Nora Guerrero de Medina
En el capítulo IV de “El malestar de la cultura”, Freud señala que debemos suponer que la constitución de la familia estuvo vinculada a cierta evolución sufrida por la necesidad genital del macho.
Esta necesidad, que en un principio se podría considerar transitoria, es decir factible de agotarse una vez satisfecha, se convirtió en permanente, determinando que el macho tuviera motivos suficientes para conservar junto a si a la hembra o en términos genéricos a los objetos sexuales. La
Esta primera forma de legalidad que Lacan construye teóricamente, la hace operar a un nivel más fundamental que el del Edipo, es decir, aquella ley introducida según Freud por la función del padre.
Para Freud esta ley sostenida por la función del padre es la que marcara el paso de la familia primitiva a la fase totémica, donde los hermanos se impusieron mutuamente restricciones para consolidar un nuevo sistema basado en el asesinato del padre, momento en que los hijos después de consumado el acto, por una obediencia retrospectiva y dominados por un sentimiento de culpabilidad, desautorizan su propio acto, prohibiéndose dar muerte al tótem y rehusando todo contacto sexual con las mujeres que ahora hubieran podido poseer.
¿De dónde proviene en esa situación de remordimiento?, se pregunta Freud. Y su respuesta es que aquí encontramos nuevamente la participación del amor en la génesis de la conciencia moral.
“Es porque primitivamente existió un amor al padre, que una vez satisfecho el odio mediante la agresión, el amor volvió a surgir en el remordimiento consecutivo, eligiendo el superyó, por identificación al padre”.
De esta manera los preceptos del tabú surgen como ley que determina, en la vida de los hombres, un doble fundamento: la obligación del trabajo impuesto por las necesidades exteriores, y el poderío del amor que impedía al hombre prescindir de su objeto sexual así como a la mujer de esa parte separada de su seno, que es el hijo.
Pero todavía en Freud no hay una caracterización clara de la frontera que separa lo humano de lo no humano y de cómo se atraviesa.
De ahí que no se pueda superar el dilema siguiente: el agente de la cultura, el hombre: ¿es causa o efecto de esta cultura, que tiende a yugular las pulsiones?
Esto puede haberlo incitado a operar una bipartición en el ser humano, heredada del pensamiento religioso y filosófico. Pero Freud no adopto esta concepción dualista, sino al contrario, unifico al hombre, no bajo el signo de la consciencia razonante sino bajo la subjetivación inconsciente. Sin embargo, al no haber imputado esta subjetivación al lenguaje nunca planteo que los universos simbólicos creados por los hombres fuesen tan solo efectos del dominio que lo simbólico, en sentido general, ejerce sobre el ser humano.
Por lo tanto, no nos sorprende que recurriera a una concepción causalista derivada de las teorías utilitaristas y de las teorías del contrato.
Recordemos que Freud adopta a menudo una visión contractual, incluso en sus obras más tardías, toda vez que en “El Malestar de la Cultura” afirma que el otro se descubre útil: para dominar la naturaleza; para obtener la satisfacción sexual; y, desde el punto de vista de la mujer, para la defensa de su prole. En síntesis, que esta utilidad, sobre un fondo de carencia e inseguridad, impulsa a vivir en sociedad, incluso al precio de aceptar penosas restricciones.
Pero Freud nunca se conforma con este tipo de argumentación e introduce una lógica radicalmente nueva, la del inconsciente, caracterizada, entre otras cosas, por ignorar el tiempo y la causalidad. Por eso se puede argüir que el no piensa como un historiador. La prueba esta que entre los hechos que le ofrecen los trabajos etnológicos dirige electivamente su atención a dos prácticas que desde un punto de vista realista y utilitarista son las más incomprensibles: las del Tótem y el Tabú.
Freud hará un uso fecundo de la irracionalidad de estos dos hechos para explicar la existencia de la sociedad. ¿Cómo?
Cuando examina el fenómeno del Tabú, expresa “Las prohibiciones Tabú no se apoyan en ninguna razón: su origen es desconocido, incomprensibles para nosotros, les parecen naturales a quienes viven bajo su imperio”.
Como podemos observar, tenemos aquí dos hechos que se muestran irracionales y que se articulan en un punto preciso: no matar y luego consumir el Tótem que está afectado por el Tabú. Estos hechos reaparecen en nuestra cultura bajo las formas de la prohibición del incesto y de la arbitrariedad del imperativo categórico, efecto de los fenómenos totémicos y del tabú, que encierran algo de universal, y a las que Freud sorprendido por la analogía existente entre las conductas de algunos pacientes y los fenómenos en cuestión, atribuye un origen puramente psíquico.
Aquí se anuncia el paso al costado que da Freud en relación con sus predecesores filósofos, sociólogos, etnólogos, psicólogos.
¿Cuál sería, pues, la verdadera fuente del cambio comunitario, que de lo grupal condujo a lo social? En algún momento del recorrido bibliográfico que hemos realizado, pensamos, siguiendo la línea de pensamiento de Levi-Strauss, que era el terreno de la sexualidad la verdadera fuente del cambio.
Pero Freud, en Tótem y Tabú, dice que no; que la necesidad sexual es impotente para unir a los hombres como lo hacen las exigencias de
Más adelante subraya: “la necesidad sexual, lejos de unir a los hombres, los divide”. Si esa necesidad forma lazo, especialmente en su vertiente homosexual, es con la condición de quedar inhibida en cuanto a sus fines y sublimada. Por consiguiente, Freud imputa la unión a las exigencias de la conservación yoica.
Este momento de su obra tiene como telón de fondo su primera teoría de las pulsiones. Distingue entonces en esta, dos grandes grupos: las pulsiones sexuales y las pulsiones del Yo, que ya en 1910 habían sido homologadas con las pulsiones de autoconservación.
Freud afirma en “Los dos principios del funcionamiento mental” que estas pulsiones de autoconservación son capaces de plegarse al principio de realidad, principio que, junto con el de placer, rige el funcionamiento yoico.
Si bien hay conflicto interno en el Yo, sin embargo este debe su aptitud realista al hecho de constituirse por identificación, lo que supone necesariamente afirmación de la diferencia, diferencia que deja al otro la posibilidad de quedar, no solo en posición de ideal, sino también en posición legislante.
Es verdad que el conflicto interno en el Yo se duplica en una ambivalencia respecto de lo que es exterior a él, es decir, el otro y el mundo.
Si la posibilidad de la sociedad tiene que ser atribuida a esta instancia, entonces habremos de imaginar que un acontecimiento estabilizara las fuerzas antagónicas y las equivalencias en presencia, o sea un acontecimiento psíquico o al menos de repercusión psíquica, que modificara la economía interna del conjunto.
Freud, como psicoanalista, piensa la naturaleza y los efectos del acontecimiento supuesto según el modelo del funcionamiento psíquico tal como se lo ha enseñado la clínica.
Entonces va a presentarnos un proceso dialectico cuyo motor no es otro que el conflicto que opone a los dos grupos de pulsiones. Si bien no toda oposición da lugar a un desarrollo, lo cierto es que, para el ser humano, hay necesariamente historia, debido a que su prematuración y la derelicción que ella ocasiona es la de un ser apresado en el orden simbólico.
El ser humano, por su prematuración en el momento de su nacimiento, es incapaz de llevar a cabo la acción específica necesaria para su existencia. Esta sobreviene mediante auxilio ajeno, lo que determina que el inicial desvalimiento del ser humano sea, dice Freud, “La fuente primordial de todos los motivos morales”. Aparece entonces ante el sujeto el Otro del amor, el Gran Otro primordial que Lacan dice que generalmente está encarnado en la madre, quien permitirá que ese cuerpo como consistencia imaginaria sea determinado por un soporte simbólico.
Hay aquí según Lacan un anudamiento de lo imaginario con lo simbólico, que en términos freudianos significa que la relación entre el yo y el yo ideal es una relación que no se puede pensar sin la incidencia de un elemento simbólico, que es el ideal del yo.
De esta manera nos acercamos a una lectura del texto freudiano “Introducción al narcisismo”, que nos conduce en forma magistral a situar el lugar del amor en la constitución subjetiva.
UN AMOR AL OTRO SEMEJANTE
Freud, al acercarse a la dimensión subjetiva, y una vez que aposto al amor, al incluirlo como operador en su dispositivo analítico con el nombre de amor de transferencia, tuvo necesidad de introducirse en la confusión que
Entonces, fue necesario para Freud construir una teoría sobre el amor, y si bien son muchos textos donde hizo alusión a su esencia y a la complejidad de sus manifestaciones, el precisó sus conceptos fundamentalmente en dos momentos de su escritura: “Introducción al narcisismo” y “El malestar en la cultura”.
El punto de partida esta puesto en la indefensión original del ser humano, esa indefensión que según Freud se convierte en la “fuente primordial de todas las motivaciones morales” y que da lugar, en términos de Lacan, por un lado, a su dependencia del amor del Otro, a la dependencia de la presencia esencial del Otro exterior, de ese Gran Otro primordial, lugar donde se constituye; y por otro lado, y como consecuencia de lo anterior, a la constitución imaginaria y alienante de su Yo, constitución que convierte a este Yo en el primer objeto privilegiado, objeto sobre el cual recae el amor, amor por la imagen de si mismo, que conocemos con el nombre de narcisismo.
Es precisamente en “introducción al Narcisismo” (1914) donde Freud nos permite distinguir dos tipos de elección de objeto, dos categorías de elección amorosa: una que procede del apuntalamiento o apoyo, y la otra, que es la mas sistematizada por el, la narcisista.
Es indiscutible que el gran descubrimiento freudiano acerca del tema del amor es haber encontrado que su esencia es narcisista, que en toda relación amorosa uno se dirige al otro porque a su través uno se dirige a si mismo;
Tenemos entonces la génesis de la elección de objeto tal como la describe Freud y es la misma que más tarde calificara de tipo de elección objetal anaclítica, momento además que le permite al sujeto dos salidas distintas para la elección del objeto amoroso.
El individuo –dice Freud- tiene dos objetos sexuales primitivos: él mismo y la mujer nutricia, es decir dos tipos de elección amorosa que se mueven en dos registros diferentes:
Siendo el amor en su dimensión imaginaria el más conocido y trabajado, quisiera ahora referirme al amor anaclítico, dimensión de amor ya no dirigido al semejante, sino a las personas encargadas de la nutrición, el cuidado y la protección. Freud habla de un amor de apuntalamiento (tipo anaclítico) y para desarrollarlo vamos a tomar elementos conceptuales de Freud y de Lacan, pues de lo que se trata es de transmitir la idea de un amor que se da en un registro diferente, amor simbólico, relación de amor entre el sujeto y el Gran Otro como alteridad radical.
Es ese Otro el que responde al llamado que le hace el sujeto en su estado de indefensión absoluta, aportándole el alimento. Y con ese aporte se produce un estado de calma, de relajación que queda inscripto en el aparato psíquico como una experiencia absoluta, mítica, de una satisfacción total (vivencia de satisfacción, la llamara Freud) que se convertirá para el sujeto en el modelo de aquello que tratara de alcanzar en el futuro.
Pero hay la imposibilidad de reencontrar ese objeto mítico originario. No pudiendo encontrar das Ding el sujeto trata de repetir la experiencia, dirigiéndose a otros objetos, las cosas, no la Cosa.
En el seminario “La Ética del Psicoanálisis” (1959-1960) Lacan refiriéndose a das Ding freudiano, dirá “su experiencia del Nebesmensch, como siendo por naturaleza extranjero paradójicamente esta en el centro, en el núcleo, organizando el mundo subjetivo”.
Este proceso se realiza a través de algo que a nivel del inconsciente solo representa una representación. ¿Qué es este algo? Es una primera huella, un primer trazo de la satisfacción inolvidable, lo que podríamos llamar el Bien del sujeto, que al ser inscripto pierde su calidad de objeto natural, porque lo que queda de él es solo la inscripción, que al mismo tiempo que se pierde el objeto, permite como “resultante significativa” organizar las
También tenemos este Otro inolvidable, este Otro que en este momento es Otro completo, omnipotente, Otro que tiene y que en función del desamparo y la indefensión permite el surgimiento del objeto del deseo como diferente al objeto de la necesidad.
¿Pero qué relación se establece entre este sujeto insuficiente y este Otro omnipotente? Se establece una relación de amor, de amor anaclítico, que es como dice Freud un amor a la persona de la cual dependemos, la madre nutricia, el padre protector, persona que no es un semejante sino un gran Otro como lo define Lacan.
Para aproximarnos a la comprensión de esta primera relación de amor, podemos tomar el texto de Freud de 1920, “Psicología de las masas y análisis del Yo”, donde nos dice que la identificación en Psicoanálisis “es la manifestación más temprana de un enlace afectivo a otra persona, y que la mas arcaica es la identificación primaria”.
Esta identificación tiene la particularidad de que no es del orden del tener sino del ser; pues el sujeto quiere ser como el padre, reemplazarlo en todo, lo toma como modelo, y esto se lleva siempre a cabo a través de un único rasgo: el factor interesado en este campo es el sujeto y no el objeto; por lo cual esta identificación es posible antes de toda elección de objeto.
Este padre, por supuesto, es un tanto extraño, pues para Freud al no haber todavía reconocimiento de la diferencia sexual, equivale a los dos padres. Además, solamente en la identificación secundaria las elecciones de objeto
Si bien Freud habla de identificación, hace hincapié en el carácter parcial y extremadamente limitado de este fenómeno, pues se lleva siempre a cabo a través de un único rasgo. Y entonces, ¿Qué valor podemos darle a esta llamada identificación primaria, a esta parcialidad de la identificación, a fin de cuentas, imprecisa en Freud?
Quizá podamos darle el valor de ser una identificación que prepara el camino para la elección de objeto; quizá podamos ubicar a este padre como polo del amor primario a condición de ubicar la identificación en el plano de lo simbólico, bajo la influencia del lenguaje, poniendo el acento en la función del significante en el campo del Otro.
Esto nos introduce en la referencia a Otro, que no es solamente nutricio, de los primeros cuidados, sino un signo de amor en el origen y en la relación narcisística, definido por este rasgo único: tratase de la introyección, no de la realidad de otro, sino siempre de un único rasgo.
De esta manera podemos pensar con Lacan que el campo del Otro se constituye como soporte del sujeto y que la llamada identificación primaria
Este rasgo único para Freud, rasgo unario para Lacan, es en definitiva un significante, insignia de la omnipotencia del Otro, de la autoridad del Otro, de ese poder todo, que enajena al sujeto en la identificación primera que forma el ideal del Yo.
Pero paradójicamente este sujeto alienado en el poder del Otro solo existe si se identifica con el Otro ideal (ideal del yo), que es el otro que habla, el Otro en cuanto hablante, formación simbólica más allá del espejo; Otro que es un polo de identificación, porque no es un objeto de necesidad, ni de deseo.
Ideal del Yo que incluye el amor que este Yo le manifiesta, que lo unifica, regula sus pulsiones y hace de él un sujeto.
Siguiendo la línea de este amor primero, amor en el origen, podemos añadir que está íntimamente ligada a la dependencia y a la angustia ante su perdida
El pensamiento freudiano de 1925, época de su texto “Inhibición, síntoma y angustia”, cuando estructura definitivamente la causación de las neurosis, señala que “en la criatura humana se observa un larga invalidez y dependencia de Otro y con ello queda identificada la influencia del mundo exterior real […] aparece elevada la significación de los peligros del mundo exterior […] y enormemente incrementado el valor del objeto que puede servir por si solo de protección contra tales peligros.
Concluye esta idea diciendo: “Este factor biológico establece, pues, las
El mismo Freud se preguntara ¿Por qué el sujeto se subordina a esta influencia extraña? La respuesta será: por su desamparo y su dependencia de los demás, por su miedo a la pérdida de amor. Dice Freud que “Cuando el hombre pierde el amor del prójimo de quien depende, pierde con ello su protección frente a muchos peligros y ante todo se expone al riesgo de que este prójimo más poderoso que él, le demuestre su superioridad en forma de castigo”.
En este caso, para Freud, el amor marca un lugar de subordinación, el miedo a la perdida de amor es un antecedente de lo que será más tarde el sometimiento al superyó.
Este amor protector que defiende de la agresión exterior, que subordina al sujeto a una instancia exterior, que lo obliga a la renuncia a la satisfacción pulsional, esta dependencia amorosa de otro exterior, no es de la misma naturaleza que el amor narcisístico. Es un amor que se realiza en el eje simbólico, es decir, que se establece entre el sujeto y el Otro como alteridad radical. Existe, pues, un amor en la dimensión simbólica, un amor mas allá del narcisismo y del objeto en su dimensión imaginaria.
Por otra parte, de la teoría freudiana se desprende la idea de que en última
Pero mientras el padre prohíba el acceso a las mujeres, el odio se cernirá sobre él. O sea, mientras el padre aparezca eternizado bajo la imagen de un padre todo poderoso, los lazos grupales resultaran frágiles, ya que cada uno de los hijos ambiciona para sí ocupar el lugar del padre imaginario. El asesinato del padre que resuelve el conflicto podría repetirse indefinidamente, a menos que provocara una conmoción psíquica que impidiera su retorno.
Conocemos el esquema freudiano. Como los hijos también amaban al padre, su asesinato provoco un sentimiento de culpabilidad tan intenso que la ley arbitraria se impuso en la forma de una interiorización de la interdicción (prohibición del incesto) y remodeló esa parte del psiquismo que es el sistema yoico, hasta el punto que separo de él una parte, el súper Yo.
Según Freud, fue tan radical esta autonomización en el interior del Yo, que en su segunda tópica lo inducirá a proponer el superyó como instancia.
Así pues, en este modelo el acontecimiento social es primero un acontecimiento psíquico. Ciertamente, no hay nada más social que el sellado en un contrato, pero este es la forma institucional de una ley interna
En resumen, el fenómeno de integración de la ley del padre y el de identificación con un antepasado común, permiten considerar la posibilidad de que desaparezcan los conflictos fraternos y de que la circulación de los objetos se convierta en economía política, gracias al mecanismo del desplazamiento metonímico que hace que la libido este sometida al dominio de la ley significante.
En relación a la tesis que Freud va desplegando para resolver la cuestión de la transmisión de la huella dejada por este acontecimiento edípico original, podemos decir que todo gira en torno a la cuestión de la identificación, y es precisamente en una obra referida al lazo social, “Psicología de las masas y análisis del Yo” (1921), donde Freud produce la elaboración más completa de lo que entendemos por lazo social.