Cecilia Eudave
Narradora y ensayista. Algunos de sus libros son: Técnicamente humanos (cuentos 1996), Invenciones Enfermas (cuentos, 1997) Registro de Imposibles (cuentos, 2000, 2006), Bestiaria vida (Novela, 2008), con la cual ganó el premio de novela Juan García Ponce. Escribe también novelas para jóvenes: La criatura del espejo (novela, 2007. Traducida en el 2013 al coreano). El enigma de la esfera, (2008) y cuento infantil. Ha participado en varias antologías y revistas tanto nacionales como extranjeras. Sus libros más recientes: Técnicamente humanos y otras historias extraviadas (Cuentos, USA, 2010), Papá oso (Cuento infantil, Barcelona, 2010), Pesadillas al mediodía (Novela, México, 2010) y Para viajeros Improbables (Microrelato, México, 2011) En primera Persona (cuentos, Madrid, 2014). Obtuvo Mención honorífica por su libro de ensayos Sobre lo fantástico mexicano (ensayos, 2009) en el 12th Annual International Book Awards 2010, galardón que otorga la organización Latino Literacy Now en Nueva York, y en el 2011 recibió otra mención honorífica en el mismo certamen en la categoría de mejor libro de cuentos con Técnicamente humanos y otras historias extraviadas. Ha sido traducida al japonés, al chino, al coreano, al italiano, al checo, al inglés y al portugués. Ganadora de varias becas de creación en las que destaca la beca salvador Novo que otroga el Centro Mexicano de escritores, Bellas Artes y Colegio de México. Cultiva la literatura fantástica, la ciencia ficción. Es doctora en Lenguas Romances por la Universidad de Montpellier III, Francia y es porfesora e investigadora en la Universidad de Guadalajara. Dirigió la Mestría en Estudios de Literatura Mexicana del 2007 a mayo del 2014.
Países que debo visitar algún día
Ssean: el país miniatura
Su luna de miel no fue un largo escalofrío, sino un pro-longado grito. Así lo sintió Carlota, pues no podía creer que Marcial le cortara la mano. Ella debió desconfiar de él cuando le confesó su secreto, cuando le dijo que no sólo era la reina de su corazón, sino soberana del país Ssean, herencia de una abuela gitana que al morir le entregó las líneas de sus manos. En ellas venía este territorio lleno de acantilados y de tierras fértiles, cuyos habitantes impercep-tibles a la vista vivían y gozaban de la buena fortuna.
Marcial se compró un microscopio y comprobó asombrado la historia. Sobra decir, pero lo diré, que quedó fascinado. Por las noches, cuando Carlota esperaba otra cosa, él, con la paciencia de un avaro, sólo hacía una revi-sión de sus bienes e investigaba el posible aumento de sus posesiones miniaturas. Se creía ya el rey de tan minúscula población. Esto a los habitantes no les pareció para nada una buena idea, porque desde que Carlota lo conoció, éste los hacía trabajar jornadas dobles para incrementar sus bienes. Tanto los forzó, que la mano comenzó a hin-charse y le ocasionaba terribles dolores. Carlota sospechó un levantamiento entre sus súbditos, pues resentía en la piel su inconformidad. Sin embargo, tarde era para modi-ficar las nuevas reglas, pues ya se había casado con Marcial, quien no se preocupaba por otra cosa que no fuera su mano. Incluso le prohibió ir a la oficina, le inmovilizó el brazo y la
metió en la cama a la fuerza para que sólo reposara y dejara a sus esclavos —porque así veía Marcial a los Ssean— trabajar.
Harta de la situación, decidió darlo en herencia —sólo así se trasmitía este país— a su sobrina. Quería recuperar su vida de plebeya, dejar de lado la frivolidad de ser una reina, y recuperar a su enajenado príncipe consorte. Mas él montó en una cólera absurda. Carlota no comprendía tal aberración, ¿de qué sirve poseer un país tan minúsculo en el cual jamás podrían habitar? «Pues porque es mío, bueno, de los dos. Somos amos y soberanos de toda esa tierra y de la gente que la habita. Así que tú tranquilita, nada de heredar lo nuestro». ¿Lo nuestro? Pero, si era suyo, y aunque estuvieran casados por bienes mancomunados, él no tenía ningún derecho sobre su país. Se lo dijo. Y él le cortó la mano, se la llevó con él, aún pendiendo del dedo el anillo de bodas y colgando de la muñeca el brazalete de diamantes que le regaló cuando se comprometieron.
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Kay: el país de los apostadores
Tenían un país y se lo jugaron. Lo perdieron… ahora Kay
ya no existe. Pero sí los kayanos, a quienes se les puede ver
regados por el mundo, añorando su tierra, con el cubilete
en la mano, con la baraja, con las fichas en los bolsillos;
lloriqueando frente
1 El país miniatura ya no existe: después de que Marcial cortará la mano de Carlota,
comenzó a secarse todo el territorio, ahora se le puede ver en el museo de Altas
Curiosidades de México donde se exhiben sus ciudades en calidad de ruinas.
a una mesa de billar, detrás de una
máquina tragamonedas, frente a una ruleta; suspirando
de lo más tristes entre galgos y caballos, entre partidos de
futbol y baloncesto, apretando las boletas que equivalen a
la libertad.
Hace mucho que perdieron su patria, era de esperarse,
en un arranque de adrenalina colectiva se lo jugaron
todo, literalmente todo, su país se esfumó de la noche
a la mañana, sin guerras, sin intervenciones, sin desastres
naturales. Bastó una mano de póker, una tercia de ases,
ni siquiera más, para arrebatarles el paraíso. Pero son
buenos perdedores, eso exige el código civil de los kayanos:
«saber perder es la mejor ganancia». Y así, sin nada de
nada, se lanzaron a recorrer el mundo en busca de suerte,
de buena fortuna, de pequeños refugios para apostar. Las
Vegas es su santuario, los casinos sus iglesias; si se encuentran
se saludan o se prestan, ningún kayano puede dejar
de jugar, es la ley de su vida, su único fin es hacer dinero.
Entre ellos no hay diferencias, los que ganan más son igua14
les a los que ganan menos y a los que nada ganan, pues
de cualquier manera son extranjeros. Su única pertenencia
es saberse acompañados en la desdicha del destierro.
No se les juzgue mal, ellos sólo saben que el futuro ya no
existe, el pasado es puro olvido, y el presente es lo único
que hace historia cuando tiran los dados sobre la mesa y
escuchan los aplausos que les brindan cuando ganan.
Otur: el país de los inexistentes
Es inexistente para aquellos que quieren habitar donde se
habita. Pero, para aquellos que saben que no están donde
deberían es una realidad. Otur, país de los inexistentes, es
una burbuja de cristal en el cerebro de los escapistas y de
los suicidas.
Elzir: el país de los enigmas
«Guarde tu corazón el secreto que no existe. Sea evidente
lo que ocultas y así sabrás llegar a Elzir». En el museo
de una ciudad perdida Acá de Este Lado del Mundo se
encuentra esta inscripción, único vestigio conocido de
una inmensa región llena de enigmas. Zona cuyo lenguaje
son los acertijos, las encrucijadas y lo oculto. Es tan antiguo
como el fuego mismo que les robó Prometeo y que
entregó a los mortales. Se piensa que es un país de dioses
hastiados de no hacer nada más que contemplar el destino
manifiesto de sus creyentes. Se cree que estos dioses
se dedican a inventar tonterías útiles e inútiles para desquiciar
la mente de los hombres. Se supone un propósito
turbio en las locas invenciones de estos seres que dan la
luz para que vivamos entre las sombras.
Pero siempre existen los inconvenientes, y Elzir cuenta
con uno, nadie sabe quién lo designó —eso también es un
enigma—, volviéndolos esclavos de sus esclavos. Este insospechado
país ha ido perdiendo compostura y terreno cada
vez que los hombres van descifrando algún secreto concebido
por los habitantes de estos parajes; quienes a pesar de
poseer los secretos de la eternidad, de lo infinito, no dejan
de improvisar a diario algún
acertijo, pues temen desaparecer
cuando el último enigma sea descubierto...
Tabi: el país de lo inestable
Cuando te levantas por la mañana lo único seguro que
tienes es el rostro. Ni tu nombre sabes, ni tu nuevo oficio,
profesión u ocio. Sales de la casa donde dormiste, o desayunas
con quienes en esos momentos son tus hijos, pero
para el día siguiente, quizá no poseerás ni mujer ni niños,
ni perro ni casa. El otro día se convierte siempre en un
estrepitoso escalofrío, pues ya no tienes a los mismos
amigos ni al mismo jefe. Ya no te llaman por el nombre
de ayer ni eres indispensable para quienes el día anterior
te amaban. Así es vivir en Tabi, un constante renacer en el
mismo cuerpo que también cambia porque te haces viejo
y, al final de la jornada, ni siquiera sabes qué idioma hablarás
ni en qué región de este viajero país vas a habitar. El
único norte, aquí, es un río, que por un motivo desconocido,
siempre divide en dos el territorio.
Sólo existe una ventaja para los tabianos: no viven de
recuerdos...
Estiepen: el país de las serpientes
Parecen humanos y acaso lo son, a no ser porque mudan
de piel y pueden ser jóvenes siempre. Son descendientes
de las serpientes que al principio de la historia se arrastraban
por los suelos y se enredaban en los árboles. Con
el tiempo comenzaron a erguirse, a inventarse sus extremidades,
a copiar
las maneras de los hombres que las
mataban y les gritaban traicioneras. No todo lo que repta
se humilla y por ello se levantaron de la tierra. Con esto
demostraron que su veneno no es tan ponzoñoso, ni tan
verdadero, como el que se destila fuera de su patria, ahí,
donde habitan los que no pueden mudar sus manera y sus
costumbres...
Sertar: Base espacial para experimentos emocionales
Sobre la extensa superficie de un planeta localizado a unos
200 años luz de la tierra, quedan los restos de lo que fue
Sertar. Su descubridor y único dueño fue el doctor Castro,
quien —tras meses de búsqueda— encontró el lugar ideal
para instalar sus cristales recolectores de emociones. Se
decidió por este planeta porque a cierta distancia, y mientras
se acercaban a su órbita, esa masa inmensa recubierta
por una tenue bruma gaseosa parecía un enorme cristal
que respiraba acompasadamente, con una tranquilidad
espantosa y única. Se estremeció, su corazón latió inmensurable,
y se dijo: «aquí será Sertar».
La construcción del complejo fue veloz y sin contratiempos,
pereciera que el sitio estaba destinado a recibir
las emociones con una resignación pasmosa. Quizá porque
la intención del doctor Castro era, en un principio, pura
y desinteresada, pues intentó desterrar de los humanos
la tristeza, la ira, la venganza, la soledad, la ambición, la
melancolía, la envidia, el dolor... Pero olvidó que para
cada cosa existe su opuesto y si erradicaba una su contraparte
también se esfumaba. Se lo advirtieron los teólogos,
los filósofos, los
literatos y los matemáticos: «¿Qué pasará
con el espíritu humano sin la culpa, sin el remordimiento?
¿Acaso podremos hacer cualquier cosa, desligar la emo20
ción y perder toda ética? ¿Quién podrá leer y escribir
sobre el hombre sin tocar lo más bello y lo más abyecto?
¡Imposible buscar una ecuación que libere la adrenalina
cuando se encuentra la respuesta!» Pero Castro, como
hombre soberbio y de ciencia, negó cualquier contradicción
en su proyecto, y se obsesionó con la tarea de borrar
esas emociones del ser humano, creyendo así hacerle un
bien a este planeta. Sus experimentos al principio tuvieron
éxito, pues los aplicó a casos extremos en pacientes esquizofrénicos,
paranoicos o en enfermos terminales, donde
el dolor, la desesperación y la tristeza fueron extirpados
y depositados en un cristal. Sin embargo, poco después,
la base Sertar fue invadida por asesinos, emperadores,
gobernantes, políticos, usureros, policías, traficantes, ricos
mandatarios, empresarios, reyes y caciques que querían
eliminar ciertas emociones incómodas en sus vidas. Castro
aceptó erradicarlas privado de toda lógica, viendo sólo el
éxito de su programa. Poco a poco, la tierra se convirtió
en un lugar vacío, donde a cada acto injustificable, en vez
de poner remedio, se optaba por eliminar las emociones.
Así, lentamente, como una humedad perniciosa, los cristales
de Castro acabaron con la humanidad, y dejaron en
su lugar autómatas de carne y hueso que sólo vivían para
comer, dormir y trabajar, bajo cualquier condición, bajo
cualquier abuso...