EL LAZO SUTIL CON EL AUTISTA
Del 2010 al 2012 tuvo lugar en el Departamento de autismo y psicosis en la infancia del ICBA una investigación sobre el diagnóstico y tratamiento de niños autistas y psicóticos en la Argentina. De las 192 fichas, mayoritariamente diagnosticados como TGD, solo un tercio recibió el diagnóstico analítico de autismo.
Estos 68 niños, mayoritariamente varones, fueron recibidos entre los 2 y 7 años, y trabajaré la manera en que el analista puede entrar en contacto con el niño y su caparazón.
En esta investigación, no todos los casos de la Argentina fueron estudiados, no todas las informaciones fueron encontradas, no todos los niños presentan un largo tratamiento, no todos los detalles están incluidos. Pero de algo podemos estar seguros: todos los casos son diferentes puesto que cada niño es único.
El caparazón autista
Los diagnósticos contemporáneos acentúan la falta de relación del niño autista y sus dificultades de comunicación verbal. Pero la relación no está ausente sino que manifiesta un “lazo sutil”: hay que dejarse enseñar por el niño autista para entender cómo acceder a él.
Hay iteración del Uno, como lo expresa Jacques-Alain Miller, por su modo privado de gozar de lalengua, pero no hay cuerpo en el autismo, de modo tal que su ausencia repercute en su uso de lalengua sin lenguaje.
Cuando el niño autista llega, rechaza todo contacto intrusivo con el otro para ese borde encapsulado casi pegado a la superficie de su cuerpo. El desplazamiento de este caparazón es posible a través de la articulación de intercambios con el otro, experimentado como menos amenazante. Se busca construir una especie de “espacio de juego”. Estos intercambios en lo real –incluso si tienen un apoyo imaginario- en el que interviene la metonimia de objetos, producen un desplazamiento del borde, así como la emergencia de significantes que terminan por integrarse a la lengua privada del niño. A veces, el “objeto autista” con el que el niño se desplaza se incluye también en el circuito de objetos.
El psicoanálisis permite separarse del estado de repliegue homoestático sobre el cuerpo encapsulado y pasar a un modo de subjetividad del orden de un “autismo a dos”. El analista se vuelve así el nuevo partenaire del sujeto, fuera de toda reciprocidad imaginaria y sin la función de interlocución simbólica.
La sutileza del lazo con el autista
Un analista se sienta junto al niño sobre la mesa a pesar de su vivo rechazo. Articula un arriba-abajo que el niño repite con dos sílabas, gui-ga, saliendo de su mutismo. El analista, sin dirigirse directamente al niño, sostiene la oposición de silabas del lado del niño. Se inicia así un intercambio de objetos y la construcción de un circuito de desplazamientos que incluye el espacio y nuevas silabas.
Una niña se tira al piso con los brazos en cruz, la analista la imita tirándose en el piso con los brazos en cruz a su lado. La niña se dirige por primera vez a su doble apoyando su cabeza sobre su hombro, e inicia así el contacto corporal y el trabajo sobre los objetos. Todo transcurre en silencio, y abre así la brecha que las aproxima.
Un niño permanece escondido bajo una mesa con los dos autitos con los que se desplaza pegados a su cuerpo. La analista le envía un autito bajo la mesa, y el niño se lo reenvía. En este va y viene se inicia una trabajo con los autitos en la que se incluyen analista y autitos en su mundo cerrado.
Otro niño de 7 años se tira al piso tapándose los oídos, gritando y llorando, en un estado alucinatorio. Al ver su reflejo en el vidrio grita y se tapa la boca con la mano; llora y se tapa la cara con un libro. Se sienta detrás del analista y hace sonidos marcando un ritmo con los dedos. El analista repite el mismo sonido, y el niño responde a través de nuevos sonidos. Las miradas se ocultan de uno y de otro, hasta que finalmente un día el toma la mano del analista.
En estos cuatro casos, el analista logra ponerse en contacto con el niño sin intrusión: se ubica junto a él, sin dirigirse directamente a él, a veces en silencio, sin mirarlo, apoyándose en pequeños objetos o en la alternancia de sílabas. Pero el desplazamiento del caparazón autista no consiste solamente en entrar en contacto con el niño sino también en lograr que amplíe su mundo.
Un niño de 4 años deambulaba en la institución en silencio, inclinando la cabeza excesivamente hacia atrás en los espacios abiertos, casi al borde de caerse, o bien se pegaba al piso en los espacios cerrados. Se le ofrece un plano intermedio, un puente para su auto Una vez erguido ese cuerpo desparramado, pasa a dibujar líneas que une puntos, y luego, vuelca los trayectos en un papel. Divide luego el papel en cuatro y en cada uno de los cuadrados incluye el nombre de un miembro de su familia. El significante “escuela” inaugura la serie de escritura de la lista de palabras que va pronunciando saliendo así de su mutismo inicial.
Un niño de cuatro años trabaja a solas en su construcción de series escritas en papeles cada vez más sofisticadas, sin hablar, en las que incluye los nombres del día de la semana asociados a los números, los compañeros de clase, los meses del año, los nombres de la Biblia, haciendo uso de su prodigiosa memoria. Las series son reemplazadas luego por el recorrido del autobús que lo lleva al consultorio, y de los mapas de las calles que memorizó, situando a su analista en el interior del mapa, de modo tal que se vuelve un organizador central de
La sutileza del lazo transferencial
En todos los casos se trata de captar el modo sutil a través del cual el niño permite que el analista se sitúe a su lado. Y a través de las mil y una maneras de aproximarse a un niño autista, se logra un desplazamiento a través de las invenciones del sujeto. Esto le permite vivir en un mundo más amplio, con nuevos recursos, dentro del singular funcionamiento que lo particulariza.
Trabajo presentado en las Jornadas sobre autismo de la Escuela de la Causa freudiana, París, octubre de 2012.