Guido Matusevich
-Miembro del cuerpo docente del Centro de Atencion Psicoanalitico Platense
-Docente en filosofia y psicoanalisis
“Todavía estoy esperando a que alguien me diga cómo se hace esto…”
Hoy por hoy la adolescencia se encuentra cada vez más en boga. Se vuelve más cotidiano escuchar de alguien “adulto” el no estar dispuesto a renunciar a ciertos placeres, ciertos detalles, cierta manera de gozar, propio de la adolescencia, no en su contenido, sino en su forma. Sabemos que esto se traduce en una negación de la propia castración (que se da por más fuerte que se le grite en la cara “¡A mí no!”). Estamos inmersos en una sociedad y una cultura que no son de ninguna manera ajena al capitalismo, el problema es no poder ver que tan arraigado se encuentra en los discursos vigentes. “Impossible is nothing”, “Just do it”, “Que la crisis la paguen los capitalistas”, “Patria o muerte”, y un largo etcetera de slogans, marcas registradas, consignas partidarias y demás frases casi convertidas en muletillas cuando de ciertos ámbitos se trata. Todas estas frases apuntan a lo mismo, buscan en lo más recóndito del inconsciente despertar ese sentimiento de
imbencibilidad. Sí, esa cruza de sentirse tan invencible a costo de ser un imbécil, o bien de ser tamaño imbécil que resulta invencible en su hermeticidad.
Lamentablemente, esto se exacerba exponencialmente gracias a la hiperconectividad, las redes sociales, y todo aquello que la tecnología pone cada vez más cerca del alcance los dedos. De hecho ya comienza a introducirse cada vez más bajo la piel, que aunque sería una bella metáfora cada vez se vuelve más literal (la idea del cyborg esta a la vuelta de la esquina).
El problema aquí resulta en un síntoma cada vez mas propagado por todo aquel que tiene una voz: “¡Tengo que tener la razón!”. Esto no sería tan problemático si uno estuviese dispuesto a cambiar su posición en pos de efectivamente adscribir a algo razonable. Lo sintomático aparece cuando se lee la letra chica de esta premisa “…y no me importa a que costo”. Esto ya relega a un segundo plano que tan razonable resulta tener razón. Se torna en todo caso en un puja de poder con… “algún otro”. Es necesario poner a alguien enfrentado a uno, frente a quien tener la razón, alguien a quien quitársela podríamos decir. Solo puedo tener la razón si vos estas equivocado.
Resulta una pena ver como causas tan nobles, contradictorias, perdídas, ganádas, etc. terminan enarbolando la bandera de tener la razón, echando por tierra cualquier posibilidad de debate, de entendimiento mutuo, de producción de ideas, por el solo hecho de buscar la manera de tener la razón (ser más numerosos, tener más fuerza, más recursos, más adeptos, más seguidores, más fanáticos, más fanatizados, más rojos, más verdes, más justos, más generosos, más inclusivos, en fin…).
La juventud tiene muchas virtudes, también flaquezas y debilidades, sin embargo ser joven no significa ser adolescente, ni tener una edad determinada. La rebelión por la rebelión misma resulta tan vacía como la novedad por la novedad misma. En nuestra época aparece una confusión entre juventud y adolescencia. La juventud es cuestionadora, es
irreverente, es rebelde. La adolescencia resulta en dar vuelo a un capricho pulsional y buscar satisfacerlo sin renunciar a nada.
Las palabras son un límite, efectúan un corte, tienen un alcance. Las palabras son de algún modo la razón de ser de la poesía, intentar decir algo más que lo que puede ser dicho con meras palabras.
Creo firmemente que es necesario correrse del lugar del saber cuando uno habla, y efectivamente hablar desde el desconocimiento. No digo hablar sin saber, sino a sabiendas de que uno no es poseedor de La Verdad, a lo sumo es portador de alguna verdad… digamos propia (tan efímera como el terminar una frase, allí ya se cambió de lugar). ¡Y tampoco olvidarse que quien tengo enfrente (al lado, detrás, incluso por encima, o en la perspectiva que se nos antoje) tampoco posee La Verdad!
Por supuesto, es mucho más sencillo vivir de la verdad del otro que forjarse una propia, por frágil y temporal que sea, pero es mucho menos satisfactorio. El adormilamiento hipnótico en el que nos sostiene la palabra ¡y el discurso! del otro, es muy seductor y por sobre todo es muy cómodo para ubicarse en él. Siempre es mucho mas sencillo bajar la cabeza humildemente y decir “le pertenezco”, a sostener la mirada y tener coraje de alzar la propia voz, una que cuestione, una que pregunte “¿por qué no?”.
Freud planteaba como modelo de masa al ejercito y a la iglesia. Son dos ejemplos nada modestos, pero que uno puede tener a una distancia segura de decir “a mi no me toca”, y sin embargo…
Sin embargo, es necesario señalar como la masa poco a poco toma voz, como poco a poco hace sucumbir al sujeto enseñándole ideales y cristalizándolos en consignas. Asegurándole la trascendencia de sus ideales a futuras generaciones, y también el origen de las ideas a las que adscribe (“firme en la línea punteada por favor”).
Ese gesto contractual, performativo, que en el momento de darse se cumple, sencillamente es ceder la voz de uno, para que alguien mas haga uso de ella. No digo ceder la palabra, sino ceder la propia voz.
Es importante aclarar la diferencia aquí. Ceder la voz es desentenderse de decidir sobre aquello que el otro haga, pero sostenerlo a rajatabla, cueste lo que cueste. En otras palabras, caer en el “ismo”: fanatismo, personalismo, partidismo, todos los ismos refieren a este punto, el sujeto en cuestión no decide que se hace ni se dice, solo lo defiende ciegamente.
Ceder la palabra por otro lado, es dar lugar a que el otro participe, a que diga su posición, a que piense acerca de ello, interpelarlo y demandarle una postura propia. En este sentido quiero decir que ceder la palabra implica ser responsable y hacer responsable al otro del discurso que sostiene. Las palabras tienen peso, tienen uso, alcance, valor, pero principalmente tienen importancia. No siempre es lo mismo usar un término que el otro, por lo que resulta importante cuidar las palabras. La gramática, la semántica, existen desde que hay lenguaje, existen desde que hay hombres (en tanto que seres hablantes, no en tanto su genitalidad), léaselo fonéticamente si
se puede. Desde que hubo regulaciones y formalizaciones acerca de estas, siempre hubo una policía que la resguarde, hoy por hoy llámese la RAE si se quiere. Pero pensar que se puede imponer a la fuerza una u otra, es no darse cuenta que se intenta ubicar en el mismo lugar policial respecto a quien hable.
El título que elegí para este texto, hace referencia a todos aquellos gadgets, el saber ya hecho… prêt-à-porter, que la sociedad propone, cursos de cómo ser (inserte aquí sustantivo tan descabellado como se le ocurra: actor, artista, padre, madre, militante, o lo que se le ocurra) algo, de manera virtual o presencial. Soluciones hechas a la medida del usuario, antes de que este siquiera se encuentre con el problema…
¡Ah, pero eso sí, una vez que me hago con esa verdad que me compré y me la aprendí de pe a pa, te la defiendo a muerte!