Josefina Martos Peregrín
Actualmente reside en Granada, aunque nació en Madrid, donde se licenció en Historia Moderna y Contemporánea por la Universidad Complutense. En sus años de juventud trabajó en campos tan diversos como traducción, docencia y sanidad, pero también en servicio doméstico, asistencia a personas mayores o cuidado de niños. Asimismo ha practicado y estudiado de forma autodidacta pintura y fotografía, que más adelante estudió de forma académica en la Escuela de Artes y Oficios de Guadix (Granada), donde descubriría una nueva pasión: la cerámica.El cine, los viajes, la botánica,suponen otras tantas pasiones, a las que trata con amor pero sin el rigor y la plenitud que le dedica a escribir.Aniversario
Mañana diecinueve almanaques clavados a la pared me gritarán “recuerda”. Diecinueve años de matrimonio. Diecinueve clepsidras derramadas sobre el fuego.
La ceniza es el recuerdo del fuego; para celebrar nuestro aniversario haré pudding de cenizas. Ni lo notará, todos le saben igual, “de qué es” me pregunta siempre.
Tal vez si me comprara algo de ropa, si fuera a la peluquería… Bah, ganas de gastar. Ya lo probé otras veces, ni se fija. Y no saldremos, a ninguna parte. Debería ponerme este mismo jersey grande y viejo con el que parezco lo que soy, un espantapájaros sin alma.
¡Cena íntima! Oh, sí… Tan romántica como un oficial de húsares. Cristalería, velas, flores bien cortadas, y a los postres, pudding, champán, acidez y bicarbonato.
Y al sofá. Y ya en el sofá, a ver la tele juntitos, de la mano. Pero sólo se echará sobre mí el perro, convertido como cada noche en manta que pega lametones.
Y luego, en la cama, si mi mano atraviesa el lindero, “nena, mañana tengo trabajo. El sábado, ya verás el sábado”. ¡Y se lo cree! Y tan tranquilo se dará la vuelta en un silencio que a mí me sonará a portazo.
Y roncará. Y con cada ronquido me raerá el corazón.
Aokigahara. El bosque de los suicidas.
Acudió allí porque dudaba de todo, incluso de la muerte. Aunque quería morir ya, ahora mismo, cuanto antes, se impuso un último viaje, una última meta:conocer el llanto del famoso bosqueAokigahara, la tristeza de las ramas vencidas, la sombra helada del monte Fuji. Quizá de algún modo no consciente retrasaba el fin, como si no le bastara lo visto en youtubeni su interno desespero, como si necesitara vivir un día más para comprobar con sus propios ojos que la muerte existe.
Y lo comprobó: llegó a tocar los trajes vacíos, le dolieron las silenciosas marionetas que colgaban de las ramas, rostros que alguna vez miraron y ya nunca más, mochilas, cinturones, un mechero…Basura. Todo lo que fue humano,lo que sirvió para algo y ya no sirve.Como él.
Llegó la noche, pasó un zorro con un colgajo entre los dientes, el liquen verdeció luminoso, las cintas plásticas que marcaban losrecintos suicidas comenzaron un susurro que terminó por sonarle a rezos.
Tardarían en encontrarle, como a todos. Así ocurre cada año:en los vídeosvemos que elguardián llora en primavera.
Desfilando ante el catafalco del Supremo
-Fue un héroe.
-Sin duda, sin duda.
-¡A tantos mató!
-Bien muertos están.
-Pero, papá, no está bien matar.
-No mató humanos, lo parecían, pero no lo eran.
-Claro que no.
-¿Y cómo se distingue a los no humanos que parecen humanos, papá?
-Que se calle ese niño.
-Que no pregunte tanto, hombre.
-Es fácil, te lo dice el jefe, el general, el presidente, el rey.
-Cierto.
-¿Ellos lo saben?
-¡Claro!
-Agudo, sí –susurra el guardiánsecreto, mientras agarra férreamente la mano del niño- pero mejor se vienen conmigo a Seguridad.