Paola Dueville
El camión tolva se acerca con velocidad. Su conductor va más pendiente del chicharreo del radio que atento al cruce con líneas amarillas desteñidas que Ana, sin mirar, traspasa con los ojos fijos en el mensaje de texto, donde Emilio cancela el encuentro en la cabaña. A pasos del río Maipo que en febrero arrastra sedimento.
Las rocas crujen. Se desprenden. Ruedan lejos del lecho.
Las hojas lánguidas que penden de las ramas inclinadas, buscan en la superficie de la corriente que las envuelve, sin vuelta atrás.
Ana cruzó leyendo la pantalla. Por eso no se percató del camión tolva. No hubo frenos, tampoco bocina. El golpe le dio seco. La lanzó lejos. La dejó tendida a los pies de la montaña, con los ojos abiertos, boca arriba.
El cóndor, que planea alrededor de la grieta de un risco, es el último al que le sigue el vuelo. Y, a pesar de la distancia, puede oír con claridad el chiflido del roce de sus alas contra el viento.