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Carmen Gonzalez Taboas

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EN ESTA AMÉRICA NO TODO ES PRECIO

“Hay un animal sobre el que la lengua ha descendido, está verdaderamente marcado por ella. No es solamente que la lengua forma parte de su mundo, es que sostiene su mundo de punta a punta.”

Jacques Lacan1

Los economistas insisten en la pregunta y reiteran sus respuestas: ¿cuáles son las causas de que un continente potencialmente tan rico, con un extraordinario capital humano, tenga altísimos niveles de exclusión social, altibajos en su prosperidad, convulsiones en su vida política? El psicoanálisis presta atención a los discursos pues a su práctica le concierne el rigor de los efectos subjetivos de esos discursos.

 En 19672 Lacan avizoraba un porvenir de mercados comunes y procesos de segregación cada vez más duros. Agregaba: en nuestras coordenadas geográficas; francesas, centroeuropeas, en los años 60.  Por su parte, no hace mucho Jacques-Alain Miller decía: “En la fórmula de Saint-Just: La felicidad es una idea nueva en Europa, la felicidad se sustituye a la salvación. Es el combate de las Luces: hacer descender la felicidad de los cielos a la tierra. Como dice Prévert, Nuestro Padre que estás en los cielos. Permanece allí. De ahí, en efecto, el utilitarismo, al reino de lo útil”3

1 Jacques LACAN, “Du discours psychanalytique”, Conferencia en la Universidad de Milán, inédito, 12/05/72.
2 “Proposición del 9 de octubre de 1967 a los analistas de la Escuela”, en Otros Escritos ...
3 Jacques-Alain MILLER, Punto cenit: política, religión y psicoanálisis, Buenos Aires, Colección Diva, 2012

¿Y el siglo XXI en esta América?  Miller traza una vía cuando señala que, con respecto a la política y la religión, el psicoanálisis tiene un lugar diferente puesto que los interpreta. 

Sobre una  impensada forma de segregación

Hay formas de segregación silenciosas, tan desapercibidas como la que supone obviar una investigación sobre esta América, con los medios del psicoanálisis y por parte quienes, hablantes de sus lenguas, se saben afectados por ellas. Las coordenadas de su  territorio y de las culturas afro indo luso hispanas que la habitaron, -milenarias unas, apenas centenarias las otras-, impiden que nos basten las referencias a “el siglo XXI”, a “nuestra” época y a “nuestra” civilización”. Para mostrar su insuficiencia bastaría una mirada a los acontecimientos que separan al siglo XX europeo del  latinoamericano.

La división internacional del trabajo, fue dicho con ironía, consistió en que unos países ganaron y otros perdieron. En el siglo XX latinoamericano, las diversidades nacionales y la mezcla heterogénea de los marxismos con las corrientes profundas indo hispanas formó regueros de ideas y de hechos perdurables que llevaron las improntas inolvidables de héroes y antihéroes. En el Méjico de Octavio Paz la revolución era una expresión violenta y festiva del subsuelo mejicano. Pero, si pobreza equivale a vulnerabilidad, pronto se desataría una guerra desconocida para Europa. El Plan Cóndor de la CIA4 contó con militares y policías latinoamericanos bien entrenados para el espionaje y la tortura gracias a otro sucio plan Cóndor. La CIA

4 CIA: Agencia Central de Inteligencia. Perteneciente al Estado norteamericano.

produjo expertos en golpes de Estado asesinos. Siglo XXI: cada nación, un día militar y criminalmente violentada, asfixiada y endeudada, librada a las mafias internacionales y locales, hoy busca  salir de su propio laberinto, tejer a sus tiempos sus lazos, menos (o más) entregadas al arrasamiento global neoliberal.

Lo que Michel Foucault llamó “el caso español”

Es necesario llevar la interrogación más lejos. Foucault ofrece, en Seguridad, territorio, población5 elementos decisivos para avanzar en las diferencias.  Sitúa el desarrollo de la biopolítica en el siglo XVII con la nueva gestión de las fuerzas estatales. El Tratado de Wesfalia (1648), que ponía fin a treinta años de guerras de religión, había acordado la legalidad del catolicismo, el luteranismo y el calvinismo. Donde caían las viejas ideas de un católico imperio universal, el Estado se convertía en un espacio de competencia política y económica donde se gestaba una Europa de la cual se separaba claramente lo que Foucault llama "el caso español".

Para la Iglesia, la novedad de una ratio status se transformaba en ratio diabolus. La España que dejó de ser Imperial retuvo el poder pastoral, -forma propia del poder en la cristiandad medieval que ninguna otra civilización había conocido-, donde la política era asunto de rebaños, mientras Europa se desplazaba hacia el gobierno político de los hombres. Foucault es preciso: en la Centroeuropa ahora podían preguntarse cómo gobernar y cómo gobernarse uno a sí mismo; más allá de las nuevas pastorales religiosas, se había instalado la idea de que el hombre respondía secretamente de sí ante Dios.

5 Michel FOUCAULT, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2006.

La fractura: dos movimientos pastorales en oposición
La fractura causada por la Reforma de Lutero (1517) dividió las aguas entre dos ideas de la salvación del alma. La vuelta al cristianismo paulino primitivo por la sola sujeción a las Sagradas Escrituras suprimía las funciones del sacerdocio. Sola fides. Lutero soñaba y se enredaba, pues ni los fieles ni los príncipes alemanes eran cándidos corderos. Apareció Calvino para imponer orden y disciplina e idear una ética económica tal que la prosperidad podría indicar el beneplácito divino; incluso autorizó el préstamo a interés en beneficio de los piadosos esparcimientos de los  ministros del culto.

En el siglo XVI los Habsburgos aún dominaban gran parte de Europa y de las inmensas Indias Orientales, tiempo donde, como veremos más adelante, los primeros Virreinatos reflejaron y replicaron las  costumbres, lujos, vicios y prejuicios de las cortes españolas; la Iglesia, poderosa e imperial, dirigía las conciencias y se hacía poseedora de cuantiosos bienes en beneficio de la salvación de las almas. De la conquista a la colonización, la religión dogmática fue la voz de orden repercutida sin fin en la predicación; la Iglesia sabía cómo horadar las orejas (único orificio que no se cierra).

El nudo barroco de  cuerpos,  goces y  religión
Esta vez el feudalismo español no se abatía sobre el moro infiel al que sabía superior, sino sobre extraños “seres inferiores” vencidos y sometidos mediante caballos, perros amaestrados y arcabuces, mientras los frailes respondían al desafío de hacer resonar al Verbo encarnado en las lenguas indígenas, y tramaban el nudo barroco de cuerpos,  goces y

religión. Fray Bartolomé de las Casas -la Iglesia siempre es dos, la poderosa y la de los pobres-, denunció la crueldad y avaricia inmisericorde  de los conquistadores y logró el dictamen de Carlos V: los indios son libres y como libres serían  traídos a la fe por la vía que Cristo dejó establecida. Pocos se conmovieron; ya lo sabían.

En la Ética, Lacan se refiere a Occidente, término al que dice no estar de ningún modo apegado, sería erróneo hacerlo pivote de nuestros pensamientos. Cita a cierto estudioso de la herejía cátara, muy extendida en la Francia medieval, quien la descubre ligada a un campo limítrofe gnóstico y oriental.  Interesante idea que me permite interrogar los dos  campos limítrofes que dan cuenta de la lógica de la Conquista y  de las significaciones de la vida y de la riqueza que prevalecieron en la nueva  amalgama social producida: uno, el feudalismo político y dinerario de la España del siglo XVI. El otro, las culturas precolombinas y su relación con las creencias y  los bienes.

Puesta en movimiento de la idea de  los  campos limítrofes
El primero empezaba con las bulas pontificias que entregaron las Indias a las coronas de Castilla y León antes de que Carlos I, -extenuados sus reinos en quiméricas batallas imperiales, endeudado con la banca italiana- se acordara de sus reinos de España. El segundo se inició apenas las varias lenguas de España que se mezclaban en las naves bajaron a tierra y -casi por inmersión,-  ampliaron el campo limítrofe de la Conquista con las lenguas y culturas precolombinas. La semántica de oficiales, tripulantes, soldados, artesanos y servidores,  se mezcló de inmediato con las voces indígenas.

En la cristiandad medieval el judío prestamista había disfrazado la codicia de la Iglesia; exilios, persecuciones y diásporas lo hicieron experto en asuntos de dinero y funcional al sistema corrupto de la Iglesia que desde el siglo XIII ya no podía justificar la idea de poner al prestamista y al cambista junto al juglar, el comediante y la prostituta, los oficios que conducen al infierno. Los banqueros italianos tomaban el relevo y hasta hubo conventos que prestaron a interés, pero continuaron el odio y la persecución a los judíos, mientras en la Iberia estos ejercían todos los oficios. En 1150, avanzada la Reconquista, Alfonso VII de Castilla se había proclamado  “emperador de las Españas y rey de las tres religiones” y Fernando de Aragón lo hubiese querido así, pero sus intereses fueron más fuertes. 

La Contrarreforma, o  los artilugios del  barroco

 La muy católica Isabel de Castilla, inflado su poder con la Reconquista de Granada y la puesta a punto de la vieja Inquisición, precipitó la expulsión de los judíos. Muchos, en especial navegantes, astrónomos, matemáticos, cartógrafos, cirujanos, pasaron a Portugal. Hubo un tercio de judíos en la tripulación del primer viaje de Colón; partieron la víspera del ultimátum de los Reyes. En España, la masa crédula redoblaba la prédica;  cada quien temía ser silenciado o castigado o llevado a la hoguera, como le sucedía a las almas cándidas, a las mentes preclaras, a los  poetas y dramaturgos.

Para Lutero, cuyos escrúpulos se le retorcían en el vientre, el hombre era casi un desecho; aplastó la mística sacramental sustentada en los despliegues litúrgicos que la Contrarreforma salió a resaltar con el

esplendor de las alegrías barrocas en una España casi limpia de cuerpos extraños. Léase, moros, judíos, erasmistas y protestantes expulsados  gracias al piadoso Felipe II, cima de la supuesta hegemonía española que pronto se hundiría, exhaustas las arcas que un día había exhibido llenas del oro y la plata americanos. Nunca se remontaría el eterno déficit comercial de España.

De Sir Francis Bacon a la locura irónica de Don Quijote de la Mancha
Mientras en otros países circulaban los panfletos del iluminismo rosacruz, y la tradición hermética alquímica cabalística chocaba con el empirista Sir Thomas Bacon, -científico y poeta, canciller de Inglaterra-, el barroco español rehacía su pliegue infinito de  boatos ceremoniales, oros y orfebrerías, imaginerías, polifonías, sermones, libros, retablos, autos de fe, para ocultar lo que sin embargo místicos, santos, poetas y pícaros sabían.  Bacon, temprano crítico de la lógica aristotélica, exigiría la prueba de la experiencia científica para alcanzar la verdad.  Su obra El avance de la ciencia se publicó en 1605, al mismo tiempo que  la primera parte de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. En una España muy ajena a las inquietudes científicas, nacía el Siglo de oro. 

Alberto Gerchunoff  en su libro Retorno a Don Quijote (1951) prologado por Jorge Luis Borges, dice que Cervantes replicaba el Elogio de la locura. Para este autor, como para otros, Cervantes era un erasmista. ¿Quién podría impedir las disertaciones de un loco? El irónico y terco caballero Don Quijote criticaba así el mercantilismo de la monarquía: Dichosa edad y siglos dichosos, -edad perdida,- porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras: tuyo y mío. Nobles y

prelados acumulaban tierras y vivían del vasallaje en una economía rural de hambre; hacia 1600 la peste bubónica arrasaba a los desnutridos y hacia 1615 se expulsaba a unos 300.000 moriscos.  Desde fines del siglo XVI el cuerpo español volvió a sentir la aspereza de su desnudez peninsular. En el siglo XVII, un embajador veneciano en Madrid observaba que miles de funcionarios a sueldo, de empleados y recaudadores de impuestos no sacaban las cuentas de su impenetrable oscuridad; la llamada clase media no comprendía la ligazón existente entre el capital y la producción. Algo semejante sucede en esta América.

¿Quién era el Conquistador? ¿Qué vicios arrastró la colonización? 
Muchos hombres vinieron a  América a saldar la deuda del fracaso militar o de la penuria económica, ambos manchaban su honor; ante la “evidente” inferioridad del vencido se produciría otro paradigma del honor, ahora basado en la superioridad del español y del blanco. Estigmatizar al vencido permitía el abuso de poder, la desvergüenza,  la violencia arbitraria y cotidiana  en cualquier  orden.  ¿Cuántos lograrían satisfacer su ansia por el oro que compraría los bienes y la hidalguía? Los más astutos, los más ávidos, los más duros. ¿Cuántos sobrevivirían al hambre, la guerra, los trabajos, los naufragios, las pestes, el bullir amenazante de mil especímenes extraños, las celadas insidiosas, los sacrificios humanos?  Los pocos elegidos de la suerte. 

¿Cómo trastocar las creencias de las innúmeras culturas precolombinas que se habían destruido y sucedido unas a otras, unas muy primitivas, otras tan jerárquicas y refinadas como las de los mayas, aztecas e incas? ¿Cómo trastocar los  destinos atados, en la paz y en la guerra, a cosmogonías y

teogonías6 que hacían vana toda pregunta, mudaban a perplejidad o designio lo desconocido, para quienes nada era la propiedad privada de la tierra y de las cosas? Los indios evangelizados, otra vez bajo una Voluntad inexorable, si no morían a causa de las pestes perecían usados  como  nuda fuerza de trabajo.

Los dos primeros virreinatos, como dos mundos
En el Virreinato de Nueva España se traficaban literatura, magia y superstición. Brillaban los eventos religiosos o mundanos; se amaban los disfraces, el teatro, las procesiones, la algarabía, los concursos literarios, las liturgias, formas de la fiesta barroca en la que participaban desde el criollo hasta el indio y el mulato, cada grupo con sus estandartes y habilidades donde se les asignara su lugar. La fiesta era un mágico fulgor hasta capaz de diluir, cada vez por un instante,  diferencias, antagonismos y prejuicios.

El Virreinato de Perú fue diferente. Encaramado en alturas inaccesibles abarcaba la puna brava, las arideces inmisericordes, el oasis, la estrechez de los valles andinos; según se estima, se extendía en un millón de kilómetros cuadrados. Majestuoso escenario donde se jugaron el estupor del Inca, la enloquecida ambición de los Pizarro, la violencia y la burla permanente  de las normas, reglas y leyes por parte de los españoles, y la agitación interior del Estado incaico, guerrero e indomeñable, temible para propios y  enemigos. 

6 Ana María LLAMAZARES, EL lenguaje de los dioses, arte, chamanismo y cosmovisión, Buenos Aires, Biblos, 2004.
El  amplio  arco étnico que  bulle en las ciudades americanas

A  lo largo de tres generaciones se consolidó el sistema colonial.Los virreinatos de Méjico (1535) y Perú (1542) fijaron sus aparatos administrativos, políticos y eclesiásticos. En el arco étnico el criollo, descendiente del conquistador, vivía para el linaje, la herencia y el patrimonio. Seguían los extranjeros, legales o no, los judíos conversos, los indios ricos de  civilizaciones perdidas, la masa sin rostro indios, mulatos y negros como fuerza de trabajo. Siempre hubo rebeldes huidos a sitios inaccesibles y continuas migraciones. ¿Y los mestizajes? Abordar esta cuestión en su complejidad quizás nos aproximaría a la secreta trama de las sociedades, políticas y  economías latinoamericanas.

 La colonización americana necesitó nuevos virreinatos; las ciudades desalojaron a infinitas tribus y crecieron (no sin el aporte de indios y mestizos) pese a la cruenta  locura del malón. En el siglo XVI, cuando en Francia Montaigne ya no le rezaba a Dios, en la América española se fundaron unas setecientas ciudades. En el XVII se crearon casi otras tantas, mientras en Europa crecía el furor por las matemáticas y las ciencias  y Descartes pensaba que la razón matemática podía guiarlo en sus acciones. Entre 1538 y 1812 la Corona creó 30 universidades para criollos y mestizos aspirantes a empleados y   funcionarios públicos. Los programas excluían las artes manuales y mecánicas, y las ciencias lucrativas, a tal punto se las menospreciaba (se las temía) en las colonias.

 Los modernos son tan indeseados como las artes lucrativas

En el virreinato de Nueva España hubo un moderno, una rara avis, don Carlos de Sigüenza y Góngora, poeta, historiador, indigenista, matemático, astrónomo, cosmógrafo real. Expulsado en 1683 de la Universidad de México por anti aristotélico y cartesiano, erudito y obstinado, fue amigo de otra rara avis en su jaula de oro medieval, cuyo  talento poético la hizo moderna (y desdichada), Sor Juana Inés de la Cruz.

Desde la colonización  se gestaron dos relatos divergentes. 1) Todos los nacidos en esta tierra son americanos. 2) La hegemonía política corresponde a la minoría criolla. De hecho, salvo excepciones, las ideas y las guerras independentistas fueron conducidas por los “criollos modernos”; las guerras fueron  peleadas por ellos y  por los demás.
  
Del latifundio a la reflexión sobre lo arcaico y popular
 El sistema de latifundios se concretó fácilmente, y este concepto de organización social que separaba, por un lado, a grandes propietarios pertenecientes a un grupo muy selecto y por el otro, a un vasto proletariado, aportó el molde vigente hasta entrado el siglo XX. No es este el lugar para ir más lejos, pero podemos reconocer en las desigualdades flagrantes lo que resiste a los acelerados cambios que transforman y asientan las democracias en esta América.

 Rodolfo Kusch incluía en su reflexión sobre el sujeto americano las categorías de lo arcaico y lo popular; si de Occidente nos llegaron el libro, la máquina, la teoría económica, dice, no se puede importar el sujeto cultural  y este es un sujeto capaz de sustraerse al patio de objetos(una idea tomada a Nicolai Hartmann), lo cual quiere decir capaz de sustraerse a la

“realidad” que los medios del capitalismo dibujan para todos los consumidores que compartan una franja, el común límite de lo que apetecen. La resistencia latinoamericana al: todos consumidores, aún porta las huellas borradas del cristianismo pastoral  infundido en los espíritus: el otro, hijo del Padre, mi hermano.

Los efectos individualizadores del pastorado
Gobernar al mundo pastoralmente implicaba una economía de obediencia en un mundo finalista, semejante a un libro abierto en el que se descubría la verdad. Mundo de prodigios y signos sagrados en cuyo horizonte, medieval y renacentista, la obediencia misma implicaba un lazo de individuo a individuo; lo conducía a la salvación y fijaba su identidad, le ofrecía el dogma y moldeaba su verdad interior. Identidad, sujeción, interioridad, se pagaban con una pérdida de la autonomía subjetiva. Foucault lo dice del hombre occidental hasta el siglo XVI, siglo  a partir del cual Europa concibe la res publica, la cosa pública y España retiene y  multiplica en las colonias sus  poderes medievales. 

Es  visible cierta perpetuación americana  del poder pastoral, bajo formas religiosas, sean mágicas, psicológicas, pedagógicas, benéficas, políticas. Antes de Foucault, hubo la lectura freudiana de las “dos masas artificiales, el Ejército y la Iglesia” en las que todo depende de la ilusión de la presencia visible o invisible del jefe, que ama por igual a todos. Hoy, incluso aligerada la religión ciudadana de lo que la liga a una institución (el flou, dice Miller, de la religión light),permanece la religión del Otro y del otro. Lacan decía, ¿creen no ser creyentes? pues lo son y si no ponen ahí a Dios pondrán cualquier cosa. Donde no todo es precio quizás no

pondremos ahí a los objetos de consumo; hasta  podríamos poner ahí una pregunta que,  vía el síntoma, lleve a la experiencia analítica.

La globalización empuja; toda cultura  intenta ser arrasada.
No es seguro que en la América afro indo luso hispana el plus de gozar haya ocupado el lugar dominante en el cielo social, que el relativismo haya ganado la partida, que la función del Nombre del Padre haya sido olvidada, que lo haya sido “la  naturaleza” sin tregua explotada y alterada, que la ciencia reemplace en los espíritus a toda otra creencia, que la familia, tan disfuncional como se quiera, haya perdido su fuerza de cohesión ni que esta América navegue en el mar del plus de gozar de imitación, que Lacan dijo ser el  goce del consumidor donde el objeto de la técnica simula el plus de goce. Sin duda, acá y en todas partes  eso tiene a mucha gente entretenida, o más bien anestesiada, pero el sujeto cultural americano no parece resignar las orillas del gusto.   

Aquí, en esta América, los mitos y creencias sobre la  divinidad, la naturaleza, la vida, el alma y la muerte, la culpa y el castigo, subyacen a las avanzadas del capitalismo neoliberal; se manifiestan en prácticas religiosas o cuasi mágicas; ofrecen su soporte donde deba hacerse frente a la  pobreza, a la precariedad laboral, a los efectos sociales de la inestabilidad de las Instituciones: violencias, feminicidios, corrupciones, trata de personas, narcotráfico, trabajo infantil, miles de sin techo. Daños ambientales, usurpaciones de los derechos sobre la tierra, catástrofes locales que modifican para siempre las vidas (la familia, el sexo, el dinero y el amor). Y tanto más. A la hora de la verdad las creencias se ríen de las tecnologías de punta aún si se vive gozando de ellas. En cualquier parte, en

el incesante girar de los discursos, lalengua, inconsciente y aluvional, se desliza, bulle y  da su impronta a los intercambios de la vida sociopolítica.

Palabras  para no concluir

La práctica analítica puede dar testimonio de que, más allá de las declaraciones de ateísmo, de desinterés en la religión o  de increencia, las trazas de lo borrado retornan en el nudo vivo que es el síntoma y en los síntomas que padecen las culturas. La literatura latinoamericana aporta  invalorables miradas hacia los entre mundos que parecen flotar alrededor de nosotros y en cada uno de los países de esta inmensa América. Josefina Ludmer llama a esa rica literatura  imaginación pública: fabrica realidad pero carece de índice de realidad, pues no puede diferenciar entre realidad y ficción. Con el psicoanálisis, otra mirada y otra lectura son posibles; para que esta América también pueda ser llevada a un campo de interrogación que tenga menos de ficción y menos de fantasma literario.
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