Carolina Cisneros
Despertaba todos los días empapada en sudor y semidesnuda. Siempre con la trusa puesta y mojada. No entendía cómo sus prendas terminaban en el piso. Nunca recordaba sus sueños.
Con un poco de vergüenza consultó a su psicólogo.
— Tienes deseos reprimidos conmigo. Sucede cuando las pacientes se sienten comprendidas —dijo él.
Regresó a casa, ilusionada, con deseos de vivir un romance insaciable, loco.
Pensó lujuriosamente en su psicólogo. Pero no sintió nada. Preocupada, abrió las piernas y se tocó con furia, imaginando sus dedos dentro de ella. Nada.
Ya desesperada, tomó pastillas para dormir.
Amaneció seca y con ropa.
Caminó en estado errático por la calle. Cruzó la pista sin percatarse del carro que venía hacia ella. Por suerte una mano detuvo al auto. Ella cayó inconsciente por la impresión.
Despertó en su cama, mojada. No recordaba nada, pero imaginaba una mano tocando sus senos, cintura, su entrepierna...