Gustavo Sobel
Puede escribir sus comentarios aDedicado a aquellos que en los litorales de la existencia se hacen acompañar por un analista.
Gustavo Sobel
Cuando se habla del deseo en el encuentro analítico suele ponerse el acento en lo que Lacan denominó "el deseo del analista". Desde la primera entrevista la posición del analista hace que, aunque siempre digamos lo mismo, lo que a él sea dicho se separe, sea diferente de nuestro decir cotidiano. Esta posición analítica se sostiene de un deseo, a él nos referimos como "deseo del analista".
De los encuentros con un analista surgen los analizantes. No todos los que consultan a un analista se vuelven analizante, es algo que no va de suyo, requiere de determinadas condiciones, no está asegurado. El deseo del analizante es el surgimiento de algo nuevo, de un nuevo deseo. ¿De qué se trata ese deseo? ¿Cuál es su particularidad?
Las contradicciones y paradojas son la expresión de los deseos que acontecen en la condición humana. Si en un momento podemos localizar en ellos lo más íntimo que se puede atesorar; en otro se pueden volver ajenos y extraños. El placer que producen puede llevar al encuentro con el dolor que se presenta, apenas, un poco más allá. La atracción más lujuriosa se transforma en el rechazo más repulsivo que se manifiesta en el asco. Lo mismo que exalta la vanidad, muestra su revés en la vergüenza. Los deseos, su fascinación, la ilusión y la oscuridad que hay en ellos, la equivocidad y desencuentros que producen son un entramado
constitutivo de las relaciones entre las personas.
Entendemos por analizante, de la manera más simple, a aquel que ha comenzado un análisis. El que lo ha solicitado, sin duda. Pero también aquel que ha sido aceptado por el analista. De este modo analista y analizante constituye una pareja que requiere el consentimiento de ambos. Durante el tiempo que dure el análisis estarán unidos por un lazo libidinal que se hará sentir de muchas maneras en su transcurso. El analista promueve ese lazo del que, al mismo tiempo, es su producto.
Suele constatarse que quien consulta al analista poco sabe de su deseo. Sabe que la cosa no marcha. Quizás ubica un momento en la historia, un acontecimiento, una contingencia en que eso se detuvo. Percibe que está trabado, conflictuado, que sufre. La angustia, que con bastante frecuencia se hace presente en ese punto implica un vacío. A ese vacío se le supone una falta, esa falta retomada a nivel del saber es vivida como ignorancia. Quien se vuelve analizante estará atravesado, barrado, por el deseo de hacerse de ese saber que, supone, falta. Podemos tomar al deseo del analizante como lo que se puede producir cuando alguien interrogado por su deseo se dirige a un analista.
Cuando Freud renunció a la hipnosis y les propuso a sus pacientes la asociación libre, renunció también a toda forma de sugestión, de ascendencia sobre ellos. A partir de entonces, para que el analista acepte a alguien como analizante deberá verificar la producción de ese lazo libidinal tan particular, que antes mencionaba, y que Freud denomino "transferencia". Se inaugura con este concepto fundamental del psicoanálisis uno de sus capítulos más rico y extendido.
Lacan formalizó el concepto de transferencia bajo una fórmula que denominó "sujeto supuesto saber" (S. s. S.). Esta fórmula introduce el
estatuto de suposición en la relación entre el sujeto y saber. Desde su presentación, el S. s. S. fue trabajado de diversas maneras conforme avanzó la elaboración de la teoría analítica. Por mi parte me detendré en una cita del Seminario 17 "El Reverso del Psicoanálisis"1 . En la página 38, de dicho seminario, dice que no debemos pensar que es el analista quien se sitúa como S. s. S. Aclara que si se le da la palabra al analizante, si se le propone la regla fundamental, es porque suponemos que nos conducirá a un saber y es desde allí que el analista, dice, "se hace prenda, se hace rehén". Unos pocos párrafos después está la frase que elegí para detenerme, dice: "Por su parte el analista se hace causa del deseo del analizante."
Esta frase es una invitación a pasar al mundo del revés que es el psicoanálisis; por condensada que sea implica el modo paradójico que le es propio. En ella se puede captar la tensión en la que están involucrados el analizante con su analista. Para aclarar lo que está en juego propongo descomponer esta frase en dos.
Si primero sustraemos en ella el término "se hace" quedará la expresión: "El analista causa del deseo del analizante". En esta afirmación, el analista es primero, es el que causa en alguien el deseo analizante, lo cual podemos decir en términos de la clínica que es verdadero. Ahora, si volvemos a poner el "se hace" y omitimos la palabra "Causa", la frase quede: "El analista se hace del deseo del analizante". Dicho de este modo el analista se vuelve segundo, es una consecuencia del deseo del analizante, lo cual también se verifica en la experiencia. O sea, es tanto verdad que el analista es causa, como que es consecuencia del deseo del
analizante. La fórmula propuesta por Lacan "se hace causa" logra definir con gran precisión el modo paradójico en que se desarrolla el vínculo de la pareja del analista y el analizante.
Decir que el analista "se hace causa" es poner en evidencia que consideramos que no es, en sí mismo, la causa. La experiencia muestra que a pesar de ello, no le impide funcionar como tal, advenir a ese lugar, es lo que denominamos un semblante. Plantear que el lazo entre ambos tiene estatuto de semblante es de un enorme valor ético para los analistas. Reconocer la irrealidad, la ficción que los une, le permite al analista no solo alejarse de las simulaciones, falsedades e imposturas; sino que también determina las condiciones del poder y eficacia de su práctica y de una orientación que apunta a un más allá del semblante.
El analista en tanto se hace semblante de la causa del deseo del analizante nada puede saber de él a priori. Lo que el analista sabe sobre el deseo, lo sabe por haber atravesado su propia experiencia analizante y lo que allí obtiene es su falta-en-ser. A diferencia de los deseos del los analizantes que tiene un objeto y que Lacan lo denomina como "a", el deseo del analista, con el que debe operar en lasesión, lo escribe con una "x", como una variable de esa función que se mantiene en su estatuto de incógnita.
De este modo, el deseo del analizante estará en el inicio de cada análisis de un modo absolutamente singular. Cada comienzo de un análisis produce una relación distinta y original entre el sujeto y el saber. Esta nueva relación es, como dice Lacan, un "nuevo amor". En él, el orden esta subvertido por la posición del analista que se ofrece a hacerse su causa. El analista deberá ser lo suficientemente dúctil, tanto para
consentir el agalma de este nuevo amor, como para poder volverse deshecho, lugar de resto de las cogitaciones analizante.
El esclavo y su amo, el alumno y su profesor, el paciente y su médico, el discípulo y su maestro, constituyen algunas de las formas del lazo social que atraviesan la historia de la humanidad sostenidas por los deseos. El del analizante, el que se produjo como acontecimiento inaugural del psicoanálisis, cuando Freud decidió dejarse llevar por las asociaciones de sus pacientes, es un deseo inédito. Es este deseo el que asegura que continuará habiendo psicoanálisis en este mundo, en la medida que para un ser parlante el drama subjetivo de su deseo lo conduzca al encuentro con un analista.
Enero de 2012