Graciela Vivero
Cuento de Navidad lacaniano
Érase una vez una niña para quien las navidades eran noches mágicas.
Un árbol iluminado, una mesa muy larga que acogía a la gran familia: padres, hijos, abuelas, tíos, primos … y después de medianoche, amigos y vecinos de toda la vida.
A pesar de ser verano, no faltaba el cerdo y las castañas, pero también había pan dulce, strudel de manzana, bombas de patata, bombas de dulce de leche como versión argentinizada de los choux.
Aunque el menú pareciera de la ONU no lo era. Sólo se trataba de una familia típica argentina, donde los árboles genealógicos tienen sus raíces en los barcos: abuelas española y austríaca, tíos de ascendencia italiana y francesa, algún checo, padres españoles y argentinos de primera generación, niños argentinos de segunda y tercera generación. Lo cierto es que sólo había un miembro con raíces puras argentinas, una de las tías era de “pura cepa”: tataranieta de un jefe de los Querandíes.
El tiempo pasó, la niña dejó de serlo. Tenía una profesión que la apasionaba y había creado su propia familia.
El cambio de los vientos la llevó España.
Madre e hijos llegaron un 24 de diciembre, muchos, muchos años antes de escribirse este cuento.
El padre ya estaba desde hacía algunos meses, pocos,pero que se sentían como una eternidad.
Venían de un tórrido verano, llegaron a un frío y lluvioso invierno pero muy cálido por el amor con el que fueron recibidos.
Tres regalos para tres familias.
Abrieron el primero, el de los consuegros, que recibió exclamaciones: ¡ah, qué bonito!
Abrieron el segundo, su mundo empezó a resquebrajarse.
Abrieron el tercero y quería que la tierra la tragara.
Había comprado … ¡tres adornos iguales!
Les aseguro que no fue nada fácil encontrar tres platos de porcelana idénticos, el mismo color, el mismo árbol de Navidad en el centro, los mismos juguetes en el borde … Ese fue el requisito que puso a la vendedora. Cambió varias veces de piezas pues no había tres iguales. La empleada subió, bajó, buscó en estantes y anaqueles para encontrar tres idénticos. Al fin ya estaban.
A la protagonista le invadió la angustia al descubrirlo, en el mismo momento en que los abrían, no antes.
Tuvo que buscar una excusa por el cambio de cara, estaba casi llorando. Ayudó el rímel que nunca usaba.
¿Porqué este horror se impuso?
No encontraba respuesta. Sabía que era un actingout pero no lo que quería decir. Dos sueños posteriores le hicieron ver en toda su magnitud la caída de un velo que le mostraba lo que no quería ver.
En toda su infancia y adolescencia le irritaba sobremanera los regalos que recibía en las “grandes fechas”. Eran idénticos a los de su prima, contemporánea suya. Sus tacitas celestes, las suyas iguales pero verdes; su muñeca Pierangeli con un vestidito amarillo, lasuya igual pero con el vestidito rojo.
El compañero de toda la vida, después de verla llorar un día si y el otro también, le pregunta qué le pasa. La respuesta no se demoró: ¡Soy igual que mi madre!
Sus esclarecedoras palabras abrieron la puerta de la mazmorra y entró la luz: “Usted no es igual que su madre, usted es usted misma. Mírese!!!”.
Y se miró. Y permitió que los demás la vieran. Y el maleficio se rompió.
Colgópor primera vez en su vida una foto en los redes sociales, hasta su perfil ahora tiene foto y a este cuento lo acompaña una, de la noche de Navidad.
Ya se puedo mostrar, no es igual que su madre.
Y colorín colorado, este cuento bajo transferencia ha terminado.