Lógica de la sesión corta
“Para Lacan, la sesión analítica es la sesión lógica”
1. Con esta indicación Jacques-Alain Miller ha situado en la orientación lacaniana un uso de la sesión analítica que se distingue del uso habitual que tiene para otras orientaciones o incluso para otras prácticas que no son la psicoanalítica. El uso y la significación habitual considera la sesión como una unidad objetivable en el campo del sentido, hace de ella una “unidad semántica”, es decir, una unidad de significación aislable y distinguible en sí misma, una unidad de significación que el sujeto podrá contabilizar en términos de un valor de cambio, ya sea en el registro del tiempo o en el del equivalente general del dinero. Tantas unidades de sentido por tantas unidades de tiempo, tantas unidades de tiempo por tantas unidades de dinero. La política y la gestión de esta equivalencia está en el fundamento de topda promoción de un standard para la sesión analítica.
En esta orientación, la sesión como unidad semántica seguiría el principio de una equivalencia entre significación y tiempo, o entre significación y dinero. Es cierto, por otra parte, que el empuje actual del discurso del Amo tiende a hacer de esa equivalencia una ley generalizable y la propia práctica del psicoanálisis parece no escapar fácilmente a esa inercia.
1 Jacques-Alain Miller, “El tiempo lógico (I)”, en el Psicoanálisis, Revista de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis 1, p. 17.
Pero en realidad, la experiencia del sujeto del inconsciente nos enseña que esa unidad semántica sólo se produce por la retroacción de la cadena significante sobre sí misma, por el hecho de que un significante sólo obtiene su significación por un segundo significante. Cuando se trata de la unidad de significación la cuestión es, pues, quién pone el último significante para dar esa unidad. Como en el conocido diálogo de Alicia con Humpty Dumpty, cuando la primera señala que “la cuestión es si puede usted hacer que las palabras signifiquen cosas distintas”, el segundo concluirá respondiendo que “la cuestión es quien manda, nada más”. Y, en efecto, en una práctica de la sesión regida por la unidad semántica, el Otro es el único que puede dar la medida de la significación de las palabras del sujeto.
La sesión analítica entendida como "sesión lógica" va a contracorriente de esta sugestión inducida por la propia estructura del lenguaje. La "sesión lógica" es, como ha señalado Jacques-Alain Miller, una "unidad a-semántica", una unidad que pone en suspenso la significación para reconducir al sujeto a la "opacidad de su goce", antes precisamente de que esa unidad se cierre sobre sí misma en la significación fálica.
Esta orientación nos plantea una suerte de clínica diferencial de la sesión analítica fundada en dos modos o dos usos del Uno.
La hipótesis que quiero plantear es que el uso de lo que llamamos "sesión corta" se funda no tanto en la duración cronológica de la sesión sino en un uso del Uno que el propio Jacques-Alain Miller situó en su curso hace ya un tiempo en la
enseñanza de Lacan. Es siguiendo esta lógica que podemos transmitir la ética implícita en nuestra práctica de la sesión que "corta" en oposición a la sesión que cierra o puntua la significación. La sesión corta viene a reintroducir así la discontinuidad del inconsciente freudiano señalando el corte necesario para hacerlo existir.
La práctica nos muestra que en un análisis pueden sucederse sesiones de un modo y del otro, sesiones que funcionan como unidad semántica a partir de una puntuación y otras, generalmente las más sorprendentes, que funcionan como unidad a-semántica en la lógica del corte, y que en realidad las segundas no podrían darse sin las primeras. La recíproca no es necesariamente cierta: es precisamente en la generalización de la sesión como unidad semántica que se opera el viraje a la psicologización de la experiencia y a la necesidad de establecer un standard para la sesión.
A este uso diverso del Uno en la sesión analítica corresponde también otra distinción que solemos hacer entre el tiempo epistémico, el tiempo de saber producido por el significante, y el tiempo libidinal, el tiempo de la pulsión en el que el sujeto hace la experiencia de la opacidad de su goce. La hipótesis que implica el uso de la sesión lógica es que la función del corte es la más apropiada para llevar al sujeto a dar una nueva respuesta a la pulsión, esa exigencia de satisfación inmediata de la que el síntoma es una formación, una satisfacción sustitutiva.
Si distinguimos aquí usos de la unidad, semántica o a-semántica, de la sesión debemos plantear entonces la pregunta sobre esta unidad misma.
Porque, en realidad ¿cuándo empieza y cuándo termina una sesión para definir su unidad? ¿Una sesión es lo que sucede entre qué y qué? ¿Empieza con el saludo entre analista y analizante? ¿Termina cuando el analista da por concluida la sesión, cuando el analizante se levanta del diván? Ocurren con frecuencia una multitud de cosas entre ese momento y el saludo de despedida, a veces lo más importante ocurre y se dice allí, en ese intervalo, o incluso un poco más allá, cuando la puerta ya casi se ha cerrado, o incluso un poco más allá todavía, cuando la puerta ya se ha cerrado... y el analizante llama de nuevo. Se olvidó el paraguas, o no recuerda bien cuándo es la próxima cita. Y ahí se juga a veces el destino de la sesión, el encuentro con lo nuevo... Como escribía Baltasar Gracián: la verdad siempre llega la última, y tarde, cojeando con el tiempo.
Decididamente, la sesión analítica no se aviene a ser tomada como unidad semántica clausurada entre dos momentos precisos. Entendida desde la vertiente del tiempo libidinal siempre puede abrirse un nuevo intervalo un poco más allá de allí donde había sido clausurada.
En realidad, el sujeto histérico, el que inventó con Freud el psicoanálisis y la propia sesión analítica, es el objetor por excelencia del Uno de la sesión como unidad semántica. A verces, puede no aceptar fácilmente la despedida, queriendo
reintroducir en la cadena significante su representación de sujeto por todos los medios, poniendo siempre de nuevo en el intervalo que va a cerrarse la última palabra. El sujeto histérico es la mejor objeción a la sesión entendida como intervalo cerrado entre dos significantes, entre S1 y S2, es una objeción fundamental a la lógica de Humpty Dumpty, a que sea el Otro quien maneje la retroacción del significante para puntuar la significación.
El analista puede poner punto final a la frase, pero el sujeto puede considerarlo sólo como un punto y seguido para seguir escribiendo la frase un poco más allá, y hacer de ese "un poco más allá" que estaba fuera del intervalo algo que forme parte del intervalo para darle su sentido más propio.
Lacan se refería así a esta virtud del sujeto histérico en su Seminario de 1971: "Cuando la histérica prueba que, una vez pasada la página, continúa escribiendo en el dorso e incluso en la siguiente, uno no comprende. Sin embargo, es fácil: ella es lógica."
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¿De qué lógica se trata? A la lógica binaria del significante, a la lógica del intervalo cerrado entre S1 y S2, a la lógica del Uno de la unidad semántica, del intervalo prefijado por un standard cualquiera, la objeción histérica hace aparecer otra lógica, una lógica que podemos llamar de intervalos abiertos, para seguir
2 "Quand l'hystérique prouve que, la page tournée, elle continue à écrire au verso et même sur la suivante, on ne comprend pas. C'est pourtant facile : elle est logicienne." Jacques Lacan, "D'un discours qui ne serait pas du semblant", 9 de Junio 1971. Texto inédito.
la indicación de Lacan en su Seminario "Aún" a propósito del goce femenino más allá del falo, allí donde introduce la necesidad de considerar la topología de los "espacios abiertos, es decir que excluyen su límite" para situar el goce femenino, ese goce de límites imprecisos, "envuelto en su propia contigüidad", para retomar otra expresión de Lacan al respecto.
Así, la sesión corta es una sesión que tiene en cuenta este campo del goce heterogéneo al goce fálico que querría contabilizar cada espacio, cada tiempo, con el Uno del significante del falo. En realidad, podemos decir que es este goce del Otro el que nos obliga a poner en suspenso de lado cualquier standard de tiempo y de encuandre para poder abordar el tiempo libidinal del sujeto, el tiempo de la pulsión que se envuelve en su propia contigüidad.
Esta otra lógica, que no es la de los intevalos o espacios cerrados sino la del corte de los espacios abiertos, es también, como saben, la lógica planteada por la paradoja de Aquiles que no llegará a alcanzar nunca a la tortuga. En efecto, los pasos de Aquiles, por muy rápidos que sean, siguen la lógica de las unidades semánticas, orientadas por el Uno contable del significangte fálico, y no atrapan nunca a la tortuga que es también, como el sujeto histérico, una tortuga lógica y sigue la recta de los números reales que funcionan como espacios o intervalos abiertos. Es sabido que con la contabilidad de los números naturales nunca podremos llegar a cubrir la continuidad del camino de los números reales. Siempre habrá
un nuevo intervalo abierto entre los dos que tomemos para cerrarlo.
Así, podemos intentar escribir estas dos lógicas o usos diversos del Uno de la sesión analítica con dos fórmulas que situen ese Uno en relación a dos funciones del otro.
Escribamos la fórmula del tiempo de la sesión "unidad semántica" del siguiente modo: 1+A, donde 1 es el significante fálico que cierra el lugar del Otro en un intervalo contable y sumable. Es la fórmula que conviene al standard cuantificador del tiempo de la sesión bajo el equivalente general que sea.
El analista que toma el lugar del Otro para manejar la significación del Uno fálico y hacer de la sesión una unidad semántica, se encuentra como Aquiles con la tortuga de lo real escabulléndose siempre un poco más allá.
En la lógica del Uno No-todo, hay que tomar cada elemento uno por uno, sin que puedan adicionarse ni cerrarse en un conjunto o un intervalo. Es una lógica que tiene en cuenta lo real y el objeto que queda como resto. El uso del Uno es aquí el uso del significante tomado como asemántico, significante sinb-sentido que apunta a ese resto fructífero, imposible de reciclar en el Uno de la significación fálica. La fórmula que podemos escribir para este uso del Uno en la sesión corta es entonces: 1+a, el Uno-no-todo más el objeto a.
1+a precisamente es la fórmula del tiempo lógico tal como Lacan la escribirá en su Seminario "Aún" al releer su texto de El tiempo lógico de 1945. Esta fórmula nos indica que bajo el "tiempo epistémico", el tiempo de saber ordenado por la lógica
retroactiva del significante, está presente el "tiempo libidinal", el tiempo pulsional en el que el sujeto es tomado como objeto a para la mirada de los otros. Ya no se trata aquí de la intersubjetividad, del tiempo intersubjetivo de la signiciación del Otro cuyo único límite posible era la respuesta de Humpty Dumpty a Alicia. Porque el Otro no es tomado ya como otro sujeto sino precisamente como objeto bajo la mirada de los otros. Es solamente en relación a este objeto irreductible al Uno del significante que el sujeto podrá alcanzar la certeza de su ser pulsional, es sólo en la prisa que este objeto hace presente que el sujeto podrá realmente concluir de una manera duradera.
La experiencia muestra que para acceder a esta conclusión, el analista debe transformar la espera en urgencia. Es en esta "inversión súbita"
3 de la espera en prisa, tal como Jacques-Alain Miller la ha definido, que el sujeto puede acceder a la certeza del acto.
Esta inversión lleva siempre la marca de una precipitación, de una suspensión del tiempo de comprender que se traduce en un acortamiento de la duración como experiencia temporal, un acortamiento que tiende a la dimensión del instante, aunque siempre vaya acompañado de un "algo más que un instante", de un resto libidinal no subsumible en su propio movimiento.
Señalemos ahora que en esta lógica una sesión no funciona como intervalo cerrado. El intervalo se produce más bien entre
3 Jacques-Alain Miller, "El tiempo lógico", El Psicoanálisis, Revista de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis 2/3, p. 190.
cada sesión tomada, ella misma, como un corte, único modo de apuntar a ese real que se escabulle.
Cuando el Uno de la sesión apunta a lo real, el tiempo de comprender, el tiempo epistémico de saber tiende a darse fuera de la sesión analítica, o mejor dicho, no tanto fuera sino entre sesión sesión, en un intervalo que no es una simple exterioridad. En este sentido, la sesión analítica suspende este tiempo de comprender para precipitarlo en su extimidad, en su intervalo.
En efecto, el sujeto de la sesión corta no es el sujeto que comprende, más bien se aprehende en una primera suspensión del tiempo de comprender en la que el analista sostiene una pura presencia real. Es entonces en el intervalo entre sesión y sesión donde el tiempo de comprender puede producirse.
Por el contrario, la idea de que el tiempo de comprender debe producirse por entero en el interior de la sesión, como un "todo comprensión" que debe cerrarse en su unidad semántica, lleva a la imposibilidad de definir sus límites, y la sesión analítica se traduce necesariamente en términos de duración cuantificable, más o menos larga, pero necesariamente mensurable cronológicamente en sus límites.
En la orientación de la "sesión lógica", si situamos el tiempo de comprender en el intervalo entre sesión y sesión entendida como corte, la sesión analítica se revela en su función de instante más allá de su duración.
Ese instante tiene una particularidad que podrá parecer ahora paradójica. Es un instante que se alarga en sus resonancias, en sus efectos de suspensión del tiempo de comprender por la función de corte de la interpretación.
Pero es esta función de resonancia o de eco de la sesión analítica la que nos parece más acorde con la experiencia de la pulsión en el sujeto, experiencia que Lacan pudo definir precisamente como "el eco en el sujeto del hecho que hay un decir". La lógica de la sesión corta sigue el tiempo, instantáneo, de ese eco.
Aquiles el analista debe pues acortar el paso para alcanzar a lo real de la tortuga sujeto de nuestro tiempo, debe hacer de su paso corte en lo real ya que en el espacio de la duración contínua nunca podrá alcanzarla por mucho que alargue el paso.
Pero digamos para conlcuir que para saber acortar el paso ese analista deberá haber sacado las consecuencias de su propio ser de tortuga.