América

Despertó otra vez con el ruido metálico, pero ahora hubiese querido que no se marchara. Recorrió con un vistazo, a través de su negro pelo revuelto, los contornos de esa piel blanca que la visitaba de vez en cuando.
En el suelo, ella, mordiendo sus ganas, triturándolas con piedras de río, odiándose por desear galopar en este demonio blanco, intentaba recordar.
Había pasado tanto tiempo desde que su cuerpecito de niña abandonó las cristalinas aguas del Biobío, que ya no le quedaba memoria. El odio se había cansado de esperar afuera de su lecho, y América terminó por aceptar que ella era el pecado del que le hablaban los otros hombres barbudos mientras manoseaban su cuerpo cansado.

Piquete

Entonces arrancaste con la bandera hecha trizas, te sentaste en la cuneta y te pusiste a llorar como un loco. No me atreví a abrazarte, no fueran a pensar que éramos un par de maricones. Golpeaste el suelo con los puños y me gritaste con tu rostro ensangrentado que no te perdonabas haberle soltado la mano, que su rostro de niña se había torcido de terror, que la represión había sido más fuerte que nunca, que no sabías que justo ese día tu viejo estaba de servicio.

LÁSTIMA-LASTIMA