Tomás Hoffmann
Sospechaba que algo andaba mal; aunque pareciese lo contrario. Iba rigurosamente/ religiosamente a cada una de las varias sesiones semanales: Allí no llegaba tarde; trabajaba en eso y para pagarlas sin darme cuenta que el costo era la postergación; pero ya habría tiempo. Siempre lo habría. 50' tres veces por semana durante años implícitamente me lo aseguraban. Entre otros cálculos, menores, estaba aquél del costo en dinero que tenía cada minuto de sesión de 50’; simultáneamente me resultaban ridículos aquellos pacientes que hacían la ecuación: años de sesión= departamento no comprado. No sabía claramente por donde estaría mi 'ganancia'.
Ese día se me había generado un vacío de relato: disponía de un sueño que había tenido la noche anterior, que no me causaba ni enigma ni interés en particular. Sin embargo: 1. servía para llenar la sesión; 2. como lector y estudioso de Freud sabía que debía relatar todo aquello por más anodino, irrelevante o censurable que se me cruzara por la cabeza; 3. La interpretación de los sueños era la vía regia de acceso al inconsciente; 4. alguna vez me había sorprendido encontrándole sentido interesante a algún sueño por el cual no había apostado mucho; 5. había caído en la trampa cuando interpreté cómo un elogio un comentario de mi analista de entonces, quien había dicho, acerca de un sueño que sí me había resultado relevante, enigmático, pero opaco: “¡Qué sueño