Gisèle Ringuelet
Consultorios: Gonnet (La Plata), calle 23 Nº 2769 e/504 y 505. En Buenos Aires, Mansilla 2410- 2ºA.
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Miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL) Sección La Plata y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP).
Miembro del Centro Descartes hasta noviembre de 2019.
Integrante de La Red de la EOL, dispositivo Institucional de consulta, orientación, derivación y tratamiento para adultos, niños y adolescentes.
Responsable de la Antena Autismo de la ciudad de La Plata perteneciente al Observatorio sobre Políticas del Autismo y dependiente de la Federación Americana de Psicoanálisis (FAPOL)
Autora de diferentes artículos en libros y revistas.
Segregaciones odiosas.
“Los Nadies”. Eduardo Galeano (fragmento)
Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados,
corriendo la liebre, muriendo la vida,
jodidos, rejodidos.
Vivimos en una época de segregaciones cada vez más marcadas que indican una radicalizada intolerancia hacia el otro.
Lacan fue anunciándola en diferentes momentos de su enseñanza y no es casual que en las Jornadas sobre las psicosis en la infancia propiciadas por Maud Mannoni, en 1967, avizorara una segregación sin precedentes que se estaba perpetrando en las culturas.
En ese momento Lacan habla de la locura, pero no sólo de la locura psicótica sino de la locura generalizada en la que estamos todos involucrados.
Indica, además, que el psicoanálisis debe abandonar “un fantasma postizo, el de la armonía alojada en el hábitat materno” (1). Y considera que si no se levanta este mito entre el niño y la madre es el cuerpo del niño el que responderá.
Para Lacan es imprescindible abordar el lenguaje bajo el signo de la desdicha para evitar los estragos que la pedagogía de la adaptación produce.
Segregar implica rechazar a otros por ideas, razas o creencias diferentes y conlleva un rechazo a saber, ¿a saber sobre la soledad estructural que implica la imposibilidad de hacer Uno con el Otro?
Pasaron más de cincuenta años de la advertencia de Lacan y los efectos de segregación se encarnan con mayor crudeza en diversos grupos, culturas y personas.
En momentos donde lo jurídico ordena la vida de las personas nos encontramos con los denominados “ilegales”, un grupo que se encuentra disperso y es segregado en diferentes latitudes.
José Saramago en diciembre del ‘98 escribe una carta abierta a la solidaridad donde solicita “que ningún hombre o mujer sea excluido de la comunidad humana”,al negarles los papeles que indican el lugar de residencia, el nombre, fecha de nacimiento, de cada ciudadano.
En esta carta afirma, coincidiendo con el psicoanálisis, que si bien “la identidad de una persona no es el nombre que tiene, el lugar donde nació, ni la fecha en que vino al mundo”y que “nadie, verdaderamente, puede decir quién es”, advierte que “negarle a alguien el derecho de ser reconocido socialmente es lo mismo que retirarlo de la sociedad humana”. Los efectos de segregación que se multiplican van comandados por afectos como la ignorancia o, peor aún, por el odio, que a diferencia de la ira es capaz de estrategias (2).
En Argentina se presenta un abanico muy amplio de manifestaciones agresivas, encolerizadas, donde quienes
administran el Estado también participan. Un ejemplo es el llamado "gatillo fácil", por el que muere (según datos de la organización CORREPI) un joven pobre a manos de la policía cada 13 horas, aunque ello no aparezca en los titulares de los medios.
En ámbitos nocturnos, como los bailes o boliches, donde los jóvenes supuestamente van a divertirse, y hasta hace pocos años constituían un lugar de encuentros, ahora surgen a la par las fiestas electrónicas, entre otras, donde cada uno baila habiendo ingerido alguna droga de diseño y cada tanto la muerte de uno o de varios alerta sobre esta alienación que coquetea con el exceso. Además este verano de 2020 en los boliches bailables o fuera de ellos se reiteraron las golpizas (a veces con el uso de armas) propinada sin ton ni son a cuerpos de jóvenes sin posibilidad de reacción, finalizando algunas con la muerte.
Si bien estos hechos no son nuevos y ocurrían de manera "aislada" y sin mayores consecuencias para los homicidas, este verano se incrementaron, y uno de ellos, el asesinato de Fernando Baéz Sosa, que se viralizó por las redes sociales y se difundió por diversos medios de comunicación, tomó un inédito estado público.
En este suceso lamentable, la variedad de pruebas muestra cómo un grupo de jóvenes planificó, se regocijó, e iba a festejar la muerte de otro joven de su edad. El festejo, que no pudo ser tal, era para regodearse por haber matado a un muchacho diferente a ellos, paraguayo, de origen humilde, estudiante, y
que además osaba ir a vacacionar al balneario donde ellos estaban. “Caducó”, como si fuera una cosa, un artefacto que no funciona más, fue la palabra que usó uno de los asesinos para decir a sus compañeros que Fernando estaba muerto.
Este grupo de diez o más jóvenes que participaron de este asesinato, lejos de ser extraterrestre, vive y se relaciona en diferentes ámbitos y con otras personas, lo que indica que este puñado de individuos no está aislado y por ende no son los únicos que maltratan y segregan a los "boliguayos". Las segregaciones, acompañadas de odio y venganza, que según el contexto (país o región) cambian el grupo al que van dirigidas, se multiplican vertiginosamente, siendo su lógica de rechazo y de humillación.
En la lógica del amo moderno, que Lacan ubica como el discurso capitalista, el valor de la vida puede ser negado hasta el extremo de liquidarla, convirtiéndola en un desecho.
En esta lógica el deseo se eclipsa y el hedonismo rige los actos. Al tiempo que el empuje es a gozar. No te detengas, ¡goza más!... es el imperativo superyoico actual.
Este discurso capitalista, como escribe Hebe Tizio, propicia dos figuras que forman parte de la misma lógica: el individualismo y la colectivización, (3) y por las que una misma persona pueda pasar de una a otra según la circunstancia que esté viviendo.
El individualismo propicia el amor a sí mismo y éste es inseparable de "la visión del otro como enemigo" (4) mientras que la colectivización implica a conjuntos de personas que están unidos bajo una misma forma de gozar y algún rasgo
común. Aunque debemos estar advertidos que "en la actualidad no se trata tanto del jefe –S1-, sino más bien del poder pero en red" (5) ya que vivimos en una época donde el enjambre pasa a ser la modalidad de S1 y hay un apogeo del objeto.
Tanto en el individualismo como en la colectivización el sujeto desaparece, se diluye su subjetividad y por ende su palabra; retornando en ambas posiciones el exceso (goce) con vestimentas diferentes que van desde la soledad al acto criminal.
Encontramos entonces el colectivo que homogeniza a un conjunto de personas bajo una palabra común que va mutando y que ahora podemos ubicar como los “ilegales”, los “jóvenes pobres” o los “bolitas y paraguas”, personas que lejos de ser escuchadas en sus particularidades se convierten las más de las veces en el residuo de las sociedades, en un objeto desechable. Pero también nos topamos con otro colectivo, como el grupo de jóvenes que mató a Fernando y que eligió un pacto de silencio frente a las indagatorias judiciales, que anula las palabras particulares de cada involucrado.
Este último grupo, que tuvo por objetivo matar a otro joven, muestra en su accionar compartido que estamos en una nueva lógica colectiva que modifica a la freudiana porque en esta lógica hay un desafío a la identificación y el objeto de goce es el que comanda una nueva forma de funcionar (6).
Al no haber palabras es el horror el que inquieta a los ciudadanos, que a veces se manifiestan masivamente como en la multitudinaria convocatoria del 19 de febrero pasado frente al
Congreso de la Nación, pidiendo justicia por el crimen de Fernando Baéz Sosa.
Pero en estos momentos no está vigente lo colectivo sino su reverso: el retraimiento, la cuarentena obligatoria que se ha tomado en diferentes países y continentes en aras de la salud para todos los ciudadanos. Y, si bien el enemigo actual es el mismo virus, lo cual provoca la ilusión de que estamos todos en la misma, las diferencias existen, no somos iguales “de la misma manera si se tienen medios económicos” (7).
A diferencia de las años ’60, donde lo que unía a los sujetos colectivos era la “esperanza utópica” (8) y había ideales de amor y liberación, ahora estamos “en la cultura del pánico” (9), pánico que tiene un efecto dominó y del que tenemos que estar atentos sobre todo en momentos donde se declaró pandemia al coronavirus COVID-19 hace sólo unos días, el 11 de marzo. En febrero de 2002, uno de los momentos críticos de nuestro país, Germán García advertía que los argentinos tenemos más certezas que incertidumbres, más impotencia porque “la gente tocó un límite”, y que “es obvio que cuando se juntan muchas personas que sienten impotencia esto crea la ilusión de participar de una potencia colectiva” (10).
¿Cómo posicionarnos quienes practicamos el psicoanálisis en esta cultura del pánico y frente a una segregación cada vez más acuciante?
La creencia, y más aún la creencia en una armonía inicial del humano, nos puede conducir a lo peor, a crear significados,
goces cristalizados que conllevan certezas y que en situaciones límite provocan impotencia.
Tomar distancia de los discursos que nos circundan y no dejarnos sugestionar por las palabras del analizante facilitará intervenciones que hagan tambalear o relativizar esas creencias delirantes.
Si el psicoanálisis es una epidemia, como dice Miller, que hoy difiere de la actual pandemia del COVID-19, es una epidemia que propicia “un nuevo régimen de la palabra, un nuevo régimen de la relación con el cuerpo, una nueva relación con el goce” (11).
Ya Freud destacaba la importancia del narcisismo y sus trampas que conducen a ignorar los procesos pulsionales que nos determinan, por eso el hedonismo, como señala Laurent, es de corta duración porque “la lengua del cuerpo, que es la del goce, no autoriza ningún hedonismo feliz” (12). Diferenciar entre el “miedo-exclusión”, que conduce a rechazar al otro, y el “miedo-solidaridad” (13) que suscita un lazo de cooperación con el otro es sólo un primer paso aunque no basta para suscitar un deseo nuevo.
Intentar ir más allá es el esfuerzo que cada practicante del psicoanálisis tendrá que realizar para propiciar que se definan y delimiten los imposibles de cada cultura y sujeto.
Notas:
1) Lacan, Jaques: "Alocución sobre las psicosis del niño" en Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012 pág. 387
Notas:
2) Tatián, Diego: Reportaje en Estrategias. Psicoanálisis y Salud Mental. Dossier: La ira y las pasiones tristes, Auspiciada por Servicio de Salud Mental-Hospital Interzonal General de Agudos "Prof. Dr. Rodolfo Rossi"- La Plata, 2015, pág. 15
3) Tizio, Hebe: "Individualismo y colectivización" en Freudiana Nº 12, Escuela Europea de Psicoanálisis, Cataluña, Difusión Ediciones Paidos, 1944, págs. 18 a 22.
4) Pulcine, Elena: "La pasión del hombre moderno: el amor a sí mismo" en "Historia de las pasiones" Losada, España, 1998, pág. 174
5) Musachi, Graciela: Fantasmas colectivos, UNSAM Edita, Argentina, 2015, pág. 82
6) Laurent. Eric: El reverso de la biopolítica, Grama ediciones, Argentina, 2016, pág. 24
7) Fajnwaks, Fabián: "Coronavirus: lo que el virus revela del mundo y la biopolítica" en Zadig España.
8) Vegetti Finzi, Silvia: "Introducción" del libro "Historia de las pasiones", op. cit. (4), pág. 16
9) Musachi, Graciela: Fantasmas colectivos, op. cit. (5), pág. 80
10) García, Germán: "Hay impotencia no incertidumbre", entrevista en La Nación, 17 de febrero 2002
11) Miller Jacques-Alain: Un esfuerzo de poesía, Paidós, Buenos Aires, 2016, pág. 21.
12) Laurent, Éric: El reverso de la biopolítica, op. cit. (6), pág. 11
13) Laurent, Eric: Ibíd, pág. 249