Gabriela Aguilera
El conquistador Pedro de Valdivia atravesó el mar y enfrentó a enemigos, compañeros y rivales, por la gloria de plantarse en el fin del mundo y fundar una ciudad que perpetuara su nombre. El alarife Pedro de Gamboa hizo el bosquejo en un trozo de tela arrancada de su propia camisa, replicando el trazado de damero de la época. Las calles serían rectas y perfectas, en torno a una plaza mayor que agruparía las instituciones del Reyno y los solares destinados a los hijosdalgos.
Esta ciudad imaginada por el conquistador, estaba situada en un territorio cuya geografía se armaba y desarmaba según lo dictara la naturaleza y posteriormente, las ambiciones de los Chicago Boys y su estirpe. Con los años, las calles se fueron moviendo por los terremotos, temporales, inundaciones y negociados sucios. Era una ciudad de diagonales que se cortaban cuando menos lo esperaba el visitante y en la que se daban cita amores en fuga y fugitivos de la justicia dictatorial. En cada punto de unión, los ojos se reconocían tan asustados como los del conquistador, esa noche en que despertó de la pesadilla de glorias apocalípticas y vio el futuro de su ciudad de fábulas.