Los motivos por los que viajé por África:
Mi nombre es Fernando Duclos y, por alguna cuestión que no podría precisar, y que mezcla un profundo amor por conocer las diferentes culturas del mundo con una enorme curiosidad por lo que no se nos suele mostrar, desde chiquito, desde aquella vez que mis padres me regalaron a los 4 años un planisferio y me empecé a memorizar todas las capitales, soñaba con conocer África.
Por eso, en 2013, aprovechando varias circunstancias que se produjeron en mi vida, dejé el trabajo en el que estaba y arranqué la travesía, aquel viaje por el que llevaba años esperando. Saqué pasaje a Etiopía, así, en un rapto, porque ciertas cosas, creo, no deben pensarse mucho, y en septiembre comencé el camino. Dejaba atrás el dolor de espalda de la oficina y lo cambiaba por otra molestia que, de todas formas, me encantaba y hasta me daba gusto: la mochila sobre los hombros, y todo su peso, esa fiel compañera de ruta.
Mi objetivo de viaje, era, sin dudas, sacarme esa espinita que, desde que era muy chico, tenía y que tenía que ver con caminar el continente más “desconocido” del mundo, disfrutarlo, sentir el placer del descubrirlo. Pero, además de ello, y más allá de la motivación personal, y relativa a los sentimientos, también quería ver de primera mano ese territorio del que muchas leyendas se tejen, pero, sospechaba, poquísimas verdades. Y así, recorriendo, preguntando, siempre con ojos y oídos atentos, pude darme cuenta de algo que ya entreveía desde Argentina: la percepción que tenemos del Continente Negro está completamente contaminada con lo que los medios no(s) transmiten. Allí donde todos pensamos, porque nos lo dijeron y mostraron, que sólo hay hambre, corrupción, guerras, enfermedades, pobreza y cleptomanía, también hay música, hay proyectos, hay mucha esperanza para lo que se viene, está lleno de estudiantes, una clase media que emerge rápidamente después de los conflictos armados, hay, por todos lados, y en cada cuadra, cada fueguito que se prende en cada barrio por si falla la luz eléctrica, muchísima voluntad y energía de cara al futuro, y un enorme anhelo de progresar cada día.
Estuve, a lo largo de casi nueve meses, en catorce países, a dedo, en tren, en barco, en ómnibus, siempre viajando con los locales: empecé en Etiopía y terminé en Sudáfrica, con escalas intermedias en Somalía, Rwanda, Burundi, Zimbabwe, Swazilandia y todos los países que conforman la Costa del continente en el Mar Índico. Desde entonces, desde que volví a mediados de 2014, me aboqué a la tarea de escribir un libro, que, básicamente, refleje un poquito de lo que me fue aconteciendo en este hermoso continente, vivencia, anécdota e historias, pero que no intente dar ninguna lección ni transmitir ninguna enseñanza. Ya está lleno de páginas que tratan –y creen que lo logran- de explicar África con ojos occidentales, y lo cierto es que, siempre, aun cuando el autor tenga las mejores intenciones, la misión se revela incompleta: es tan poco lo que sabemos de estas tierras que, al viajar por ellas, el principal aprendizaje consiste, justamente, en que uno logra dimensionar su ignorancia. Y eso lleva tiempo, ruta, viento en la cara, preguntas, desconfianzas, sonrisas, almuerzos, caminatas, sudor, miradas , diálogos, esperas… hasta que se logra.
Así, el libro, en el que retomo muchas de las crónicas escritas y publicadas en la página “Crónicas Africanas” durante el trayecto, simplemente intenta dar a conocer un poquito más de las historias, las culturas, las gentes de esos países, sin tener ninguna ínfula moralizante ni intención pedagógica. Espero que lo puedan disfrutar así como yo disfruté el camino y que, al cabo, al terminar de leerlo, se despierte en algún lector el deseo de visitar algún pueblito namibio, de compartir un té en Zánzibar o de pasear por el mercado de camellos de Hargeisa. Con eso, con haber dado a conocer a alguien un poquito más de este maravilloso mundo, estarémucho más que satisfecho.
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