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Susana Dicker

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Vivir Un-cuerpo

Las identificaciones recibieron en Freud un tratamiento temprano. Y no es casual, en tanto las mismas tienen un lugar central para cualquier ser hablantepuesto que, al mismo tiempo que implican al Otro, constituyen un eje fundamental sobre el cual cada uno funda su identidad.
Hay toda una diversidad que Freud reconoce en las mismas y que es reordenada por Lacan en tres categorías: la identificación al padre o el amor al padre (S1), la identificación histérica o participación en la vida del otro en tanto $, y la identificación a un significante cualquiera (Sq)1. Pero, en el último período de su enseñanza, se da un giro de suma importancia que viene a nuestro auxilio para leer las llamadas “patologías de la época”: esas identificaciones ya no funcionan de la misma manera, en la medida en que reconoce la inconsistencia del Otro como referente simbólico, más aún, su particular destitución. Al mismo tiempo, su concepción del ser hablante da un lugar privilegiado al cuerpo y sus consistencias, imaginaria, simbólica y real. Es decir que lo que viene al lugar de las tres identificaciones freudianas y, por lo tanto, del Otro, es el cuerpo y, en particular, el cuerpo propio. Allí donde las encontrábamos como base de la identidad de un sujeto, ahora es el cuerpo propio el principio de identidad, el Un-cuerpo. Ya no se tratadel amor al padre, sino del amor propio “en el sentido del amor a Un-cuerpo”2, lo que hace decir a Lacan: “El parletre adora su cuerpo”3. Esto me permite interrogar el lugar que el mismo tiene en los adolescentes y el uso que de él hacen.
Desde Freud y desde los desarrollos de Lacan, puntuados por muchos de

nuestros colegas, la adolescencia implica la posibilidad de una mudanza desde el goce autoerótico al encuentro con el Otro sexo, al goce del encuentro sexual con un partenaire. Sin embargo, el mismo Lacan insiste en que esa mudanza no es sin el obstáculo que la intermediación del falo instala, haciendo impotente al amor, que no es más que el deseo de ser Uno, o haciendo prevalecer el goce del cuerpo propio, que no es sin el fantasma, lo que le lleva a afirmar lo imposible de establecer una relación entre los sexos.
Pero, en los adolescentes de nuestra época ya no se trata sólo de que la intermediación del falo -por estructura- haga obstáculo a la relación sexual, sino que cada vez más se trata de una puesta en juego del cuerpo, sin deseo… “porque toca hacerlo” si todo el mundo lo hace, en una actuación sexual como experiencia corporal, sin que la subjetividad se integre al cuerpo. Un inicio sexual temprano, sin deseo pero tampoco traumático, en tanto algo de la propia subjetividad queda al margen. Una práctica del sexo sin que se tenga idea de qué es la sexualidad… o, por lo menos, la propia.
En psicoanálisis pensamos a la sexuación como una elección de goce. Pero si no se tiene idea de qué es la sexualidad, ¿puede hacerse esa elección?Una adolescente nos acerca un ejemplo, cuando dice a su madre: “No sé todavía qué elegir, ser lesbiana, hétero o bisexual, pues he probado con una chica y con un chico y no sé qué me gusta más”.¿Hay, acaso, alguna diferencia entre esta elección que se le plantea a esta joven y cualquier otra de las múltiples elecciones que el menú de la época ofrece: con qué gadget me quedo, qué dieta me satisface más, a dónde parrandeamos hoy…? Queda atrás la ilusión por el primer amor, por la pasión, por la sexualidad irrumpiendo en la vida del adolescente, con

toda la potencia del goce y el extrañamiento del propio cuerpo, sólo para constituirse en una deriva másde un encuentro corporal a otro, semejante a cualquier otra respuesta ante las ofertas del mercado. No es extraño que esos “encuentros corporales”, realizados como un continuo, se sucedan un tanto automáticamente sin una pregunta por el propio deseo o por el deseo del Otro. Pero, a veces, un encuentro contingente con ese deseo puede desestabilizar el armazón construido para evadir el “¿qué me quiere el Otro?” o simplemente el agujero de la falta de saber sobre el sexo.

La irrupción de goce, el llamado de la pulsión que caracteriza el despertar adolescente no sólo se acompaña del extrañamiento del propio cuerpo, sino también de un extrañamiento respecto al Otro, y esto en diferentes órdenes. No es nuevo el reconocimiento de la conmoción que se produce respecto a los ideales de la infancia que toca a las figuras parentales y sus subrogados y la consecuente destitución de los mismos. Tampoco son una novedad sus consecuencias: las identificaciones débiles y el empuje a identificaciones imaginarias con los pares, el acceso a comunidades de goce donde se compra la esperanza de una nominación posible que otorgue una representación. Pero, más allá de esto, está el encuentro con algo del orden de un imposible y que encierra la gran paradoja a la que se enfrenta el adolescente: es el tiempo del inicio de las relaciones sexuales con el Otro sexo y es cuando más que nunca éste es Otro, ajeno, enigmático, en tanto no se tiene ningún saber acerca de cómo constituirlo en su partenaire sexual. Es un momento coyuntural frente al cual cada joven se verá confrontado a responder y esa respuesta, soportada en el fantasma y en el síntoma, puede articularse

en las más variadas direcciones. En el mejor de los casos, si logra hacerse responsable de su goce, será la posibilidad de hacer coincidir la elección de deseo y la elección de goce. Pero la época da cuenta de los múltiples impasses con los que esta salida tropieza, con la concomitante producción de angustia o, por el contrario, su evitación a través del acting out y el pasaje al acto, o del otro lado, la inhibición. Todos ellos no sin el cuerpo.
La clínica con adolescentes, hoy, testimonia de las dificultades de los jóvenes para tramitar el exceso de goce. Desde la agresión hacia el cuerpo propio, en forma de escarificaciones y cortes, al body art en la modalidad de tatuajes y pearcings, a las dificultades con la imagen especular en la insatisfacción constante, las cirugías estéticas tempranas y el abanico tan amplio de las anorexias y bulimias, desde los casos menos graves, posibles de permitir una apertura al inconsciente, a las formas más radicales de empuje a la muerte. Una variedad clínica que no podemos atribuir sólo a una falla en la temprana solución narcisista, sino que se ve potenciada por un Otro desfalleciente, que no ofrece los recursos identificatorios suficientes para tramitar la angustia o los soportes simbólicos que les permita hacer con la castración, en lugar de rechazarla en las tan frecuentes patologías del acto.

En el ejemplo de la adolescente antes citada, el planteo sobre el enigma de su futuro sexual se habilita por una facilidad en compartir con su madre un tema que, en la modernidad, una joven no hubiera abierto a su progenitora. Podríamos pensarlo por el lado de que, cada vez más, el intercambio entre padres e hijos tiene menos obstáculos, se acerca cada vez más a una relación entre amigos. Pero este ejemplo también nos deja

el interrogante acerca de la banalización que se apodera de una cuestión central en la subjetividad del parlêtre, cuando lo que está en juego es lo más íntimo de su elección de goce, de la puesta en juego del cuerpo en el ejercicio de su sexualidad. Podríamos ponerlo en la serie de los testimonios del uso del cuerpo en los adolescentes de la época, no muy lejos de los casos donde en el transcurso de una salida o después de una fiesta, una púber despierta desnuda, desorientada, sin saber cómo llegó a esa escena que la sorprende y donde la explicación siempre va de la mano de un: “fui drogada”. O aquella otra que, cuando se siente interpelada por su orientación sexuada -también lo vemos en los muchachos- encuentra la salida por el lado de los cortes o laceraciones en el cuerpo, eligiendo la vía del acting out o, peor aún, del pasaje al acto.

¿Qué lugar para las redes sociales y las pantallas?
El lugar preponderante que alcanzó la cultura de la imagen no se limitaal ideal estético que, paradójicamente, viene acompañado de un empuje a la uniformidad, allí donde se busca ser más singular y original.
Se trata de una cultura de la imagen que encontró su mejor aliado en la ciencia y la tecnología, que han demostrado su eficacia en el logro de una realidad virtual que se ofrece a través de una gran variedad de instrumentos. Allí es donde los adolescentes encuentran las redes sociales y las pantallas con la oferta de encuentros fascinantes pero, al mismo tiempo, insuficientes para lograr una identificación simbólica, estable. Sólo la inestabilidad de una miscelánea de identificaciones imaginarias, efímeras, dependientes de esa realidad virtual.

Sin embargo, más allá de esa ficción donde se puede evadir el encuentro con un Otro encarnado en un cuerpo, las redes sociales y esas identificaciones dependientes de la realidad virtual pueden constituir un soporte o una nominación posible para jóvenes que, de otro modo, estarían atrapados en un goce autoerótico o destructivo, sin encontrar una salida alternativa. Lo interesante sería que estas redes se constituyan en una transición o una posible vía para que estos jóvenes puedan establecer un lazo al Otro.

Pero esas redes también pueden ser el lugar donde haya el espacio de un encuentro con la creatividad. Un ejemplo me lo acercó una muy joven artista plástica, usuaria de Facebook. Buscando dar forma al proyecto de una muestra, donde deseaba exponer sus interrogantesacerca de la sexualidad femenina y lo femenino, encuentra en esta red social las respuestas a su búsqueda. Y toma como modelos a usuarias de la misma y sus dichos, un abanico de las distintas modalidades que puede tomar lo femenino, cuando La mujer no existe, sólo una por una. Todo el despliegue de la seducción y la transgresión, allí donde la supuesta realidad virtual protege del encuentro con Un-cuerpo como Otro, dio material a esta joven para sondear en el goce femenino. Ocasión para otro goce, el de la pulsión escópica, pero también para hacer de ella una obra.
Susana Dicker, miembro de la NEL y la AMP

1 Miller, J.-A.: “Un-cuerpo”, El ultimísimo Lacan, Paidós, Argentina, 2013, pp. 106-107.
2 Miller, J.-A.: Ibid.p 108
3 Lacan, J.: El Seminario, Libro 23, El sinthome, Paidós, Argentina, 2006, p. 64.
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