Marisa Chamizo
Puede escribir sus comentarios aLa Madeleine de Gide
Me interesa abordar la afirmación de Lacan en el Seminario 20 :
“El goce del Otro no es signo de amor”1 para ponerlo en relación con lo que fueron las viscicitudes del matrimonio “blanco” entre Madeleine y André Gide.
Es cierto que en los textos de los que disponemos sabemos más de la vida y los gustos de Gide que de la que fue su “única” mujer: Madeleine Rondeaux.
En ellos podemos hacer un cierto recorrido en cuanto a lo que fue esa relación y también su desenlace.
Notablemente, Lacan escribe “La juventud de Gide….” el mismo año que escribe: “Ideas directivas para un Congreso sobre la sexualidad femenina”. Sin duda ahí radicaba su interés.
El trío de las Magas: la madre , la tía y la prima orienta en cuanto a las diferentes posiciones en la que puede ubicarse una mujer: la mujer, la madre, la madre del deber, la niña, la perdida.
Voy a tomar momentos y en particular cuatro escenas que me parecen decisivas tanto en cuanto a la elección que cada uno hizo del otro como al modo de estar concernida, Madeleine, tanto en relación al goce como en el amor por Gide.
La constelación familiar de los primeros años será decisiva en la singular relación a la madre y la mujer que Gide va a mantener a lo largo de su vida.
Su tía, cuñada de su madre , viuda también, en los años de duelo, no guarda luto, todo lo contrario, escandaliza por sus historias con amantes.
Escena a los 13 años de Gide: Su tía, de piel oscura, cuando el púber se encuentra solo en el salón de la casa sombría, se acerca a él y “pasa su brazo desnudo alrededor de su cuello, va descendiendo su mano por la camisa entreabierta …” Alterado él escapa al fondo del jardín y se lava con fuerza, las mejillas, el cuello, “todo lo que esa mujer había tocado”.
Poco tiempo después, otra escena: Encuentra a su prima, Madeleine, bañada en lágrimas, quebrada por la falta de conducta de su madre y es en ese instante, en un estado de “embriaguez de amor” se dirige a Dios y se ofrece para protegerla durante toda la vida. Él tenía 13, ella 15.
Su promesa de amor la sellará en la Correspondencia que le dirigirá durante más de 30 años.
En el viaje de bodas, la tercera escena: Viajan en un tren y él acaricia los brazos desnudos de un niño moreno, ante la mirada impasible y el sufrimiento silencioso de su esposa. Lleva a la práctica , ante ella lo que llamará los “atormentadoras delicias”4 ,escena que recuerda por sus detalles, la escena de la seducción, es una puesta en escena del fantasma.
“Mi mano se deslizó a lo largo del brazo para contornear el hombro y sus espalda… Madeleine sentada frente a mí, no dice nada, simula no verme”5. Mirada como objeto de goce restituído al Otro para completarlo.
Nombra su práctica como el paradigma de irresponsabilidad que provoca en Madeleine las heridas más íntimas y ante las que responde con el silencio. “Amor descarnado, no mezclado con la carne. Por el lado del amor el objeto es una ángel , por el lado del deseo/goce es el niño de piel morena”5
Madeleine es el ángel intocado, la que permitía las “escapadas masturbatorias”, pero cuando Gide le confiesa su enamoramiento de un hombre, responde como una fiera enloquecida y procede, esta es la cuarta escena a la que me referí al principio, a quemar las cartas, lo más preciado que él le había entregado. Así descompleta el todo de la obra de Gide. Lacan lo llama “el acto de una verdadera mujer” y la compara con Medea.
Soporta el goce que él le exhibe y no soporta no ser la única en ese amor. No soporta la pérdida de amor y sacrifica lo más preciado.
Un acto de enloquecimiento femenino, cuando lo tocado es el amor que siempre alivia en la soledad del goce de cada uno.
Marisa Chamizo. EOL
Agosto 2012