El día que llegó a su nuevo hogar, trajo consigo los últimos artículos de decoración, dejó todo arreglado, botó la basura, acomodó los sillones. De pie en el centro del salón, contempló la perfección lograda, sacó un revólver y se disparó en la sien.
Árbol GenealógicoNadie visita la casa del abuelo, ya no tiene familia.
Él sí va a verlos, es fácil. Están todos juntos, enterrados bajo el árbol del patio trasero.
“Estoy enamorada de Gabriel”, me confesó Sara cuando tenía seis años. Con infantil compasión, le aclaré que mi amigo Gabriel nunca se enamoraría de ella, pues él sólo ama a otros hombres. Sara frunció el ceño y preguntó por qué no podía amar también a las mujeres o a las niñas. “No es algo que él pueda decidir, hija”, repliqué. Con testarudez, me aseguró que a partir de aquel día, elegía amar a las mujeres. Negué con la cabeza, riendo y acaricié su pelo.
Este sábado, Sara va a casarse con Martina.
Yo no podría estar más feliz por ella.
Su voluntad cayó de bruces ante los pies de la mujer vestida de negro. Para su sorpresa, ésta se agachó, le apretó los nudillos y murmuró: “Corre, es ahora o nunca”. Pasmada, la prisionera se incorporó con torpeza, contempló a su salvadora. Le habían dicho que su crueldad no concedía clemencia. Sin embargo allí estaba, brindándole la libertad sin más.
Los uniformados se voltearon para seguirla en su retirada.
Entonces la prisionera se dio vuelta, observó la lejana puerta abierta. Corrió con una sonrisa desbordante, la misma que apareció en el rostro de la otra mujer en ese instante, al mirarla de reojo. Un susurro que salió de sus labios fue la señal. Llegaba a la salida del paredón cuando interminables balas atravesaron su espalda. Alcanzó a escuchar las carcajadas de los soldados. Y rememoró el rostro piadoso y cálido de la religiosa.
Guillermina iba a encontrarse con Andrés. Se verían en el mismo lugar de siempre. Él solía regalarle una flor cada vez. Ella esperaba con ansias ese momento. Divisó la fuente a lo lejos, allí estaba, puntual como siempre. En sus manos tenía una rosa azul. Guillermina aceleró el paso. Andrés se había cortado el pelo, miraba en su dirección, aún no la había visto. Ella lo vio darse vuelta y abrazar a alguien. “Un conocido, tal vez”,
Cuando se encontraron por primera vez, el resto de sus vidas cambió para siempre. Crepitó de júbilo al verlo llegar. Juntos avanzarían por los caminos venideros, y como en toda relación, podrían terminar dañándose. Entendió que era inevitable. Tal vez fuera posible ir a la par, siempre y cuando se respetara el espacio personal. Si no, las consecuencias serían nefastas.
Sonriendo picaresco, el fuego pero se dejó seducir por la admiración que el hombre le profesaba, y permitió que se acercase.
Se ajustó el casco, preparado para la batalla, hoy daría su vida por la causa. Descendió del vehículo, corrió junto a sus compañeros en pos del enemigo, que aguardaba atrincherado tras las paredes de la Facultad.