Hay un poema de John Berger que usaré, en cierto modo, como epígrafe, como cita iluminada:
“Escribiendo
acurrucados junto a la muerte
somos sus secretarios
leyendo a la luz de la vida
completamos su libro mayor
donde termina ella,
colegas míos,
empezamos nosotros, a ambos lados del cadáver,
y cuando la citamos
lo hacemos
sabiendo que la historia está a punto de acabar.”
W.B.Yeats escribió:
“El hombre ama aquello que se va.
¿Qué más puede decirse?
……………………
Ahora que ha desaparecido mi escalera
debo acostarme donde todas las escaleras empiezan,
en la sucia trapería del corazón”
Y vuelvo a Elytis:
“Vivo para cuando ya no exista”.
Un antropólogo me relató una vez que una tribu antiquísima había llegado a la siguiente conclusión: Si la luna desaparece del cielo pero no muere, el hombre tampoco muere cuando desaparece.
Un poco más cerca en el tiempo, Teócrito decía: “Si el sol desciende entre los muertos para renacer, el hombre desciende al Hades para morir. Solo el canto hace que suba de entre los muertos su sol demónico”.
Sólo el canto.
Apuesto al carácter hechicero de la poesía y de su canto y confío en ella para legarle nuestras pisadas, nuestros patios, nuestras desesperanzadas esperanzas.
Todos nuestros sueños a su agua de resistencia, a su tesoro de verdad en el descampado.
Paulina Vinderman
Monterrey, octubre 2010