Zulma Fraga
Nació en Realicó, La Pampa. Vive y trabaja en Buenos Aires, ArgentinaLos hijos no hablan
Ella es la mamá de la adolescente muerta. Violada y asesinada.
No somos amigas pero la conozco, mi hijo y la suya estaban en el mismo curso y mi nena va también a esa escuela. Nos hemos visto en reuniones de padres, en los festejos escolares, nos cruzamos en el supermercado, en la farmacia; vivimos en el barrio, la ciudad es chica.
Me acerqué a ella después del horror, algo le dije, no sé muy bien qué, pero no he dejado de pensarla en estos meses, imagino cómo se siente, cómo será entrar al cuarto de la hija, ir sabiendo de a poco que faltaba a la escuela, que no estaba donde decía estar, que encontraron marihuana en su mochila; que tenía, poco más que niña, una vida sexual muy activa, que sus amigas la cubrían. Quizás, como el asesinato, todo esto le cayó encima de golpe o a lo mejor iba pensando, como yo, que hay un momento en que los hijos se transforman, no nos hablan, viven una vida de riesgo, propia y diferente de la nuestra.
Pensando como yo cuando veo en qué poco tiempo mi hijo ha pasado de ser ese niño risueño, alegre y bullicioso, a este que está en la casa como no estando, encerrado en su cuarto, que no me habla, que todavía, muy de vez en cuando, me abraza y me dice que me quiere. Ese desconocido que me dice que me quiere es el que la violó y la mató.
Bailarinita
Bailarinita a veces toca el acordeón en el subte, reparte besos y espera monedas. Tiene la piel dorada, los ojos color miel, el pelo apenas rojo, enmarañado y un poco sucio. Del escueto pantalón emergen sus piernas rotundas, que mira el pasajero de saco y corbata. Ávidamente.
De Subirse al micro
MEDIODÍA
Era un mediodía caluroso de noviembre y yo dejé que me tocara. El galpón estaba oscuro y olía a polvillo de avena, a cáñamo húmedo, a algo ligeramente ácido, a tiempo detenido. Por los agujeros de la chapa se descolgaba una luz redonda, de una blancura desfachatada que por momentos parecía levantar una neblina apenas azul.De Marginales
Odio de clase
El odio de clase existe y los potentes saben ejercerlo. No hay religión ni mandamiento que lo aplaque. Más que discusión y retórica, es acción.
La más impresionante muestra de lo que pueden hacer las damas enfurecidas para vengarse del miedo que les causa una acción revolucionaria, la estampó la bisnieta de don Andrés Bello, la escritora Iris, es decir Inés Echeverría de Larraín.
Ese recio miedo a perder el poder puede hacer olvidar en
Cuenta Iris que en su juventud, al término de la guerra civil del 91, rompiendo con todas las normas y buenas costumbres, salió a las tres de la mañana con las demás damas de su entorno para celebrar la caída del presidente Balmaceda:
"Salimos todas a la calle y me enfrento a una ciudad enloquecida. Una poblada hace pedazos un gran busto de Balmaceda. Varias mansiones son saqueadas. Al pasar por Amunátegui con Catedral, veo el hermoso palacio de la Alhambra de don Claudio Vicuña, invadido por una turba que arroja desde el segundo piso un piano de cola que cae al suelo y con estupor diviso a mi cuñada que aviva los desmanes, se sube al piano y con cierta elegancia alza la cola de su vestido y gracias a los nuevos calzones con blondas y abertura para no tener que bajárselos cuando estamos apremiadas, defeca sobre los restos del otrora hermoso piano exclamando: ¡Para que nunca más, bastardo, hijo de Satanás, puedas librarte del mal olor de tu alma! Todos la aplauden mientras a nuestro alrededor siguen cayendo muebles, cuadros y objetos de arte..."
Esa impúdica descarga sobre el piano es la pestilente metáfora sólo comparable a las maniobras de las damas francesas que caminaban entre los cien mil cadáveres de la Comuna de París. Ellas revolvían las conteras de sus quitasoles de encaje en las órbitas de los comuneros muertos para reventarles los ojos.