La obra de Raúl Zurita no se ha reducido sólo a la escritura de libros, sino a una larga trayectoria en performance, instalaciones, música, escritura en los cielos y acantilados con poesía. En él, hay un antes y un después de que su vida dedicara por entero a los asuntos del arte, hubo un episodio que cambia su historia. En soledad y en la total desesperación encerrado en un baño, en el contexto del horror de la dictadura militar chilena, se quema la cara. En medio de esta escena vienen imágenes en que hay un vislumbre de la “felicidad”, que posteriormente le permiten hacer un nuevo arreglo entre vida y obra. Dice que estaba al borde de la locura, refiere que sobrevivió imaginándose poemas escritos en el cielo, poemas escritos en el desierto. Fue su forma de sobrevivir “era mi forma de no volverme loco.” (1)
Se da cuenta de que hay una hegemonía de la palabra por parte de la dictadura militar. El fascismo impone una patria idealizada. Ante eso Zurita propone literalmente re-escribir esa patria en el cielo, en los acantilados y en el desierto. Esto es porque ese territorio, es primero una construcción poética. Y que estos paisajes fueron los únicos capaces de recibir con compasión a los muertos arrojados a ellos, los detenidos desaparecidos arrojados en ellos.
Su obra la divide en maneras de lo que puede o no ser dicho: El infierno es el horror y el dolor indecible; como su otro extremo la experiencia del amor también hay un indecible, a la que llama Paraíso. La vida cotidiana concreta está entre esos dos