Mónica Urrutia
Nació en el siglo XX, un día de mayo en la ciudad de Concepción, Chile. El año 1973 se recibe de Orientadora Familiar y Juvenil en el Instituto Carlos Casanueva. Trabaja en la Institución como profesora jefe y de Relaciones Humanas hasta el año 78. Renuncia para dedicarse a la Edución Popular, trabajo que realiza en distintas poblaciones marginales de Santiago, a través de La Vicaría de la Solidaridad y de Quecum (ONG). En los talleres con mujeres, en la Zona Norte de la capital, forma el grupo de teatro "La Desideria de Renca", una experiencia colectiva; escribe los libretos acercándose por primera vez a la escritura. En Quecum escribe libretos de Radioteatros, con temas sobre conflictos jurídicos populares los que son transmitidos por Radio Nuevo Mundo. En el año 90, se integra a los Talleres de Narrativa que dirige Pía Barros.Como cada jueves a las seis de la tarde, la niña entra en puntillas al silencio sacro y espera. Espera hasta que el hombre, seguro de soledad, la llama de lejos con su mano regordeta. Camina hasta el confesionario. Él abre la pequeña puerta, se sienta en el sillón y la invita a entrar, sentándola sobre sus muslos. Ella, en susurros, recita la lista de pecados aprendidos en un manual de confesión, mientras él, comienza a recorrerla lentamente, desde los tobillos, subiendo por las piernas, hasta las rodillas que tiemblan. Con su boca hunde el lóbulo pequeño, diciendo, quieta niña, quietita. Bordeando el calzón blanco, alarga dedos ansiosos y frota primero para luego acariciar los húmedos labios.
Cuando la niña calla, el hombre la aleja de sí y tomando su cabeza gacha la absuelve, vete en paz María Gracia y sé buena esta semana.
Entro lentamente a la Iglesia. Avanzando por la nave central y apoyada en el brazo de mi padre, recuerdo una tarde reciente: el temblor de tus manos, aferradas al volante del auto, esas manos jóvenes, pero sin la seguridad acostumbrada, me estaban hablando…¿Qué te pasa?... Me miraste como si lo supieras todo, como si te anticiparas a algo que yo debía entender.
Al llegar al altar, mi padre me deja ir, me acerco a ti, te miro, y te veo tan serio, tan otro, mientras mis manos acarician la madera oscura de tu ataúd.
PUNTOS CARDINALES
En un comienzo, los más próximos advirtieron signos de rareza en ella, luego, sin confesarlo, cada uno sospechó lo peor. Algunos temían una especie de locura leve, otros lamentaban la pérdida de una fémina por excelencia, los menos y muy en su interior, pensaban que tal vez...tal vez, tuviera un amante.
Antes que nadie tomara la iniciativa de aproximarse a ella para indagar, aconsejar, por supuesto con el tacto acostumbrado en la familia, una invitación suya les llegó para el sábado siguiente. En la lista incluía a sus seis hijos y nueras, a su padre, tías y tíos, algunas primas y a Pedro, su marido, el más sorprendido de todos, invitado a su propia casa.
Esta vez nada para comer, nada para tomar. La mujer radiante como nunca, se deslizaba en medio de los otros, ellos, entre susurros trataban de llevar una conversación con naturalidad.
Cuando llegó el padre, se completó el grupo. Entonces la dueña de casa les pidió que pasaran al jardín, todos salieron expectantes. Ella, ágil como una adolescente, subió a la terraza del segundo piso donde tenía preparado el globo, tal como lo viera en una película antigua.
Entró en él, se sentó y comenzó a elevarse, mientras una lluvia de papeles rojos caía, cubriendo a los visitantes, que sin dejar de mirar hacia el cielo y en cuclillas, los cogían leyendo sin comprender: “Yo, Amelia, limito al Norte con mi padre, al Sur con mi marido, al Este con mis hijos y al Oeste con el aburrimiento infinito”.