LOS SILENCIOS DEL SONIDO
Cansada de la inseguridad, decido invertir en una costosa alarma contra robos para proteger mi automóvil. No soy la única, todos han equipado a los coches con sofisticados sistemas sonoros que alertan a sus dueños cuando son vulnerados. En la noche todas suenan, algunas activadas por vibraciones del suelo, otras por un perro, gato o algún transeúnte distraído. Así puedo descansar tranquila hasta el trágico instante en que me despierto de un sobresalto: ha dejado de sonar una alarma ¿Será la de mi auto?
PRESA
Sé del sortilegio de las mujeres arañas.
Al coincidir los tres en el ascensor, me aferré a su brazo cual bandera de un país perfectamente delimitado. La muy ladina no se dio por vencida y salió al ataque. Mi presa sudaba, la zoosemiótica hacía efecto. En afán de interponerme entre ambos, descuidé la retaguardia y en un astuto movimiento sugerente, lo envenenó. Temblaba como una hoja, era claro que en su interior se desataba una poderosa lucha de instintos. No tuve opción, apunté mi aguijón y se lo enterré en el pecho por varios segundos, asegurándome los efectos. Funcionó, él quedó inmovilizado, aturdido y a mi merced. Al descender pude saborear mi triunfo, pero mi paz duró muy poco, a escasos metros revoloteaba con su oscura vestimenta una mujer buitre, y esas nunca comen solas.
FILOLOGÍA
Lo nuestro rompe con la gramática tradicional, viola las leyes de la sintaxis y supera la lingüística clásica. La elipsis ya es explícita y el sujeto tácito salta a la vista. Tus ganas riman con las mías y aunque no seamos unimembres, nada separa nuestros núcleos que se funden en el contexto narrativo del asunto. A veces confundo los pronombres, sin saber hasta dónde llego yo, sin ser vos o nosotros y me brotan los posesivos celosos, dominantes, autoritarios, aplastando con dureza cualquier sinónimo imprudente, para que seas mío, solamente mío sin ningún circunstancial de compañía.