Oscar Zack
Puede escribir sus comentarios aEl acto analítico no es una mercancía
"No hay nada que sea nuestro:
lo que llamamos nuestro es
obra de convención"
CICERÓN
Promover una reflexión acerca de la función del estatuto del dinero en el análisis invita, en principio, a tratar de ubicar algunas coordenadas de la época que nos toca vivir, época en la cual las manifestaciones de la cultura dominante –signadas por una obsesión utilitarista y eficientista– marchan a contramano de los efectos que nuestra práctica promueve.
Es así que el psicoanálisis no se propone, a diferencia de las psicoterapias, de la ciencia o de la religión, como una prótesis que obture la división estructural del sujeto humano.
Ubicados en un tiempo de la llamada "posmodernidad", observamos que tanto el avance de las neurociencias como la planetarización de los mercados van ubicando (cumpliendo la profecía discepoliana) la Biblia junto al calefón: transformando este próximo final de siglo en un tiempo de puro cambalache, donde da casi lo mismo un burro que un gran profesor.
A casi más de cuarenta años de la actualidad, más precisamente en 1953, Lacan escribía: "Mejor que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época. Pues, ¿cómo podría hacer de su ser el eje de tantas vidas aquel que no supiese nada de la dialéctica que lo lanza con
esas vidas en un movimiento simbólico? Que conozca bien la espiral a la que su época lo arrastra en la obra continuada de Babel, y que sepa su función de intérprete en la discordia de los lenguajes"(1)
He aquí, en este párrafo, que Lacan nos ubica en aquello que el analista no debe desatender: la subjetividad de su época.
Subjetividad de nuestra época, signada por la versión perversa del discurso amo, que promueve una ética que empuja al hombre a ser el lobo del hombre, entronizando la pulsión de muerte en una dimensión asesina, llevándola a una suerte de paroxismo que estimula los avances segregatorios y raciales, habiendo (en este movimiento) traspasado ya las fronteras geográficas.
Si cada época, como afirma Lacan(2) encuentra su filósofo para divulgar los caprichos de los valores que prevalecen en ella, podemos decir que se genera la ilusión del surgimiento de un cierto humanismo que simula resolver los problemas que ni siquiera se anima a plantearse. Es una exigencia para nosotros, analistas, interesados en la perdurabilidad del psicoanálisis, ubicamos en las antípodas discursivas de la llamada posmodernidad.
Dispositivo versus encuadre
Este sintagma ubica una cuestión central para el psicoanálisis de la orientación lacaniana, ya que invita a ponerlo en una lógica excluyente con la teoría de la técnica del "otro" psi-coanálisis.
En este sesgo, y a la luz del tema que nos convoca, debemos ubicar las diferencias estructurales entre ambos conceptos. Diferencias que, como no podría ser de otro modo, producen efectos en la práctica.
Si tomamos como referencia a H. Etchegoyen, podemos leer que éste define la situación analítica como un "lugar, un sitio, un espacio sin tiempo, donde se establece la singular relación que involucra al analizado y al analista con papeles bien definidos y objetivos formalmente compartidos en cuanto al cumplimiento de determinada tarea"(3)
Asimismo subraya que "la situación analítica requiere un marco para establecerse que es el encuadre (setting) donde yacen las normas que la hacen posible. Estas normas tienen su razón de ser en las teorías del psicoanálisis y del psicoanalista y surgen de un acuerdo de partes que constituye el contrato analítico"(4)
Subrayo: el encuadre es donde yacen las normas. Se trata entonces de la puesta en acto, no de conceptos sino de preceptos.
De esta forma queda determinada la estandarización de una práctica que limita y ordena en una dimensión contractual. En tanto establece una universalización, un para todos, ubica ciertas convenciones que tratan de subsumir la experiencia analítica a un todo significante. Es así que se pretende forcluir el real en el que se sostiene nuestra práctica, es decir se intenta velar la imposibilidad de la relación sexual.
El encuadre, en tanto precepto, determina un límite y a la vez ubica como constante (esto es fuera del análisis) las variables del tiempo y del dinero.
Como contrapartida, nuestra práctica no es una regla técnica. El concepto (y no el precepto) de dispositivo analítico es lo que nos orienta.
Dispositivo al que podemos definir como una estructura que permite vincular elementos heterogéneos sostenidos por un pacto simbólico. Éste instituye, también, un límite; límite que no es técnico sino ético: el límite del dispositivo está dado por el discurso analítico.
En tanto regido por la lógica del no-todo instituye, como recursos del analista en la dirección de la cura, el manejo del tiempo de la sesión, su periodicidad y, por supuesto, la variable del dinero.
Como nuestra práctica es particular, podemos sostener que desde una perspectiva conceptual el analista en nuestra orientación no tiene honorarios predeterminados, no cobra por su tiempo sino por su acto.
El concepto de dinero y su estatuto en la práctica analítica
Es sabido que el dinero cumple una función tanto en las relaciones sociales del mundo capitalista como en la economía libidinal del sujeto. Así también tiene su razón de ser en la práctica analítica misma.
Se trata entonces de despejar su estatuto en una dialéctica entre lo universal y lo particular.
Ahora bien, ¿qué es el dinero?
Para empezar a responder a esta pregunta propongo un cierto rodeo: al comienzo de El capital, Karl Marx analiza el fenómeno de la riqueza en las sociedades capitalistas. Ubica la mercancía como su forma más elemental, definiéndola como un objeto exterior que, por sus propiedades, satisface necesidades humanas de alguna clase (necesidades del cuerpo y necesidades del espíritu).
Podemos decir entonces que el rico compra pero no paga. Así, espera provocar lo que nunca puede adquirir directamente: el deseo del Otro. Si el dinero tapona la falta en ser, otorga la ilusión de que todo se puede. He aquí el goce del tener.
El deseo, insatisfecho por estructura, no se realiza en la posesión de un objeto. De lo que se trata es de su emergencia como tal. La búsqueda es la puesta en acto del deseo.
Es por ello que tanto el rico como el pobre rehusan la apuesta a que el análisis los empuja: ambos rehuyen la pérdida de goce que el análisis promueve.
Algunas conclusiones
El sistema de producción capitalista, al establecer una ecuación entre tiempo de trabajo y salario, crea una ilusión de equidad, instituyendo una trampa estructural al sistema por desconocer el valor de mercancía que tiene la fuerza de trabajo. Es en este movimiento en que se vela la verdadera causa del deseo del capitalista: la plusvalía, es decir la apropiación del plus producido en la relación "tiempo de trabajo y
salario". El dinero es aquí el objeto privilegiado de la posesión; la plusvalía, un plus de gozar para el Otro.
No deja de ser llamativo el poco espacio que los desarrollos de la teoría psicoanalítica le han dado a la función del dinero en la práctica analítica.
Su estatuto, recuerdo, permite articular lo individual y lo colectivo. Asimismo funciona como un objeto que permite regular las relaciones de intercambio.
Ahora bien, ¿cuál es la causa que determina el intercambio? La respuesta es una: la falta de goce. Si el intercambio mercantil se inaugura a partir de la falta de goce, el dinero deviene entonces el representante universalizado de esta falta de goce estructural en el sujeto.
En esta lógica reside lo paradójico de su uso, es decir que "negando su tenencia se afirma su existencia, mientras que al afirmar su posesión, se niega la existencia"(9)
Esta forma paradójica de uso, que denuncia distintas formas de satisfacción pulsional, encuentra su dimensión paradigmática en la figura del avaro y del jugador compulsivo.
Ahora bien, ubiquémonos en el sesgo de lo que promueve el discurso analítico. En él ya es posible ubicar una cierta subversión del lazo social que promueve el discurso capitalista: en aquél, el que trabaja cobra por ello; en éste, el que trabaja paga, y paga con dinero. El analizante es un trabajador que trabaja en relación de dependencia... al Otro. Es un trabajador que gasta, que gasta pensamientos, libido, tiempo y dinero. De ahí que el analista se transforme en un objeto caro, tan caro, que el analizante suele no querer desprenderse del analista.
1. Lacan, J., "Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis",
en Escritos 1, Buenos Aires, Siglo XXI, 1975
2. Ibíd.
3. Etchegoyen, H., Los fundamentos de la técnica psicoanalítica, Buenos Aires,
Amorrortu, 1991
4. Ibid.
5. Lacan, J., Psicoanálisis, Radiofonía & Televisión, Barcelona, Anagrama,
1980
6. Freud, S., "La iniciación del tratamiento", en O.C., Buenos Aires, Amorrortu, 1980, t. XXII.
7. Ibid.
8. Lacan, J., El Seminario, Libro VIII, "La Transferencia", clases del 7-12-60 y del 7-6-61
9. Dessal, G., "Apuntes sobre el dinero", en Pliegos de psicoanálisis № 2, Escuela Europea de Psicoanálisis, Grupo de estudios madrileños, enero de 1994.
Bibliografía
Zizek, S.: El sublime objeto de la ideología, México, Siglo XXI,
1992.
Kurnitzky, H.: La estructura libidinal del dinero, México, Siglo
XXI, 1992.
Marx, K.: El Capital, Libro 1, en Obras maestras del pensamiento
contemporáneo, Madrid, Planeta-Agostini, 1994, t. 54.
Klotz, J.-P.: "La parole et l'argent", en Actes de l'École de la Cause freudienne №214, 1988.