Rosario Pérez Blanco
Nace en Madrid y está afincada en Granada desde el año 2005. Licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación. Trabaja en un Instituto de Granada y combina su vocación literaria con su destino docente. Ha sido miembro de la Asociación Prometeo de Poesía; del grupo poético Aula de Encuentros del Círculo de Bellas Artes de Madrid y de la Tertulia del Salón de Granada. Ha publicado los libros de poesía:
Travesía Peligrosa (1999), en la colección Cuadernos de Poesía Nueva de la Asociación Prometeo; y
Naufragios Transparentes (2007) en la editorial Port Royal
. Ha participado en la edición conjunta de los siguientes libros de relatos:
El tam tam de las nubes (2008)
Amor en Tabletas (2010),
Bloody Mary (2010), Deseo, Heridas y otras Insignificancias (2011)
Es autora de la novela
Un profesor en suspenso y de numerosos relatos, también inéditos.
Un hallazgo inesperado
Algunos compañeros suyos, tras la crisis del ladrillo se habían reconvertido en agentes comerciales,rehabilitadores de edificios o diseñadores de interior...,pero cuando a Carlos le dieron el finiquito, no supo qué camino tomar. Había hecho dinero, había tenido su recompensa, pero a decir verdad estaba harto de dirigir odiseñar proyectos a destajo y empezaba a darse cuenta de que habíahipotecado los mejoresaños de su vida en una constructora. Tenía cuarenta años ¿no sería el momento de darun golpe de timón y desarrollar su vocación de marino?¿Y si primero navegarapor el Mediterráneo?¿Se atrevería después a cruzar el Atlántico y rematar la hazaña con el Cabo de Hornos?Y tras la aventura¿encontraría un lugar para asentarse en el soñado Pacífico?
Aquel lunes estaba aburrido. Sin interés por la novela negra que estaba leyendo,salió a darse una vuelta por las calles próximas en lasque abundaban tiendas de firma ypequeñas boutiques. Ningún escaparate por vistoso y llamativo que fuera captaba su interés. Ni los comercios de diseñadores locales, ni la ropa de marca que tiempo atrás hubiera absorbido su atención, podían ese día distraerle. Tampocoel trasiego de mujeres estilosas y elegantes saliendo de compras por esas tiendas tan chic de la ciudad,lograban sacarle de su abulia.
Caminó sin rumbo, traspasando los límites de su barrio. Atravesó la gran avenida que dividía la ciudad en dos y accedió a su casco antiguo. No sabía el porqué de su itinerario. No solía
frecuentarlo. Pero después de ese trayecto de media hora la diferencia era notable. Donde un tiempo atrás prosperaron boyantescomercios, buenos restaurantes y concurridos locales de ocio, ahora se palpaba decadencia y abandono.
Dejándose llevar por el flujo de inmigrantes y jóvenes, siguió adentrándose en el corazón del barrio.Abundaban los comercios regentados por asiáticos. En los chaflanes grupos de hombres fumaban o trapicheaban a las puertas de los bares que ofrecían económicos menús. Sus pantalones de pinzas, sus mocasines y su cuidado aspecto no pasaban desapercibidos.Pero movido por no sabía que resorte, continuó adentrándose por la calles.En una esquina se cruzó con un hombre maduro de aspecto magrebí. Caminaba despacio y su aspecto negligente le hizo llevarse la mano a la cartera. Cuando estuvo a su altura le paró para preguntarle la hora. “Bonito reloj”, dijo y Carlos le sostuvo la mirada temiendo por su Longines de oro. Evitando que el miedo y los prejuicios le jugasen una mala pasada, le contestó con rapidez: “las siete de la tarde.” Aquella mirada, había entradoprofundamente en contacto con la suya y lejos del desafío que Carlos había sospechado, primaba la determinación y la intensidad. “El tiempo vuela, no podemos perderlo”, añadió y agradeciéndole el gesto se marchócomo había venido, pausadamente. Carlos se detuvo bajo la cubierta de un comercio y siguió sus pasos hasta perderlos definitivamente en aquel entramado de calles concéntricas. Con renovada energía cayó en la cuenta que se habíandispersado su abulia y su malestar. No quería alejarse de aquel lugar por
miedo a perder la fuerza que aquel hombre de aspecto indigentele había transmitido. Estaba junto a una almoneda. Continuó allí un rato más y echó un vistazo al rótulo de compraventa de antigüedades que había en la puerta. Sorprendido al ver expuestos enseres de desguaces de barcos y otros objetos antiguos, entró. Había muebles auxiliares en maderas de caoba con refuerzos de latón, vitrinas con brújulas, barómetros y apliques de barco; siguió franqueando la tienda entre estrechos pasajes conbitácoras envueltas en polvo hasta alcanzar las estanterías del fondo donde se apilaban los libros. Observó sus cantos. Destacaba uno con el lomo amarillo. Lo extrajo del montón. Le resultaba familiar. Estaba estropeado pero era la misma edición que el que le habían regalado al cumplir los catorce años,Las aventuras de Arthur Gordon Pym,de Edgar Allan Poe. Sonrió al reconocer la lectura juvenil que había despertado su curiosidad por las largas travesías y losmisterios del mar. Aquel libro, que se había extraviado en alguna mudanza,le había ensanchado loslímites de la realidad y avivado su imaginación juvenil. Sopló el polvo que se acumulaba sobre el canto,lo abrió. En la primera página reconoció la dedicatoria y la firma que veintiséis años atrás le había escrito su tío Antonio quién le inició en la vela:
Solo hay una vida para hacer los sueños realidad. Para Carlos, con cariño, su padrino. Madrid, 23 de Mayo de 1980.