Lorena Díaz Meza
Él creía eso que dicen de que los rostros de los ancianos borran el odio, borran lo que pudieron llegar a ser, borran el pasado, la maldad, los errores, por más terrible que éstos sean. Que solo dejan ver entre arrugas y bocas desdentadas, la ternura que produce un abuelo perdido en el tiempo, con sus pasos lentos y su espíritu de niños. Dicen que el dictador, viejo, decrépito, achacoso y miserable a veces, cuando sus fantasmas le muerden los talones e intentan arrancarle la lengua, sale a la plaza con un trozo de pan y tira migas a las palomas. Pero ellas, que no saben de fantasmas, ni de viejos, aunque tienen hambre no aceptan su alimento. Son dignas después de todo. Ellas prefieren picotearle las manos, sacar esas gotitas de sangre que les quitan la sed.