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2024

Patricia Moraga

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El goce y los tiempos de la frustración

La pregunta central de esta tesis es: ¿Cuál es el tratamiento del goce sin ley en el psicoanálisis? A esta pregunta agregaremos otra que la complementa: ¿Qué hacer con lo que no cesa?
Si lo que está en el origen del parlêtre es un encuentro traumático con lalengua –cuyo efecto de goce es inasimilable­–, neurosis, perversión y psicosis son modos de tratar ese goce. Ahora bien, ¿de qué modo el psicoanálisis trata el goce traumático?
En su Seminario 23,Lacan (1976) dice que el sinthome de Joyce no quiere decir nada, no tiene sentido. Contra lo que él mismo había postulado en su primera enseñanza, afirma que el lenguaje no existe como estructura y que se deshace bajo el empuje de lalengua. Ya no piensa la psicosis a partir del psicoanálisis, sino el psicoanálisis a partir de la psicosis, y la solución de Joyce le sirve para ir más allá de la defensa neurótica, más allá del padre, del deseo y de cualquier concepción atrapada en una dialéctica de la falta.
Antes de la hystoria que cada uno se cuenta, de las equivocaciones del deseo como ficción, de la verdad mentirosa, está el traumatismo. El parlêtre surge del encuentro entre lalengua (formada por “unos solos”) y el cuerpo. Lalengua es algo recibido, una pasión: se la sufre. Hay fijación de goce como producto de ese choque; de ese encuentro nacen marcas sobre el cuerpo. No es posible saber por qué tal marca se anudó a tal goce; es algo azaroso, sin ley. Miller (2005) llama sinthome a la consistencia de esas marcas.
Como dijimos, el traumatismo nos conduce a la relación entre lalengua y lo real definido como lo imposible de soportar. El choque entre lalengua

y el cuerpo produce un goce sin ley, y al mismo tiempo falta el significante que pueda nombrar, atrapar, ese goce que responde al régimen del no-todo. Esa primera marca dejada por el choque no tiene sentido: los sentidos surgen a posteriori, con la articulación.
Sería posible seguir las huellas clínicas de este “goce sin ley” que no puede ser puesto en palabras, situado por fuera del saber, e imposible de negativizar. Este goce no tratado por el Edipo, no pasa por el significante, por la máquina simbólica, y se distingue del goce elaborado, que sí tiene sentido: el objeto a como plus-de-gozar.
Un modo de dar sentido a lo enigmático de lalengua es el Nombre-del-padre, que al abrochar significante y significado da al goce un sentido fálico. Si el psicoanálisis sólo operara así, no se alejaría de la religión, que también se ofusca en dar sentido a lo real.
El parlêtre puede suponer un saber en lo real. Ese saber es el inconsciente. En un análisis se pasa por el desciframiento, que supone un saber al goce, y se transita por los efectos de verdad que se ordenan según un real sin orden. Pero no todo el goce es significante: el encuentro traumático atañe al goce que no se enlaza con nada y es sin ley.
En el nivel de la pulsión, hallamos un goceque permanece constante y que plantea una objeción al fin del análisis concebido como atravesamiento del fantasma, como despertar. El problema del goce y de lo real separado de lo simbólico llevó a Lacan a cernir el sinthome como lo que no se atraviesa, una vez vaciado el sentido gozado y reducido a su real.
Localizar en un testimonio el trauma como puro acontecimiento de cuerpo –principio del sinthome– puede enseñarnos cuál es el tratamiento

 

del goce y de lo real propio del psicoanálisis. Para ello, discutiremos el testimonio de Patricia Bosquin-Caroz, ya que permite cernir algunas imposibilidades demostradas a partir de lo que Miller (2011) denomina ultrapase, y también ilustra el problema de nominar el goce que no puede ser metaforizado, que escapa al significante.
Bosquin-Caroz extrae de su recorrido analítico distintas particularidades a las cuales ha arribado y que, si bien acentúan la vertiente de “no hay última palabra”, también muestran la de ciertos nombres encontrados. Comienza un primer análisis con la pregunta: ¿Qué soy? ¿Hombre o mujer? ¿Qué es una mujer? Se identifica con las insignias paternas, y la identificación viril hace de ella un caballero que cuida a la madre. A partir de los significantes de la herencia materna, construye una primera respuesta a la pregunta: una mujer pobre. Paralelamente, una serie de recuerdos infantiles articulan su posición de goce: “una joven en sacrificio bajo la mirada del padre”. Una vez atravesado este fantasma fálico, pasa de ser una batalladora de la causa femenina a ser una batalladora de la causa psicoanalítica.
Concluye este tramo del análisis. Se presenta al pase. La respuesta que recibe del cártel (que no la nomina) interroga el destino del goce: no ha terminado con ese goce opaco presente en la relación pasional con el partenaire.
Inicia un nuevo análisis. Destaca, de entrada, que las interpretaciones del analista se dirigen a lo que hay, al Uno del goce, y constatan: “Usted es”, “Es así”. El analista interpreta que ella es “el joven llevado a la muerte”. La identificación fálica se deshace. Se revela la faceta de goce velada por la identificación: “ser el objeto perdido del padre”. Sosteniéndose en la mirada, ella se volvía el objeto perdido del Otro.

En otro momento, el analista une a la palabra la mímica de un “devorador” para constatar un modo oral de goce: “Usted es la más grande devoradora de emociones que encontré en la clínica”. (Ella se saciaba llorando en el análisis.) Así agujereada la satisfacción pulsional oral, pudo desprenderse de la exigencia pulsional de hacer hablar al Otro.
Un año después de haber concluido este tramo, vuelve a ver al analista. No estaba conforme con ese final. Persistía un afecto, dejada caer”, que se traducía en el cuerpo por una sensación de abandono, un acontecimiento de cuerpo ahora separado de las significaciones fantasmáticas –un goce fuera-de-sentido nacido del encuentro con lalengua materna: no se trataba de una palabra precisa, dicha, sino más bien de una manera de decir que se dejaba traducir mediante el término desenvoltura materna.
En un sueño se reencuentra con la madre (que había abandonado a la familia), cuya voz le dice: “No había lugar para vos”. Estas palabras tienen un valor traumático, indecible, relacionado con el estrago materno: “desenvoltura” que había marcado el cuerpo de la niña en sus pesadillas, recurrentes, de caer en agujeros sin fondo. De ese encuentro contingente con la “desenvoltura”, había hecho una necesidad: “dejada caer”.
Aislar este trazo del sinthomedejada caer– permite desactivar el sentido gozado, trágico, que iba al lugar de la no relación sexual. Esta palabra tomaba el valor de letra de goce grabada en el cuerpo. Desenvoltura es un nombre de lo que permanecía como resto sintomático constante y que amenazaba el lazo con el partenaire.
El sentido gozado del sinthome está articulado con el fantasma. El “abandono”en el cuerpo restaba como un acontecimiento, pero, una vez

reducido a la letra, “dejada caer” se vacía de sentido y se separa del fantasma.
El análisis nos indica –dice Lacan (1975)– que no hay otro nudo que el del síntoma, y hay que sudar bastante para aislarlo:

Tanto hay que sudar, que uno puede incluso hacerse un nombre, como se dice, a partir de ese sudor. Es lo que en ciertos casos desemboca en el colmo de lo mejor que puede hacerse: una obra de arte. No es nuestra intención, de ningún modo, llevar a alguien a hacerse un nombre ni a hacer una obra de arte. Es más bien algo que consiste en incitarlo a pasar por el buen agujero de lo que a él se le ofrece como singular.

El sinthome puede ser el destino singular del goce, una vez vaciado de los sentidos fantasmáticos que lo envolvieron: una pieza suelta en la historia del parlêtre.

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