Ana Laura Piovano
Puede escribir sus comentarios a“Viajar es muy útil, hace trabajar la imaginación. El resto no son sino decepciones y fatigas. Nuestro viaje es por entero imaginario. A eso debe su fuerza.
Va de la vida a la muerte. Hombres, animales, ciudades y cosas, todo es imaginado. Es una novela, una simple historia ficticia. Lo dice Littré, que nunca se equivoca.
Y, además, que todo el mundo puede hacer igual. Basta con cerrar los ojos.
Está del otro lado de la vida”1
Así, con una cita de“Viaje al final de la noche”-la primera y más exitosa novela del controvertido Louis Ferdinand Céline-comienza “La grande belleza”, coproducción italofrancesa escrita y dirigida por el napolitano Paolo Sorrentino.
Soberbia, amada y criticada, pueden reconocerse en ella raíces heterogéneas.
Los cinéfilos encuentranrastros de “La dolce vita” de Federico Fellini y “La notte” de Michelangelo Antonioni.
Quienes gustan de rastrear las referencias literarias, siguen otras pistas y encuentran cómo confluyen en su guión la prosa insoportable de Céline y la exquisitez de Proust.
Pero cuando quien mira la película se interesa por la ética cínica, encuentra allí un preciosa perla en el narcinismo de Gep Gambardella, interpretado maravillosamente por Toni Servillo.
Propongo para cernir esta ética, viajar a otra escena.
Corinto. Cuatro siglos antes de Cristo. Dos hombres. Uno, con no más de una treintena de años, educado por Aristóteles, es el hacedor de uno de los más grandes imperios conocidos. El otro, ya anciano, sin patria y sin familia, suele recorrer las calles a plena luz del día con una linterna buscando un hombre verdadero y pasa su vida masturbándose, en una vieja tinaja. Sólo anhela poder satisfacer su hambre del mismo modo, frotando su panza. El séquito militar se acerca al sitio en donde se halla tendido al sol, para ofrecerle todo cuanto el filósofo quisiese. Con desprecio infinito, la respuesta del viejo se hace oír: “Córrete, con tu sombra me tapas el sol”. Ante la burla de su guardia el joven conquistador sentencia “Pues yo, a no ser Alejandro, de buena ganas fuera Diógenes”.
Fin de la escena que, hasta donde mi experiencia cinéfila acompaña, no forma parte de ninguna película. Narrada por Plutarco, es el encuentro de Alejandro Magno y Diógenes de Sínope, el Cínico.
Viajemos unos cuántos siglos, alglobalizado capitalismo de consumo actual. Si todos los caminos conducen a Roma, vayamos a la fiesta a la que nos invita Sorrentino.
Por cierto, nuestro protagonista no vive precisamente en una tinaja. Su ático es una espectacular terraza al grandioso Coliseo. Perfecta atalaya para él y sus invitados, brinda un banquete perpetuo para los ojos. Pero también es el escenario de espectaculares fiestas y reuniones.
De una torta con forma de coliseo sale Lorena, vedette retirada, entrada en kilos, con un 6 bordado en un pecho y un 5 en el otro. Una coreografía perfecta alrededor del homenajeado, Gep Gambardella,que cumple 65 años y es, sigue siendo, un napolitano en Roma.
Empujado al goce Uno-todo es posible, ahí lo vemos, gozando en el centro de la escena, bailando con un cigarro.
“El rey de los mundanos” no se andacon vueltas a la hora de confesar:“Yo no quería simplemente participar de la fiesta.Quería tener el poder de hacerla fracasar”
Trahit sua quem ques voluptas. A cada cual lo tironea su voluptuosidad, su goce. Cual Virgilio hipermoderno, este exquisito dandy nos lleva de tour por la alta burguesía romana.
“Condenado a la sensibilidad” nuestro guía es un escritor que sólo ha publicado un libro “El aparato humano”, bestseller cuarenta años antes. Desde entonces se dedica al periodismo.
Sus noches de fiesta acaban en el amanecer deambulando la ribera, persiguiendo con la mirada niños y monjas.
Y lo vemos conmovido cuando el marido de quien fuera su primer amor lo
enfrenta con la noticia de la muerte de Elisa, la musa de su única novela, que retorna cada noche con la fantasía del mar azul al mirar el techo desde la cama. Es que el agua, su discurrir, es omnipresente.
Denunciando la impostura, Gep Gambardella rastrea sin linterna la belleza, mientras a su paso hace caer con desprecio uno a uno todos los semblantes.
Del mundo pseudointelectual, la banalidad disfrazada de reflexión profunda en los “juicios cortados con hacha”…
Del arte contemporáneo, que se manifiesta en la egolatría extrema de aquel que expone su imagen fotografiada diariamente a los largo de los años, la niña que quiere jugar y termina furiosa manchando la tela y confundiéndose con la pintura, la performance del lanzador de cuchillos o el cabezazo de Talia Concept contra el acueducto de Claudio revestido de gomaespuma.
Del establishment religioso, en la figura del cardenal experto en recetas de cocina, las monjas y curas habitués de restaurantes de lujo o la puesta en escena alrededor de la Santa, a quien le preparan una cena con nobles en decadencia alquilados para la ocasión.
Su terraza es el escenario de una amalgama refinada de narcisismo y cinismo. Es que estos desencantados “al borde de desesperación”, sin más remedio que mirarse a la cara, hacerse compañía, tomarse el pelo, no tienen intención de medirse con su mezquindad. Dadina, la jefa enana; Stefanía, la intelectual comprometida con el Partido que se “ensucia” en la televisión; Sebastiano,el poeta que no habla; Orietta, que trabaja de “rica” y vive sacándose fotos para conocerse y subir al Facebook…lejos están de despreciar los bienes.
Saben que detrás del montaje no hay más que ansia de poder, fama, dinero, pero lejos de retirarse, se adaptan a la ficción. Desengañados, en el mercado de los bienes engañan.
Por cierto, no hay que arriesgarse mucho para sospechar que de estar en el lugar de Diógenes bien hubieran usufructuado de la sombra de Alejandro.
Claro está, los creyentes habrán de encontrar un esperanzador mensaje a partir del encuentro con la misticismo de Sor María, la misionera africana que no habla porque “la pobreza no se cuenta” y vive de raíces porque “las raíces son importantes”.
¿Habrá de escribir Gep Gambardella un segundo libro? No va de suyo.
Pero nos deja un monólogo brillante, al tiempo que ella con sus 104 años sube de rodillas la escalera de San Giovanni:
“Termina siempre así, con la muerte. Pero antes, hubo la vida. Escondido debajo el bla, bla, bla, bla. Todo sedimentado bajo los murmullos y el ruido. El silencio y el sentimiento, la emoción y el miedo. Los demacrados, caprichosos destellos de belleza. Y luego la desgraciada miseria y el hombre miserable. Todo sepultado bajo la cubierta de la vergüenza de estar en el mundo.
Bla, bla, bla, bla. Más allá, está el más allá. Yo no me ocupo del más allá.
Por tanto, que esta novela dé comienzo.
En el fondo, es sólo un truco.
Sí, es sólo un truco”
La ficción, al final, es la única verdad sostenible.
Nada más, nada menos.