Martín Pérez
Nació en el puerto de Valparaíso y estudió ingeniería y finanzas. Ha residido en Santiago de Chile, Londres y Madrid.Microcuentos negros de Martín Pérez
Rompecorazones
Mido un metro ochenta y calzo cuarenta y seis. Camino por las calles con los jeans ajustados que muestran que estoy bien dotado. Ellas me sonríen, persiguen, hablan. Si alguna me gusta, le regalo una mirada penetrante y me mantengo viéndola hasta que ella tiembla sobrecogida. Luego, lo usual es que la escogida me invite un café. Me voy a la cama ese mismo día y las satisfago en todos sus deseos. Me marcho antes de que amanezca y después de clavarles el cuchillo carnicero y extraerles el músculo cardiaco. Soy un rompecorazones.
Reconstitución de escena
El funcionario en la caja del banco era el mismo del día del asalto. Los clientes también y estaban ordenados en la fila igual que el día del atraco. La hora que el juez eligió para reconstituir la escena coincidía al minuto. El guardia elegido era físicamente idéntico en estatura, contextura y, quizás, la edad del que maté durante el robo. Sólo una cosa era distinta: el inculpado del delito al que le pedían que describiera los hechos. Él no se parecía en absoluto a mí, pero claro, eso yo no iba a contárselo a mis compañeros de la PDI.
Gritos
Gritó, chilló, aulló, hasta que destruyó sus cuerdas vocales. Cuando ya no podía emitir sonidos, lo encontraron. Un barrendero pasó, como todos los días, por el lado de la oscura alcantarilla y le llamó la atención que estuviera tan silenciosa.
Análisis forense
Él sabría que el enfriamiento, rigidez, livideces y putrefacción del cuerpo debían considerarse. Lo mismo que pruebas entomológicas y la revisión de las lesiones traumáticas del tórax. Habría vislumbrado que la posición del cuerpo demostraba que se trataba de un asesinato. La forma de los hematomas, el número de las heridas, la dirección de la lesión cutánea y su profundidad daban cuenta de un ataque. La sangre, el desorden y los vidrios rotos, también. Le habría gustado explicarlo al fiscal en la escena del crimen, pero tenía el cuerpo frío y yacía sobre el piso irremediablemente muerto.
El nombre correcto
Nadie podía ganarse el respeto sin tener un nombre. Sabíamos de la Solntsevstaya y su dominio del petróleo en Ucrania y de la Tambovskaya y los robos de autos de lujo en Europa. No éramos cercanos a la mafia china, que instala compatriotas en Europa, ni a la de las pateras, que mueven inmigrantes desde África; menos a Los Coyotes, que lo hacen desde México. Nos simpatizaba la mafia siciliana, pero nuestro negocio era distinto. Nos decidimos por I Documentati, porque dejaba claro que eramos los dueños del tráfico de tareas pagadas entre nuestros compañeros de Liceo.
Final de novela negra
Con súbita claridad, entendió que no debía ponerle punto final a su novela negra con una larga nota de suicidio explicando lo ocurrido y lo que la policía y el detective no pudieron descubrir. Eso era desconsiderado y poco elegante. El lector adivinaría que a él le faltó tiempo para terminar el texto y que estaba desesperado por cobrarle un adelanto a la editorial. Pero como el personaje ya tenía la nota de suicidio en las manos, añadió un terremoto, que derivó en un incendio y quemó la nota. Después, escribió “Final Parte Uno de Trilogía Palabras que matan”.