Paola Dueville
Santiago, 1970.
Estudió traducción e intérprete. ELADI
Es profesora de Educación Física. U.M.C.E
Diplomada en artes mención gráfica digital. P.U.C.
1994. Beca Soinde y Goethe institut dictada por Antonio Skármeta.
1997-1998. Beca talleres literarios José Donoso dictada por Carlos Cerda.
Ha participado en los talleres literarios de: Pía Barros, Diamela Eltit, Poli Délano y Pablo Simonetti.
2006 Beca de creación. Fondo de la cultura y las artes. Ministerio de Cultura.
2014 Beca de creación. Fondo de la cultura y las artes. Ministerio de Cultura.
En 1999 su novela Mall obtuvo el tercer lugar en el Pedro de Oña y mención honrosa en los Juegos Literarios Gabriela Mistral.
En el 2012 su novela Respiro obtuvo el primer lugar en el concurso Pedro de Oña, Ñuñoa y fue finalista en el concurso Contacto Latino, Ohio, USA.
Ha participado en las antologías: Música Ligera. Edit Grijalbo 1994- Cuentistas para el S XXI. Edit Dibam 1998-Basta. 100 mujeres contra la violencia de género. Edit Asterión 2011-100 cuentos contra el abuso infantil. Edit Asterión 2012
Espiga
El viento balancea los tallos de las espigas que rodean el huerto, donde los primos se revuelcan cerca de las plantaciones de choclo. Las puntas secas pinchan cuando quedan enganchadas entremedio de la lana de su chaleco.
Regresan a la casa de campo, rodeados de perros que ladran, aunque el brillo de la aureola les oculte la luna.
Antes de ingresar al salón rozan sus labios oyendo a los grillos alrededor de una vertiente.
Él se detiene frente a la última espiga enganchada. Con la punta de sus dedos la desprende del tejido para que no quede rastro de su paso por el pajar.
Los niños no lloran
Manuel se sube a la caja de bebidas para alcanzar el mostrador. Atiende a un cliente. Busca las botellas entre el pedido que recién despacharon con el delantal que su madre le colocó, que le llega hasta los tobillos. En la repisa acomoda y sacude una a una las botellas. Su madre bebe vino sacando cuentas con su calculadora. Sobre el libro del contador están las facturas cerca de las boletas.
Hace semanas Manuel no asiste a la escuela porque se queda trabajando en el negocio de su madre. Ni una sola lágrima sale de sus ojos al oírla comentar que lo retirará de la escuela por sus calificaciones.
Norte-Sur
El letrero indica un pueblo que no aparece en el mapa. Sin batería, sobre la berma, ni los pestillos se levantan. Por la neblina no distinguen a un camión que pasa. Oyen su bocina y ven las luces diminutas que rodean la cabina.
Los neumáticos levantan la humedad del pavimento. La regresan al cielo. La transforman en bruma que se impregna humedeciéndoles el cabello.
Empujan el auto en panne hasta un taller mecánico de mala muerte. El dueño se asoma con bata. Su señora les sirve café cargado mientras esperan sentados en un sillón con el tapiz raído, por las uñas de un gato con la cola poblada que se pasea pelechando.
Ella estornuda mientras él mira para otro lado cuando el gato negro, sin ni mancha, se cruza por delante.
La batería se recarga. Los pestillos suben. Entonces deciden continuar el viaje separados.
Él desciende y se queda en a un costado del camino esperando un bus para regresar.
Ella, sin despegar sus manos del manubrio, continúa por la carretera. Los truenos la hacen registrarse en un hostal. En la habitación, frente al televisor, espera hasta que pase la tormenta.
Río Maipo
Enrique enciende el motor para llevar a los niños a la escuela mientras Jacinta saca el pan amasado del horno. El vapor que
desprenden humedece el paño de cocina. La sangre lo mancha. Las espinas de la rosa mosqueta han herido sus yemas.
El viento levanta las sábanas sujetas con perros de madera que están dispuestos, uno al lado del otro, a lo largo del tendedero que cruza el patio mientras un sol tímido derrite la nieve, gota a gota, sobre el marco de la ventana mientras el pitido del viento se pierde entre las nubes ensombrecen las colinas.
Es tarde, piensa Jacinta. Por eso enciende el fuego para recalentar el estofado.
El horizonte se pinta de negro. Los copos descienden, su peso corta cables, como si el cielo estuviera desplomándose.
Debajo de una noche sin estrellas, un auto con balizas se detiene. Jacinta se coloca la chaqueta frente a la chimenea donde las chispas chocan y saltan recorriendo una parábola que se hunde quemando la alfombra.
Ya no queda más sonido que el del río Maipo, luego de oír que las ruedas del auto patinaron después de haber recogido a los niños.
Palomas
Desde que enviudé nadie me visita. La última vez cuchichearon que padecía demencia senil porque lanzo bolitas de miga a las palomas de la plaza Ñuñoa.
Sentado en el escaño veo sus patas siguiendo a las que aún ruedan sobre el pavimento.
Las campanas de la parroquia Nuestra Señora del Carmen me levantan junto a mi bastón. Antes de regresar al departamento me detengo frente a los chorros de agua que, desde el centro de la fuente frente a la municipalidad, suben con fuerza hacia el cielo azul. Las tres banderas flameando me llevan hacia un océano inmenso donde navego sobre la línea del horizonte, desde donde visualizo tierra a la vista.