Nos contó el colombiano, que torpemente disimulaba su acento, quién sabe si por desconfianza o por deformación profesional, pues antes había puesto voz a cuñas publicitarias donde se le exigía excepcional planicie del castellano, tras la segunda ronda de tequilas nos contó, pues al tipo se le soltaba la lengua con el trago, que antes de venirse para el viejo continente había recorrido de a caballo la pampa, y que en una de estas llevó en la grupa a un blanco que le habló en inglés de un santo al que se le pedía lo más descabellado, y que le pareció tan increíble la historia que la calificó de imposible y la olvidó, hasta que se la refrescaron anécdotas de otros, tal que al final le pudo la intriga y tuvo que ir en su busca, y se encontró con que de veras allí los peregrinos le rezaban al santo para que le concediera desgracias a uno, no se piense que para otros, amigos o enemigos, eso no lo haría un santo, las desgracias se pedían en primera persona y a uno mismo se concedían, y nos pareció que el colombiano se había vuelto chaveta o inventaba, pero como iba ya tomado y lo juró por su vieja concluimos que era una peregrinación de dementes, a lo que el cuate respondió que pues sí, pero que además todos eran escritores, que ya se sabe, la musa es bien morbosa.
* PUBLICADO EN FUTURO IMPERFECTO, ED. CLARA OBLIGADO, 2012Completa la lazada, ambos extremos tiran ya en sentidos opuestos para cerrar el nudo.
* 2º premio del V Concurso de Microrrelatos Universos Mínimos – Universidad de SalamancaEl viejo músico está sentado en su mesa de siempre. Con una mano sujeta la copa alta de tinto barato, con la otra manosea los taquitos de queso que dejé junto a él.
Hace rato que está ahí, pensativo y solo. De vez en cuando esboza una sonrisa melancólica y sé que piensa en su glorioso pasado, en los teatros y en las óperas. Me ha dicho que está esperando a un importante director, una gran oportunidad. Por eso luce su mejor traje, su más pulcro rostro, su pose más erguida.
Pasan las horas y el director no aparece. Cansado, el músico se levanta y se despide. Intento darle ánimo: “Habrá surgido un contratiempo” o “Ya habrá más oportunidades”. Él lo agradece y me dedica la última sonrisa triste antes de marcharse.
Es la misma historia de cada día.
Mientras recojo su mesa aparece un hombre muy elegante. Me dice que es director de orquesta y que se ha citado aquí con un gran músico.
Yo sonrío. Le digo que aún no ha llegado pero que puede esperarlo si quiere. Le acompaño a su mesa de siempre y le sirvo, en copa alta, un tinto barato.