Lara Lizenberg
Licenciada en Psicología, U.B.A.
Psicoanalista.
Docente de la carrera de Psicología, U.B.A.
Supervisora del Staff permanente de la Fundación Tiempo.
Docente de Posgrado en Clínica de Adultos de la Fundación Tiempo.
laralizenberg@yahoo.com.ar
Oda a la "elección": el veneno transfundido con embudo
En tiempos de redes sociales, banderas multicolor y fake news, el máximo de los bienes es la elección.
Podemos elegir qué ver, cuándo, en qué formato. Podemos intervenir los contenidos dándoles toques grotescos, escuchar la voz de los muertos con fidelidad de podcast, vivir en tiempos paralelos.
No es responsabilidad de Internet este gusto por la autonomía. El valor supremo de la elección del individuo es el correspondiente de su supeditación a la maniobra onerosa del otro, que existe desde un tiempo de data discutible, lejano al presente.
La psicologización de la vida cotidiana ha llegado tan lejos que la oda a la elección se plasma en ideas que tenemos transfundidas como botox de máxima calidad.
Poder elegir es la llave hacia la autosuficiencia: el "uno mismo" en su máxima expresión daría la solidez anhelada ante el temor a la "debilidad" despreciada; la unificación, la solvencia.
A la vez, el otro quedaría excluído y muerto el perro se acabaría la rabia, si dos más dos fueran cuatro. Pero la rabia trasciende al perro y la necesidad del otro, a la vez que reclama ser eliminada, se impone sedienta.
En este panorama histórico surgen las actualizaciones del individualismo extremo, sostenido en la capacidad decisoria.
Las vemos en toda una oferta de terapias de estimulación de lo "auto", coaching, mindfulness, en el marketing de expectativas envasadas que producirían el encuentro con nuestra "esencia".
Esta tendencia conduce al problema de la individualidad a su colmo: establece que las voluntades llegan a determinaciones contradictorias en las que el individuo termina eligiendo lo que le hace daño. Así, se llega, por ejemplo, a plantear al cáncer como epifenómeno autogenerado de una decisión... "inconciente".
De igual manera, la mujer que no queda embarazada no "logra" lo que tanto desea porque su deseo es ambiguo, los ataques de pánico son la consecuencia de preferir no expresar, la ansiedad, el efecto indudable de vivir el futuro en lugar de decidir vivir el hoy.
La actualidad de la "decisión inconciente" esgrime un infierno hecho círculo vicioso: padecer obliga a responsabilizarse por lo que se hizo y la asunción de la responsabilidad por el supuesto deseo oculto trae un padecimiento concomitante.
Sin embargo aparenta ser el único modo de adquirir un valor moral ante los otros, aún con la cruz del yerro.
La sexualidad, si bien suele ser excepción a muchas reglas, no queda a salvo de la cacería.
Muy por el contrario: las posiciones sexuadas, el género asumido, la atracción por determinado tipo de partenaire, son pensadas, en un callar que otorga, como "elecciones".
Pero no todas: el culturalmente llamado "hombre" que se siente mujer, "elige" pertenecer al género femenino. ¿Y el que se autopercibe hombre?
Con la maternidad pasa otro tanto: será acusada la mujer que haya quedado embarazada y no quiera proseguir, porque si se acostó, en algún lugar habrá querido. También la que quiera y no pueda e inclusive la que no quiera. Todas serán decisiones "falseadas", reguladas por mandatos que superan con poder fantástico al debilitado deseo, tullido por la lucha.
Las aguas se dividen y no es para abrir paso a la liberación de los pueblos.
Las personas "sanas" habrán logrado la gran hazaña de elegir bien y hallar coherencia entre sus decisiones concientes e inconcientes (lo cual sería también fruto de una decisión) y las que no lo son tanto seguirán tomando caminos incongruentes.
Los grupos acusados de "maldecidir", salen a la calle con declaraciones de defensa: la marcha del "orgullo" gay o "No es no", son frases que muestran hasta qué punto tienen que llegar las maniobras para reivindicar y legitimar teóricas decisiones ¿Lo es la elección del tipo de partenaire sexual? ¿Es una decisión tener un cuerpo, condición previa para luego establecer quién podría mirarlo o tocarlo?
Hace tiempo que la culpa no es de los dioses.
En Buenos Aires el feminismo va entrando en la sangre, produciendo una transformación en la perspectiva con que se interpretan los hechos de disparidad, que ya conforma el genotipo de las nuevas generaciones.
Fue el caballo de Troya de una batalla en acto: la de hacer visible el maltrato a las mujeres, la violencia, el asesinato, la degradación y la tortura.
Sin embargo sigue habiendo, aún con la información y con los dispositivos puestos en marcha para llevar por vía legal los temas de violencia contra la mujer, enormes dificultades para la denuncia.
Además, las medidas tomadas por el Estado son llamativas. ¿Por qué en un caso de violencia se le coloca custodia policial a la víctima? ¿Por qué es ella la que debería vivir con una marcación cuerpo a cuerpo mientras el victimario camina sin dar cuenta de sus pasos?
¿Cómo podría estar facilitada la denuncia si la denunciante termina siendo en el ámbito social la denunciada?
En otros tiempos las mujeres eran responsables de lo que hacían como producto del querer: si no se querían casar o tener hijos tendrían que pagar el costo social de ser casquivanas. Si llegaban a altas horas de la noche a la casa, si se quedaban en el zaguán más de la cuenta, si vestían de determinada manera, si contestaban, si no hacían los quehaceres domésticos en tiempo y forma, si respiraban por sí mismas.
Hoy la psicologización de la vida las obliga al "mea culpa" predeterminado, de modo tal que serán culpables por lo que hayan deseado o por lo que hayan creído no desear: su teórico "deseo inconciente".
Así, lo serán por haberse quedado con el hombre que las golpea, por haberlo elegido, serán consideradas portadoras de algún beneficio oculto que ni ellas mismas saben pero del que se gratifican. Habrá un placer oculto tras la "victimización" haciéndolas agentes de la hostilidad recibida.
"Algo habrás hecho, aún sin saber que lo querías" es la reescritura actualizada, no sólo de la frase-sello de la dictadura ("algo habrás hecho"), sino de la modalidad histórica de hacer con la culpa: ajenizarla, extranjerizarla, volcarla afuera en pos del individualidad indemne.
El planteo culpabilizante logra ilusoriamente mantener en lejanía lo horroroso, mantenerlo fuera de nuestra órbita preservando pulcro el "mundo interior".
Mientras estos problemas se sigan pensando en el plano de la individualidad y no como problemas en clave social, las respuestas seguirán siendo infructuosas.
La complicidad acusatoria es la peste.
Y el individualismo es su mayor.