Para el psicoanálisis lacaniano, la función de lo escrito es diferente a la escritura literaria. Para hablar de dicha función, Lacan nos va a remitir a la lengua china donde se trata del trazo. Nos dice Eric Laurent: “En contraste con la escritura alfabética, los elementos de la lengua escrita china conservan un sentido, bien que el referente continúa escapando y que permanece imposible de designar”. Una grieta irreductible se abre entre escritura y palabra: algo escapa a lo significante, por ende, al sentido.
La reflexión y la comunicación no guían la escritura, siempre se termina escribiendo lo que no se quiere, quedando el autor desbordado por el proceso mismo de la escritura. El estilo del escritor es una forma sin objetivo, el producto de un empuje, no de una intención. Según Alejandra Eidelberg, “El sufrimiento lo empuja a escribir un texto y, en ese mismo texto, el narrador-artista también explicita sus limitaciones para poder hacer otra cosa que escribir ficciones ante el sufrimiento” (Revista Ancla 3, 163). El alma del escritor es una forma de despegarse de uno mismo asumiéndose. Es una manera de considerar la vida, sufrirla, de estar parado frente al goce, tocando de tanto en tanto ese vacío. Un escritor porta en sí mismo una contradicción y también un sinsentido.
Para el poeta, uno de los escritores que nos interesa, hay un camino: intentar separarse de lo enredado, de su propia imagen, para llegar hasta el borde del lenguaje, al silencio, a la página en blanco para que surja el poema. Nos preguntamos
Frente al todo lleno que nos empuja la civilización con la promesa del goce absoluto, se requiere de un tiempo de espera, cierto vacío, cierto tiempo de comprender, para hacer escuchar lo que no se dice. Como dice Marguerite Duras en Escribir: “la escritura llega como el viento, está desnuda, es la tinta, y pasa como nada en la vida, nada excepto eso, la vida”. Continúa relatando que el acto de escribir es “lo que escribiría si escribir fuera posible”, maneras de decir que tanto el acto analítico como el acto poético se sostienen en ese imposible que no se sostiene en el Otro.
La poesía, permite la construcción de un camino que va del sentido a la posibilidad de la apuesta del sinsentido del encuentro contingente; la aparición de la letra en su función radical. Seres hablantes, sexuados, mortales, que de la imposibilidad de la relación sexual y gracias a lo contingente podrán hacer surgir lo necesario y posible de las vidas.
Si pensamos en la función de lo escrito en Psicoanálisis, diremos que en el discurso analítico se trata de aquel decir que escapa a los dichos, algo del goce cernido, localizado y develado por la marca singular de lo escrito que bien dice Lacan “(…) no es de la misma calaña, (…), que el significante” (Seminario 20, 1991,40). Hay escritura porque hay algo imposible de aprehender, de decir y de escribir. Y la forma precisa de ese escrito dibuja la singularidad con la que cada cual está a solas.
Signos
Hacia 1915, en Ginebra, vi en la terraza de un museo una alta campana con caracteres chinos. En 1976 escribo estas líneas:
Indescifrada y sola, sé que puedo
ser en la vaga noche una plegaria
de bronce o la sentencia en que se cifra
el sabor de una vida o de una tarde
o el sueño de Chuang Tzu, que ya conoces
o una fecha trivial o una parábola
o un vasto emperador, hoy unas sílabas,
o el universo o tu secreto nombre
o aquel enigma que indagaste en vano
a lo largo del tiempo y de sus días.
Puedo ser todo. Déjame en la sombra.