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Constanza Michelson

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Publicado con La Autorización del Autor.

LA ESCLAVITUD DE FOLLAR

Morir, después de haber sentido todo y no ser nada.                

Teresa Wilms Montt

Follar está de moda. Siempre lo ha estado dirán algunos. Pero no. La moda es una cuestión ideológica. Follar está al servicio de la biopolítica.

La política del sexo hoy es la de la cobardía. Con cara de libertad pero con cuerpo mezquino.

La ciencia  envuelve al sexo con el manto funcional de lo "saludable". Bueno para el corazón como hacer deporte y comer fruta. Que la hormona, la feromona, la endorfina. En el fondo el sexo se reduce a un pichicateo endógeno (por eso legal).
Por cierto, la recomendación es a que sea plastificado, así no se toca al otro que siempre es una amenaza. Un riesgo de tocar al otro - potencialmente sucio e infectado- es que pudiera llevar al comensal a incurrir en gastos para el Estado.

Pero tocar al otro es también una amenaza para la ética de la felicidad masturbatoria: Gozar solo, el otro -en tanto cuerpo anónimo- es desechable, mucho más fácil que ensuciarme en los enredos del contacto con la diferencia. Demasiada socialización probablemente llevaría a la Economía a una crisis de sobreproducción: sabemos que cuando se ama,

los objetos dejan de ser importantes…
Me pregunto de qué se habla cando se alude a la libertad sexual contemporánea. Supongo que la referencia es a la libertad de contratos. Pero más allá de los viejos convenios – que por cierto, nunca fueron cumplidos (que como toda norma, existen para ser transgredidos)- se trata sobretodo de estar libre del otro.

Pienso en el otro como la radicalidad de lo que me excede. Más allá de mi control, de mi seguridad, de mí. Un horror sí. Un éxtasis también. Perder-ser.

Las mujeres, siempre algo locas, sabemos de los placeres del extravío. Le llamamos amor muchas veces. Aunque sea mentira, pero ya decía Balzac que cualquier pasión que no se crea eterna es miserable.

Aunque por una noche, el sexo prohibido y anónimo puede ser valiente y libre. Cuando el descarrío de la lengua, la arritmia disidente del gran libro biológico implica la entrega que por un instante se proyecta al infinito, aunque se fugue…
Pero hoy el encuentro pasajero es reducido a su vertiente infame de la utilización orgánica de un cuerpo sobre el otro.

Lo masculino, tanto en hombres como cada vez más en las mujeres hoy, se resiste a ese amor- pasión. Amor -contingente pero inmortal- que es  un desvío beligerante del goce pequeño del orgasmo.

Para el capital y lo masculino, es siempre mejor poner en juego el cuerpo en su estatuto biológico, descarga tras descarga, desechando objetos.

La masturbación con o sin otro ser humano,

es placentera pero no alcanza las delicias del vuelo compartido. Aunque parezca sucia, huele demasiado a jabón. Si no hay riesgo, no hay arrebato.

La pasión fálica, el dinero, el fútbol, la guerra, siempre han sido escapes al goce marginal de lo femenino: excesivo. Ya decía García Márquez: "…el gozo que le produjo esa mujer, le había permitido entender por qué los hombres tenían miedo a la muerte".

El amor también tiene su faz mediocre cuando supone la posesión. Porque el amor totalitario también anula la diferencia. Ahí no hay deseo que resista, apareciendo el accidente sinuoso de otro cuerpo la tentación del paraíso.

 Por mi parte, aún prefiero las mentiras al oído, la resaca de un encuentro, que un contrato posmoderno de sexo controlado, avaro de la locura de a dos, sobrante de hule.

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