sentía cada vez más ansiosa y angustiada. Entonces decidió volver a donde sabía que encontraría un centro: las artes marciales. Recordaba con mucho cariño el judo, pero su animo por entonces era más como de golpear, así que se anotó en karate. Y ahí comenzó la magia. Karate era justamente aquello que había estado esperando. Cada clase era una prueba de fuego en la que debía entregar todo o morir en el intento. Paloma salía empapada, alucinada, feliz. De pronto se encontraba más a gusto practicando de lo que había estado nunca escribiendo, ni haciendo ninguna otra cosa. Karate era una experiencia Zen y la palomita volaba de iluminación
Pero lo que alimenta el espíritu no alimenta el cuerpo, y la karateka seguía desempleada. Entonces llegó el golpe de suerte. La propuesta de la revista Viva fue mejor de lo que podría haber soñado: una columna con su foto para escribir lo que quisiera cada quince días. Ese día corrió, saltó y bailó por la calle. Los siguientes años fueron de ascenso, tanto en el periodismo como en el karate, hasta que llegó el segundo golpe. Acero Cali, el pionero de los espectáculos de Kick Boxing en la Argentina, peleaba en el hotel Hilton. Paloma fue a verlo y sintió que despertaba. Fue aspirar el aroma a atomodeinflamante y saber que nunca dejaría de ver combates profesionales. Como asistente de prensa de Cali, se fue metiendo en el mundo, y empezó a conocer a muchos de los peleadores que hoy están en el primer nivel de MMA del país. Y se fue preparando para el golpe definitivo. Era enero de 2008 y en el mail esperaba una invitación. UFC. Las Vegas.
¿Es azul el cielo? fue –textual- la respuesta al cordial ¿le gustaría venir a presenciar uno de nuestros shows? Ir a ver un UFC es, para cualquier aficionado al combate, como estar en el cielo, y así se sintió Palomita recorriendo el MGM, aplaudiendo a BJ Penn, dejándose estrangular por Wandi, conversando de karateka a karateka con Lyoto Machida. De ese viaje volvió iluminada. Había visto el MMA en sus reales dimensiones y quería mostrárselo a Latinoamérica. Aquí todavía se asociaba con violencia o salvajismo y el estigma del vale todo seguia impidiendo el desarrollo del deporte. Entonces comenzaron las giras. Recorrió Peru, Chile, Bolivia, Brasil, Guatemala, Costa Rica, Paraguay, Uruguay, México compartiendo sus experiencias, enseñando lo que había aprendido y llevando el MMA como una misión evangelizadora por todo el continente. En cada país encontraba escenarios similares: peleadores con muchísimo corazón, pero poco apoyo institucional y mala prensa. Para que el MMA se hiciera realmente profesional faltaba una pieza: la TV.
El siguiente paso llegó en 2010. Space iba a comenzar a dar StrikeForce y necesitaban un comentarista. En principio habían buscado un hombre, pero no había ningún periodista preparado. Sólo una mujer. Paloma llevaba dos años entrenando jiujitsu, más lo que había aprendido en sus viajes, fue suficiente para empezar. Con la práctica fue mejorando, y en 2011, cuando Fox Sports compró UFC ya era la comentarista de más experiencia, por eso fue fácil el pasaje. Pero la pasión por el MMA era demasiado grande para conformase con ser periodista, representante y comentarista… Lo que paloma de verdad quería era pelear.
Pelear es otra cosa. Años repitiendo que el MMA es amor, para meterme a la jaula y quererme tragar las palabras. Ahí adentro no hay amor. El amor hace falta para entrenar cada día, pero cuando cruzás la puerta del octágono hay que dejarlo fuera. Adentro de la jaula te espera una persona dispuesta a destruirte y sólo podés devolverle una actitud igual. Yo la pase mal, muy mal adentro de la jaula. Algo adentro mío se revelaba contra la obligación de pelear. No deseaba herir a mi rival para nada. Quería parar y preguntarle ¿Por qué nos estamos pegando? Así pasó todo el primer rund que obviamente perdí. El minuto de descanso me encontró agotada, angustiada, sin aire, sin fuerzas, sólo quería que termine. Pero para que termine tenía que ser capaz de nokearla o definirla. Entonces la llevé al piso y ya no dejé que volviera a pararse.
Hoy Paloma sigue entrenando, trabajando, viajando y haciendo amigos. No sabe si volverá a pelear en jaula, pero de algo está segura. No se equivocaba cuando definió la sigla a su manera. MMA es Mucho Mucho Amor.
No me resulta fácil explicar el origen de mi pasión
No me resulta fácil explicar el origen de mi pasión por las Artes Marciales Mixtas, debido a la multiplicidad de factores que intervienen. Tengo que empezar por mi amor a las artes tradicionales, que practico desde los trece años de edad. Empecé con judo, luego aikido, más tarde karate y en los últimos años también brazilian jiujitsu. Tengo que explicar también, que nunca he sido una dotada para este tipo de disciplinas, que soy de familia más bien intelectual, que tuve una niñez sedentaria, que en mi primera infancia no se me estimuló demasiado la actividad física, por lo que siempre me vi uno o varios pasos atrás de mis compañeras y compañeros de entrenamiento. Sin embargo hay algo en la práctica de artes marciales que me llena el espíritu como no lo hace ninguna otra actividad. Cuando entreno, me siento viva; cuando entreno, soy yo.
La transición entre las artes tradicionales y el MMA fue un punto de inflexión en mi vida. Aunque no lo crean, en principio fui detractora de este deporte. Eran tiempos donde mi fanatismo por el karate do tradicional, y mi obstinación sobre el quinto precepto: "abstenerse de procederes violentos" me hacían ver el MMA como algo brutal y poco marcial. ¿Qué me hizo cambiar de opinión? Fueron dos cosas. La calidad deportiva de los Estados Unidos y la calidez humana de América Latina. En 2008 Zuffa me invitó a Las Vegas a cubrir una de sus funciones (en ese momento yo trabajaba como periodista en algunos medios importantes de mi país y había escrito sobre el UFC con bastante más respeto que algunos colegas, por lo que se me premió con ese viaje). Cuando vi en vivo UFC 84 todos mis preconceptos se vinieron abajo. Lo que vi era deportivo, era marcial, era respetuoso y no era para nada violento. A partir de ese momento empecé a trabajar como corresponsal para la web UFC.com/español, viajando a distintos eventos de Latinoamérica para reportar el crecimiento del deporte en cada país. Y ahí fue cuando me terminé de enamorar del deporte. Cada ciudad que visité, cada peleador que entrevisté, cada academia en la que entrené no hizo más que corroborar lo que en primera instancia había intuido: la enorme riqueza humana que existe en este mundo.
Hay tengo el honor, el privilegio y la enorme responsabilidad de ser "la voz" (o una de las voces) del MMA en América Latina, y siguen lloviendo razones para amar el deporte. Los fanáticos, los seguidores, los practicantes, los periodistas como tu que me pides estas líneas, siguen confirmando día a día que mi camino es el correcto. Mil gracias a todos.