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2024
España

José María Merino

(La Coruña, España, 1941). Durante su infancia y  adolescencia vivió en León, de donde ha sido nombrado “hijo adoptivo”, y estudió Derecho en la Universidad Complutense de Madrid. Trabajó en los ministerios de Educación y de Cultura. Colaboró con UNESCO en proyectos para Hispanoamérica.  Es patrono de la Fundación Alexander Pushkin y de la Fundación de la Lengua Española, y fue designado en 2005 Hans Christian Andersen Ambassador por el gobierno danés. Doctor honoris causa por la Universidad de León, es Premio Castilla y León de las Letras y  miembro de la Real Academia Española (sillón m), donde desempeña el cargo de vicesecretario. Es tesorero de la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE).

También es autor de algunas antologías sobre las leyendas tradicionales y el cuento literario español contemporáneo en lengua castellana.

TRES HISTORIAS DE AMOR

I
LA CARTA EN EL ÁRBOL

Ha regresado, veinte años después, a la ciudad de su infancia y adolescencia, al otro lado del océano. Recorre las antiguas calles observando con extrañeza los cambios en los colores de las casas y en los trazados callejeros. Se le revela de repente el parque de los juegos de niños, el lugar en el que conversó y paseó con muchachas por primera vez. Vuelven a él los ojos negros de Rosa, sus manos blancas y suaves, la separación dolorosa, cuando él tuvo que acompañar a su familia en el traslado a la ciudad donde ha crecido. Recuerda que antes de separarse escribieron una carta en la que pretendían conjurar el futuro: su amor no se  extinguiría, volverían a reunirse para no separarse nunca más. La firmaron con sangre, un alfilerazo en la yema del índice de cada mano izquierda, la introdujeron en una botella pequeña y, tras cerrarla, la escondieron en la enorme hendidura de un árbol muy viejo, que alza todavía sus ramas negruzcas en el extremo más frondoso del lugar. En un impulso que lo avergüenza un poco, rebusca entre las hojas secas, los papeles, las piedras y los desperdicios antiguos que ocupan la cavidad,  hasta encontrar la botella. La abre y saca el papel, pero cuando lo lee,  el mensaje ha cambiado: “Lo siento, Joaquín”, dice. “El tiempo pasa, no vuelves, y he conocido a Alberto, un chico muy majo”. Y firma Rosa, esta vez sin sangre.

II
AMOR DE CONFERENCIA

Doy una charla sobre literatura y explico que cualquier cosa puede sugerirnos un cuento, y que es la mirada del escritor la que descubre esos indicios.

 _Si en lugar de ser yo quien les hablase fuese Hans Christian Andersen, seguro que encontraría el embrión de un cuento en las tres botellas de agua que hay sobre la mesa. Tanto mi presentadora como yo hemos abierto nuestras respectivas botellas, y ambas se han enamorado. Pero la botella que está ante el director de la venerable institución que nos acoge, celosa del súbito amor entre las otras dos, está dispuesta a dificultarlo

Sigo hablando, bebo de vez en cuando, hasta que descubro que mi botella, mediada, está cada vez más lejos de mi mano y más cerca de la de mi presentadora. Cuando empiezo a hablar del cuento literario, encuentro frente a mí la botella, ya abierta, del director. No hay duda de que en el ardor de la charla he manipulado inadvertidamente las botellas, y al buscar la mía para servirme otro vaso de agua, la diviso en el extremo de la mesa, pegada a la botella de mi presentadora. Ante ambas se alza la botella casi llena del director. Una sacudida inesperada del tablero las vuelca, y mi botella y la del director ruedan juntas,
caen al suelo del estrado vertiendo el agua que todavía contienen, salpicándonos.

El incidente nos ha sorprendido a todos,  y no me atrevo a decir que me parece que la única botella que permanece en pie sobre la mesa tiene un aspecto muy triste.

III
DESOLACIÓN

Acababa de publicar su tercera novela cuando su hijo se mató en un accidente. El éxito del libro no logró amortiguar su dolor, que a lo largo de cinco años la mantuvo incapaz de escribir ni una sola línea. Por fin decidió comenzar otra novela en la que intentaría plasmar la amargura que segregaba incesantemente dentro de ella el parásito dañino de la amargura. Resultaron mil páginas,  redactadas con nervioso apresuramiento. Los escenarios de la novela  eran lugares dominados por las carencias elementales, la injusticia y la violencia, como la mayoría de los espacios humanos. En ellos, unos personajes, Rosa, Alberto, Joaquín y Walter, se relacionaban en sucesivas historias de desdicha y aflicción, como cifras simbólicas de un mundo sin orden ni sentido, presidido por un caos que hacía verterse irremisiblemente cada destino en la tristeza y la muerte. Una relectura pausada del manuscrito le aconsejó eliminar reiteraciones y páginas, lo redujo a ochocientas y lo dejó
apartado durante casi un año, para repasarlo por fin y descubrir que quinientas páginas eran suficientes para expresar con certeza lo sustantivo de su ficción. Pero mientras corregía una vez más el texto, fue eliminando situaciones, diálogos y escenas, y lo acortó hasta las doscientas cincuenta páginas. Este fin de semana, en  medio de un otoño en el que el viento amontona en el jardín las hojas amarillas de los chopos, ha vuelto a releer el texto y a depurarlo, hasta comprender que, para expresar el sentimiento de lo que permanece incrustado en su corazón,  es suficiente una sola página, e incluso una sola palabra.
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