A través de un fragmento de análisis en un caso, abordaremos la cuestión del lugar del analista en la dirección de la cura.
A partir del modo de explicitación de la regla fundamental, queda indicado el lugar de lo imposible de decir, que habrá que situar en la experiencia singular del análisis.
Ese imperativo, que puede tener forma de invitación, "Diga…", delimita por anticipación lo que puede llegar a ser dicho, así como también el lugar de lo indecible.
Puede ocurrir, en algunas ocasiones, que un analizante aborde al Otro que el analista encarna, con un tuteo que zanja, al menos por un tiempo, la cuestión de su cercana alteridad. El tercero que la tercera persona del singular incluye permanece más o menos disimulada.
También puede ocurrir en otras, que el sujeto en esa aproximación al Otro, o del Otro, trate de mantener una distancia más o menos prudencial, y un tratamiento excesivamente "respetuoso" posterga la puesta en acto de lo que en el Otro hay de punto de ignorancia: el objeto a. Es este último caso, lo que el análisis de una joven mujer ejemplifica.
Ella no había podido ir mucho más allá de los límites de una construcción neurótica que tomaba la forma de un temor. Se casó con alguien que llevaba marcas de lo familiar: entre otras, tenía el mismo nombre de su padre, y vivía en el edificio vecino al suyo. También estaba el detalle de lo extraño : había nacido en otro país, "vecino" al suyo.
De vez en cuando, comenzó a aparecer en las sesiones, cierto malestar por ese tratamiento distante: "¿por qué no lo puedo tutear?", "¿por qué no nos tratamos de una manera más fluida, más cercana?". Cierta vez, la analizante llegó a sesión un tanto disfónica y me dijo: "Me quedé sin voz"; y el analista replicó: "¿A qué se debe tanta confianza repentinamente?", lo cual la hizo reír bastante. Algo que estaba obstaculizado irrumpió.
La casa del Otro, el consultorio, comenzaba a tener algo familiar. Una intimidad empezaba a ponerse en cuestión a partir de lo extraño del vínculo analítico. Sucedió además algo circunstancial, contingente: el analista muda el consultorio, se desplaza, y este desplazamiento resulta también, de la posición en la que el analista estaba fijado. En la primera sesión luego de la mudanza, lo primero que la analizante dice es: "¿qué hago yo aquí viniendo sola, a la casa de un hombre que no sé quién es ni qué vida lleva?".
Así comenzó el final de su análisis. Lo extraño, el extraño acudió a la cita inevitable. Freud ha escrito acerca del momento del análisis en el cual el analista deviene un extraño, que le dirige a su paciente desagradables exigencias.
"Roban un niño", podría ser la frase que en este caso da cuenta del fantasma fundamental. Es interesante que algo que apareció en un primer momento en el relato de la analizante retorna en otro como una construcción del analista, en la cual confluyeron toda una serie de cadenas asociativas y aporta la lógica de todo un conjunto de efectos sintomáticos.
La paciente ha hecho una investigación significante: en una sesión relata que le ha imitado la forma de mover las manos a una locutora de televisión, que es hermana de un conocido locutor (de ojos claros, rasgo que concuerda con aquél que habría podido ser el de su hermano, ya que su madre "posee unos hermosos ojos claros"). A esta forma de mover las manos, la ha encontrado muy femenina. Preguntada acerca de qué le dice a ella ésto, contesta que es "como lavarse las manos".
Esta invención está marcada por la castración: en ese mismo gesto, aparece condensado otro movimiento que remeda el de otra mujer-hermana que, por un defecto congénito, mueve una de sus manos en forma de pinza.
Todo esto lo podemos inscribir en la dimensión del significante, pero ¿qué decir en relación al goce?
Ella había logrado cierto bienestar en su vida y queda su análisis mismo, como lugar de angustia, concentrada allí. Y también angustia y preocupación por una pequeña hija que comienza a caminar, preocupación por su porvenir especialmente en lo que se refiere al amor, al sufrimiento que le puede deparar una elección amorosa desafortunada, puesta en escena en su sueño que tuvo. ¿La puede dejar caminar? ¿Hasta donde dejarla que haga su propio camino?. Se ubica en primer plano la separación de la hija. Durante su vida la analizante se había beneficiado-perjudicado bastante con parecer, con aparecer como una niña.
A este traje de goce que fue la niñez se plantea dejarlo; dejar esa niña que en un sentido es hija del análisis. Dejar ese trabajo y también el producto de ese trabajo, perderlo, cederlo. Cesión que modifica la frase del fantasma, ya que de la pasividad-impersonalidad en el robo, se pasa a una decisión, la decisión de perder, de dejar ir aquello que no tiene más sentido conservar.
Adrián Scheinkestel.